Alejandro Emilio “Chaleco” Padilla nació en San Miguel de Tucumán hace 64 años, pero la vida lo enamoró de Raco, una bella quebrada en las alturas del Departamento de Tafí Viejo, donde vive hace muchos años, porque su gran amor y madre de sus hijos tenía una casa de campo allí. Luego de tantos años de vida en ese lugar, el “Club Social Raco” le ha dado el “Premio a la Trayectoria y Dedicación” por fomentar la tradición y la música criolla, y porque siempre “pecha pa’ arriba””. Sus pasiones cotidianas son: su familia, sus amigos, la ganadería, los caballos y los cerros tucumanos.
Chaleco tiene el don de escribir canciones, de cantar y recitar, como también de acompañarse con la guitarra, con tanto sentimiento y autenticidad que se ha ganado ser un cantor popular, no solo de Raco sino de todo Tucumán.
Un día, yendo de Raco a Yerbabuena, se le ocurrieron unos versos que terminaron en la canción “A mi Raco”. Tuvo que parar al costado del camino para escribirla y no olvidarla. Más adelante, trabajando bajo la lluvia, escribió y compuso “Mi chango raqueño”, dedicada a uno de sus hijos. Chaleco encara sus temas luego de haber ido tarareando la canción. Es que la música le va subiendo por la sangre y a las coplas se las dicta el paisaje bucólico y humano. Ese paisaje que anda, el que Yupanqui pintó en su amado “Tukma mágico”, como tituló el sabio Octavio Cejas.
No fue cualquier paisaje el que lo nutrió desde niño, porque su padre venía de trabajar en el manejo de las fincas familiares, en Lules, y un día entró a trabajar en un Banco y lo trasladaron a Santiago del Estero. Allí su madre lo crió en sus primeros años mientras enseñaba bailes folklóricos: le ponía discos de Los Chalcha y de los Hermanos Ábalos para sedarlo. Cuando tenía apenas tres años de edad les pidió un bombo a los reyes magos y ya se familiarizó con su latido. Luego la familia se trasladó a San Luis y a Jujuy, y fue aprendiendo a tocar la guitarra. También vivió en La Pampa.
En 1978 se recibió de Ingeniero zootecnista en la UNT (Universidad Nacional de Tucumán). Comenzó administrando campos ganaderos y luego se dedicó a asesorar de modo privado, como a los grupos CREA. También asesoró cabañas de la raza Brangus y fue jurado de esa raza. Dio consejo a campos ganaderos en casi todo el NOA, desde Recreo hasta Tartagal. Es común verlo en los remates comprando toros para sus clientes, con su hidalguía y su bonomía, afectuoso y respetuoso. Dice que su profesión no fue sólo su “medio” de vida sino también su “modo” de vida.
En su casa raqueña le encanta cocinar con y para sus amigos, tanto hacer asados a la parrilla como cocinar carnes al horno “ecológico”. Le encantan la humita en olla o en chala y las empanadas tucumanas, de carne cortada a cuchillo, con verdeo y sin papa, que se comen “de piernas abiertas”, por lo jugosas. No olvida los “bifes verdes” que le hacía su madre con salsa blanca y perejil. Al popular quesillo tucumano lo puede degustar con miel de caña o con dulce de leche casero.
Cuando era chico Chaleco intentaba masticar los duros “alfeñiques” o caramelos de miel de caña, que se deben chupar, y en las cálidas siestas de verano tomar una “achilata”, un helado popular de origen italiano, ya que en Tucumán se asentó una numerosa colectividad de la “bota europea”. A los pastelitos de dulce de batata o de membrillo, le llamaban los “Picholos”. Y no se olvida del postre de bananas.
Hace 24 años, con amigos, fundó la Fiesta del caballo cerreño, en Raco, en la que se evalúa a los caballos por su habilidad en los cerros. Para esa época escribió un recitado: “Yo soy caballo cerreño”. Hoy trabaja en Yerba Buena asesorando en ganadería a dos empresas de la familia Calliera: Estancia El Azul SA y El Alba SA.
Luego de una infancia y juventud en la que pasó por tantas provincias, Padilla siente que de haber sido como una raíz al aire, al fin logró enterrar su raíz en Sauce Yaco, en Raco. Aún no comprende del todo por qué se aquerenció tanto en esa tierra de tanta poesía y música y de tamaña identidad cerreña y tucumana. Tantas cosas lindas vividas allí le inspiraron la canción que aquí nos quiso dedicar.
Chaleco querido, nos vemos en el próximo asado o en el próximo remate, pero no olvides, por favor, llevar tu guitarra. Escuchamos de él, por él, el tema “Cuando mi vida se acabe”.
Al Ing “Chaleco” Padilla
Tucumán, leales y la ganadería
Hay un ingeniero del campo
Con criterio y sin tapujos
Que recuerdo con agrado.
En reuniones y en encuentros
Siempre su palabra franca
Nunca faltaba el espacio
Para compartir su enseñanza.
Hoy estoy en otros pagos,
Y al compartir está nota
Junto a los bichos del campo
Un abrazo y un gran recuerdo.
Excelente nota. Chaleco es una leyenda viviente…