Hay otros vinos más allá de los que se pueden comprar en una coqueta vinoteca, en la góndola de un supermercado o en el chino del barrio. Son los vinos caseros. Lejos de lo que podría pensarse, su elaboración también está regulada desde el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), que con la intención de incluir a los productores de esos vinos dictó una resolución que transformó a los elaboradores de ‘vino patero‘ en elaboradores de ‘vino casero‘. Con todas las de la ley.
“Hay historia y un pedacito de nosotros en cada botella. Al hacer el vino casero, compartimos desde la poda hasta el momento que ponemos la botella dentro de una bolsa”, dijo a Bichos de Campo Silvia Zanelli, que junto a su esposo Alberto di Bernardo trabaja dos pequeñas fincas ubicadas en La Reducción, en el departamento Rivadavia, al este de Mendoza. La bodeguita familiar logró armar un circuito de ventas en locales chicos de la zona y a personas que los viene siguiendo desde hace 10 años. Su línea de vinos, en botella o damajuana, se llama Rienda Suelta.
“El vino casero es porque, como su nombre lo indica, se hace en casa y en pequeñas producciones. En cambio, los otros vinos son aquellos que se hacen en grandes bodegas y en cantidades”, destacó Silvia.
Mirá el reportaje completo realizado a Silvia Zanelli, productora de vinos caseros:
Ahora bien, ¿Se puede hacer vino en la propia casa y venderlo? “Nosotros sí porque estamos autorizados por el INV”, respondió Zanelli, en alusión a que la legislación establece tres categorizaciones: productor de vino casero, si produce hasta 4000 litros; productor artesanal, entre 4000 y 12.000 litros; y bodega, si produce más de 12.000 litros de vino.
Pertenecer a este rubro de elaboradores de vino casero implica seguir ciartas normativas que aseguren su genuinidad pero también su aptitud bromatológica para el consumo. Incluso el producto lleva una estampilla que entrega el INV. Silvia aclaró que antes de recibir el permiso de “libre circulación” por parte del instituto, son necesarias una serie de análisis para verificar que sus vinos no tienen agregados químicos -tales como plomo- o condimentos extraños, y además respeten la graduación alcohólica.
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“Con el único producto con que estamos autorizados a trabajar es con el metabisulfito, que es como un bactericida que evita que cualquier bicho contamine el vino. En el momento en que se muele el vino, hay que hacerle un agregado de 18 gramos de metabisulfito cada 100 litros, para asegurarnos de que no haya ninguna bacteria que lo perjudique. Luego, cuando se hacen los trasiegos (se trasvasa el vino de un depósito a otro, o de una barrica a otra), y todo el trabajo restante hasta que llega el vino a estar en condiciones, se hace un nuevo análisis para reajustar, evaluando qué hace falta para que ese vino pueda estar durante todo el año dentro de una botella o vasija sin que eche a perderse”, destacó Silvia.
La viñatera recordó que empezaron con la elaboración de vinos caseros hace unos 10 años, y casi por accidente. “Arrancamos por inclemencias del tiempo, porque nos cayó piedra, no teníamos nada. Entonces un familiar de mi marido nos dio la uva, y así fue como en ese momento elaboramos 3.800 litros. Al mismo tiempo, en esa época, o vendíamos el vino o no comíamos en todo el año”, rememoró.
Para fortuna de Silvia y su marido, sus vinos tuvieron muy buena aceptación y hoy día elaboran unos 12 mil litros al año. “La uva era excelente, y aparte trabajamos con el INTA, que nos da capacitaciones. Más allá de que mi marido siempre se dedicó a hacer vino casero, desde que empezamos a producirlo para venderlo, hicieron falta capacitaciones”, remarcó la productora.
La familia forma parte de la Asociación de Productores de Vinos Caseros del Este, integrada por pequeños productores que unieron esfuerzos para elaborar y comercializar sus propios vinos. La entidad, que surgió a partir del INTA, “al principio tenía 7 asociados, los que pedimos un crédito para comprar maquinaria. Pero luego esta asociación se agrandó, y hace 3 años atrás el gobierno nos dio un Proderi (Programa de Desarrollo Rural Incluyente), para poder completar nuestras bodeguitas, y comprar maquinaria más avanzada que es compartida entre los asociados”.
Silvia aclaró que cada uno de los socios del grupo “hace su propio vino”. Hay una excepción que ella se ocupa de mostrar con mucho orgullo: es el llamado “Vino de Mujeres”, que elaboran ellas en conjunto y sin participación de los maridos.
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El orgullo también le sale por los poros cuando se refiere a su propio vino. “El primer año sacamos medalla de bronce en un concurso que hizo el Instituto Gastronómico Arrayanes junto al Gobierno provincial”, recordó.
Y resaltó que “por el modo de hacerlo y por la dedicación que uno le da, se le pone más amor a este tipo de vinos. Son vinos con historia, porque atrás de cada año de trabajo va la historia de sacrificio, de llorar porque nos cayó piedra, y ahora por la sequía, porque se nos está secando literalmente la viña, la cepa, ya que no alcanza el agua para regar”.