Entre las décadas de 1970 y 1980, la Fiebre Hemorrágica Argentina ocupó un importante lugar en las noticias. Transmitida por la conocida “laucha del maíz” (Calomys musculinus), el vector natural del virus JUNV, esta enfermedad alcanzó índices de mortandad del 30% y generó gran preocupación en el sector agropecuario, hasta que logró desarrollarse un antídoto y una vacuna. Sin embargo, cincuenta años después y con todavía algunas muertes registradas todos los años, su historia ha sido prácticamente olvidada.
Contra la fiebre lucha la Fundación Maiztegui, y también contra el olvido. Se trata de una organización que nació en 1995 en Pergamino de la mano de distintas entidades como la Federación Agraria Argentina, Asociación de Cooperativas Argentinas, Agricultores Federados Argentinos, Federación Argentina de Cooperativas Agrarias, Cámara de Comercio e Industria de Pergamino, entre otras, con el objetivo de difundir información y concientizar sobre sus riesgos.
“Es una enfermedad antigua que lamentablemente sigue vigente. Hoy tenemos entre 60 y 70 casos anuales, que de no tratarse a tiempo suponen entre 6 y 7 muertes por año. La función de la Fundación es ser un nexo entre las entidades que aportan y el poder brindar apoyo a todo lo que es difusión, concientización y vacunación”, explicó a Bichos de Campo Eduardo Fondato, el vicepresidente de la Fundación Maiztegui.
La Argentina cuenta desde 1989 con una vacuna aprobada por la Organización Mundial de la Salud, con el 96% de efectividad, que integra además el calendario de vacunación desde 2007 y cuya aplicación es gratuita. Aún así, son pocos los que por año deciden aplicársela.
La fiebre hemorrágica “arrancó en las zonas de Pergamino y Junín, y luego se extendió por Santa Fe hasta volverse endémica en esa provincia, en Córdoba, en Buenos Aires y en el noroeste de La Pampa. Hasta que no se desarrolló el antídoto, que era el plasma, y la vacuna, tuvo un índice de mortandad del 30%. Pero luego empezó a olvidarse porque lo urgente va llevando por delante lo importante”, sostuvo Fondato.
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Actualmente la Fundación trabaja para mantener vivo el legado de Julio Maiztegui y del Instituto que lleva su nombre en Pergamino, que es uno de los siete institutos que dependen del Malbrán que realizan producción de vacunas.
“Julio Maiztegui y todo su equipo trabajaron en esto por 20 años. Primero se estableció el origen de la enfermedad, después cómo se ayudaba a aquel ya comprometido con plasma, que con eso se cura, y después la vacuna, que se aplica una sola vez en la vida. En los primeros años, como era un tema que pegaba muy fuerte, se vacunó muchísima gente. Ahora hay mucha sin vacunar”, lamentó el vicepresidente.
Es por eso que los voluntarios de la fundación participan de distintas exposiciones y encuentros, de la mano de los entes sanitarios locales, con el fin de recordar esta historia y a esta enfermedad, y poner a disposición la vacuna.
“No somos de la rama de la medicina sino del apoyo. Nosotros hacemos la gestión de poner a disposición esto para que la vacunación la realicen profesionales de cada lugar. Y nos sorprende la cantidad de gente que se vacuna cuando lo hacemos. Eso nos anima a seguir trabajando en esto”, celebró Fondato.