Hace una década dejó al delta del Paraná por la provincia de Corrientes. Hoy ya hace tres años está radicado en el pueblo histórico de Caa Catí, que se ubica en el noroeste de la provincia y que es atravesado por el estero Santa Lucía, que desagua en la gran cuenca del Iberá.
Allí Jorge Mazzochi trabaja en turismo de naturaleza pero siente que cuando solo ven paisaje y fauna a los visitantes se les genera una “lectura recortada, incompleta” del lugar, porque no hacen contacto con los pobladores y así finalmente “quedan sin ser vistas las cosas de la gente”, como la producción agroecológica de mandioca, la de miel de caña o la de quesos caseros. “Así que hace un tiempo empecé a dividir mis excursiones en dos: el recorrido tradicional y el de la cultura local”, explica.
En el medio conoció la realidad de los cafeteros artesanales del valle del Quindío, en el llamado Eje Cafetero de Colombia, quienes producen café bajo sombrío de monte y vienen sufriendo una difícil situación por la estandarización de la producción con nuevas especies que se producen a cielo abierto en forma extensiva, lo que generó la aparición de consorcios cafeteros que avanzan sobre el territorio con desmontes.
“Ese café sembrado a la sombra de la selva está en vías de extinción. Hay que buscarlo en las fincas de la gente mayor para encontrarlo. Por suerte a algunos lugares los declararon reserva y se hicieron senderos productivos y de observación de aves. Gracias a ello los conocí y aprendí todo ese proceso del café y lo traje para acá”.
¿Y qué hizo, cómo lo hizo? Y, más curiosamente ¿con qué ‘café’?
“Conocí a un productor paraguayo de Apipé Grande, la isla que está frente a la represa de Yacyretá. Él viene de una familia que tiene un pequeño cafetal plantado originalmente con semillas de Bolivia en la época de la Guerra del Chaco. Ya es casi como un café criollo. Mi cafetal lo armé con plantas que le compré a él y con otras que traje de Colombia”.
Sembró las 100 plantas en el monte, bajo los árboles. “No se tiró abajo a ninguno”, remarca.
El emprendimiento cafetero correntino “está muy verde aún, le faltan un año o dos para empezar a producir”, advierte y, con la paciencia de quien no está apurado por recuperar una gran inversión o esperando grandes rendimientos de producción, agrega que “es un proyecto agroecológico abierto al turismo”.
Este productor iniciático proyecta obtener 25 kilos por planta de café y enfatiza que “para una producción artesanal es un montón”. Tras la primera cosecha -que realizará a mano- hará “una molida artesanal y el secado en un altillo, como se hace en Colombia donde se seca de esta manera, respetando además el proceso de fermentación.
En las producciones modernas, al grano se le saca el hollejo “y se lleva muy rápido” del campo. “Mucho del café comercial no hace la fermentación. Las empresas cosechan, lavan y tuestan; mezclan grano bueno y malo. El café excelso, no lo conocemos”, describe.
¿Cuál es el objetivo de esta producción cafetera? “Se trata de conocer la ‘experiencia Iberá’”, dice Mazzochi, quien responde también por su pareja Julieta Mambrín, compañera de la patriada. “Estamos haciendo un glamping dentro de un paseo con pasarelas flotantes para alojar a nuestros visitantes; donde los pobladores son socios de nuestras excursiones”.
En concreto, el primer día realizan un verdadero safari del Iberá, observación de grandes mamíferos y senderismo interpretativo de flora y fauna dentro del área Parque Nacional Iberá y el segundo día es totalmente ‘cultural’: visitan una ‘chipacería’ de unos productores de mandioca que hacen la cosecha, la procesan manualmente y la secan obteniendo el almidón más puro de la zona.
“Visitamos a una señora que vive sola y ordeña sus vacas para hacer queso y dulce de leche; también a un productor de caña de azúcar que hace miel y caña”, describe Mazzochi. “Y cuando ya esté listo todo finalizará con una degustación de auténtico café de monte de Corrientes”.