Maxi Molina es hijo del popular José Molina, “El Viñatero Cantor”, de la ciudad de Junín, en Mendoza. Como él también es artista, es conocido como Maxi Molina. Con 38 años de edad, está casado y tiene dos hijas. Nació en Rivadavia, pero es juninense de alma.
Cuando le pregunté por qué tomó la posta artística de su padre, la de cantar y de hacer música, y no la de viñatero, de seguir acompañando a su padre en la finca de 4 hectáreas de Junín, me contestó lo siguiente:
“Cuando vivimos la crisis política y económica del año 2001, mi padre me dijo: ‘¿Pero por qué a esto le llaman crisis, si nosotros los viñateros nos hemos pasado la vida entera en crisis?’ Mi padre tiene dos pasiones –continuó Maxi-, la de ser viñatero y la de ser cantor, pero desde que tengo memoria que lo he visto sufrir mucho las interminables crisis de nuestro país, tanto las políticas, como también los embates climáticos, porque entre septiembre y diciembre se vive ante el peligro de las heladas, y entre diciembre y marzo, ante el peligro de granizo”.
“Mi padre tiene una finca pequeña –continuó- de 4 hectáreas, que apenas da para que viva una sola familia. Esto ya me llevó a buscar trabajo afuera. De verlo pasarse la vida con tanto sacrificio, sin ver mejorías a corto o largo plazo, me llevó también a no querer continuar el legado de su oficio, que por supuesto tiene su costado bello y emotivo”.
Sigue Maxi: “Ese encanto de una vida viñatera en estos pagos de Cuyo afloran en peñas y serenatas, llenas de alegría, amistad, amores, identidad. Como la fiesta popular que mi padre ha creado con motivo de su cumpleaños, todos los 15 de julio (si cae en domingo, o el domingo siguiente a esa fecha), donde invita a sus amigos a su bella finca en los arrabales de la Villa Cabecera en la calle Arrascaeta s/n, con vino y locro, arroz con pollo y empanadas. Y ellos vienen en familia y se traen la comida, sus chivos o corderos para asar, hasta una familia amiga, que viene de La Pampa”.
En esa fiesta popular se canta, se baila y se comparte la amistad hasta el cansancio, que puede durar hasta tres días (se dice que su padre José, que hoy goza de 71 años de edad, hace vino patero, pisando la uva a pata, unos 300 litros, para invitar a sus amigos).
“Pero sí preferí continuar la faceta artística a de mi padre –sigue contándonos Maxi-. Siempre recuerdan en mi familia que cuando yo tenía apenas cinco años de edad, falleció un músico integrante del trío de mi padre, el Grupo Cuyo, al que él quería mucho, Ramón Ferreyra, junto a Juan Ábrego. Y en un intento de consolarlo, mientras él lo lloraba a Ramón junto a su tumba en el cementerio, yo le dije: ‘No te preocupes papá, que yo voy a tocar con vos’. Y cuando cumplí 15 años de edad, comencé a tocar profesionalmente con mi padre”.
De chico toda la familia trabajaba en la viña. Su madre y él podían manejar el tractor y “atar” la viña. Eso sí, nunca podó, porque ese oficio no es para cualquiera. Eso lo hacía su padre José. Sí aprendió a atar los sarmientos de la vid, cuando están secos, a los alambres que ofician de guías, tarea imprescindible. Entre febrero y abril se realiza la cosecha. Después de la primera helada, se hace la poda de las cepas, cuando baja la savia y se cae la hoja.
Como la misma fábula de la hormiga y la cigarra, su sabio padre José, que conocía muy bien el mundo de la música, de las peñas y de las noches de serenata que hasta hoy perduran, cuando Maxi era un adolescente ya le advirtió con una sentencia: “Ojo, no vaya a andar ‘manyineando’, hijo”. El manyín (o manghin) viene a ser la farra desmedida, en exceso, y hasta se suele atribuir a los fulanos pasados de copas que -de madrugada- andan buscando los restos de vino en las copas que quedan por las mesas.
Y como Maxi no ha logrado vivir exclusivamente de la música, hasta hoy, un día ingresó a trabajar en la empresa de Aguas Mendocinas, realizando la tarea de velar por el buen curso del agua potable de su provincia, que es tan imprescindible, sobre todo para los viñedos cuyanos –vaya paradoja del destino-. Es que esa región era un desierto y aprovechando el agua de deshielo de las altas cumbres de la Cordillera -que ya dominaba muy bien el pueblo ancestral Huarpe- se crearon los fértiles valles mendocinos. Maxi nos alerta de que, con el calentamiento global, la región sufre cada vez más escasez de agua.
Maxi aprendió a tocar la guitarra de niño. Pero en 2004 se creó la carrera de Licenciatura en Música Popular de la Universidad de Cuyo (UNCuyo) y allí ingresó a profundizar sus conocimientos. Fue sesionista de Gustavo Machado y de Víctor Hugo Cortés. En el año 2010 comenzó a componer música cuyana y hoy ya cuenta con un total de veinticinco composiciones, algunas que ya integran sus discos editados y otras que seguramente conformarán el próximo que prepara con letra de Gustavo Machado y de Eduardo Troncoso.
Del año 2004 al 2010 integró el dúo “Mendoza toda” y en 2007 grabó el disco “Guitarra”. En 2012 editó como solista el CD “Nuevo vino”, con cuecas, zambas, una bella tonada, “Febrero en San Luis”, del talentoso Néstor Basurto, grabada con él, y hasta el chamamé “Pescadores de mi río”, de Chacho Müller, con muchos artistas invitados. A algunas letras de Gustavo Machado le ha puesto música, como la “Tonada para una siesta”, o la “Cueca de enero”. También a letras de Pedro Catalfamo, de San Luis, y de Javier Recabarren.
En 2014 lo convocaron Los Trovadores de Cuyo y los acompañó hasta el 2016, en que regresó a tocar con su padre José, hasta hoy. Pero además, acompaña a su hija María Luz, que canta muy bien con apenas siete años de edad.
Maxi se crió viendo a su madre, la Chola Molina, preparar arrope de uva y exquisitos postres cuyanos. Una tía, la Chicha Morales, preparaba la “Mostata”, que es como el dulce de batata, pero que se hace con el mosto de la uva. Siempre ayudó Maxi a su madre a elaborar la Chicha, el Mistela y la “Pichanga”. Según la Chola, para la chicha hace falta hervir el jugo de la uva y luego agregarle yuyos aromáticos, especialmente albahaca, canela y ají amarillo. Que apenas hierva y después enfriarlo bien. Para la “Pichanga”, casi lo mismo, pero sin ají. Y hay que hervirlo un poco más.
Maxi acompañó a una de las más grandes cantoras nacionales, Mónica Abraham, que se presentó hace poco en la “Bendición de los frutos”, de Junín de Mendoza. Hoy Maxi canta y toca en el chalet La Vendimia, de la Bodega Catena Zapata, para turistas y se prepara para presentarse junto a su padre en el festival “Rivadavia canta al país”.
Maxi Molina ya se ha ganado un lugar entre los prestigiosos folkloristas de Mendoza, por su bellísima obra que resalta por su calidad sonora, interpretativa, por su repertorio de poetas elegidos. Está orgulloso de que las y los mejores del canto y la música nacional quieran grabar con él y presentarse junto a él en los escenarios del país y del mundo. Le sobra futuro y esperamos ansiosos su próximo disco.
Pero todas las semanas Maxi trabaja en el cuidado del agua de su provincia, una semana de tarde, y la siguiente de mañana, intercalando sus ensayos y sus presentaciones artísticas. Como si fuera poco, conduce “Un crisol llamado Latinoamérica. Tradición y Cuyanía”, por FM Crecer.
En su perfil de Whatsapp sentencia: “El agua de Mendoza, no se negocia”, porque el agua, como el arte, no deben estar subordinados al lucro, sino que por encima del vil metal hay bienes mayores, que son los preciados bienes de la vida y la belleza para la felicidad de su pueblo.
Maxi Molina eligió para obsequiarnos una cueca cuyana, cuya música fue compuesta por él mismo. La interpreta con su guitarra y su voz, mientras que la letra es de Lito López: “De Serrano a Mendoza”.