Hay historias que solo perduran porque hay quienes se toman el trabajo de alimentarlas y mantenerlas vivas. Tal es el caso de los olivares de Federación, en la provincia de Entre Ríos, que durante décadas alimentaron a una pujante economía regional en esa zona y que hoy no son más que un recuerdo –casi un mito- en la mente de los colonos y chacareros.
Omar Mover es uno de esos guardianes. Con 82 años y aún reconociéndose como peón, aunque ya no lo sigue siendo, custodia con esmero los relatos de la “Fábrica de Aceite Taangá” y de la finca con la que se sustentaba: “Olivares Taangá”.
El escaso material historiográfico dirá que las primeras plantaciones de olivos en Entre Ríos se hicieron en la década de 1880, en las localidades de Concordia y Federación. Las plantas fueron importadas de España, Italia, Francia, Portugal y África por el señor José Oriol, y llamativamente se prendieron bien a pesar de la humedad de la zona. Tanto así que llegó a producirse una variedad, la ascolano, que no se adaptó a los climas de La Rioja y San Juan, dos de las principales provincias productoras de olivares del país.
Recién para 1933 entró en vigencia la ley 11.643 de Fomento del Cultivo del Olivo, que si bien no tuvo mucho acatamiento sirvió para impulsar la instalación de viveros para la provisión de plantas en la provincia. Sin embargo esta actividad no se consagró como pujante hasta la época en que Omar entró en escena, por lo que es momento de avanzar unos casilleros.
En 1942 un empresario de Buenos Aires adquirió una estancia en la zona de Federación. Se trataba de Simón Pollack, quien por esos años era dueño de la revista “Estampa”. La compra nada tuvo que ver con un interés de ampliar sus inmuebles sino más bien con un favor que le hizo a un conocido que remataba esa propiedad. La misma contaba con 1700 hectáreas.
“Ofertó en 1942 y como no hubo otro se la quedó. Después de que compró vino a conocerlo lo que había adquirido. Hizo una sociedad con un español amigo suyo, que venía de una zona de España en donde se hacían olivos. Fue ahí que se le dio por plantar. Se plantaron 800 hectáreas entre 1942 y 1944. Se hizo todo a fuerza de caballo y arado de asiento. No había tractores en ese tiempo”, dijo a Bichos de Campo Omar Mover.
La Estancia fue bautizada como “Olivares Taangá”, que según pudo saber Mover era la traducción en guaraní para la palabra “Estampa”.
La producción se concentró en dos variedades de aceitunas: la arbequina, de pequeño tamaño y gran capacidad aceitera, y la colano, de mayor tamaño y considerada de mesa. Eso rápidamente impulsó la creación de la Fábrica de Aceite Taangá y de una planta procesadora y envasadora de las aceitunas de mesa. Con el tiempo Federación sumó otras 5 plantas y Chajarí otra, dando lugar a un pequeño pero pujante polo productor olivícola de siete fábricas.
“Yo entré en 1976 con 46 años. Para ese entonces ya tenía cuatro hijos. Ese fue un año récord. Se hicieron 550.000 kilos de aceituna de mesa y 650.000 de arbequina para aceite. Todavía se ve la fábrica si se pasa por la ruta 14, porque antes no pasaba por ahí. La ruta se hizo en 1979 luego de que se movió Federación. Las fábricas no daban abasto cuando era tiempo de cosecha. Se comercializaba casi todo a Buenos Aires y se exportaban desde Buenos Aires a Brasil. Se hacía mucha aceituna”, recordó Mover.
El entrerriano ingresó en el área administrativa para llevar adelante todo el control de la cosecha, fraccionamiento y pago a proveedores. Después de poco más de un año quedó fijo y llegó a convertirse en encargado, aunque siempre trabajó codo a codo con el resto de la peonada.
En su época de oro Taangá llegó a tener 350 empleados entre cosecheros temporarios y personal fijo. Recibía la producción propia y la de otros vecinos que en ese entonces transportaban todo en carreta. La fábrica operaba en dos turnos, uno diario y otro nocturno, y sus meses de mayor trabajo eran entre marzo y junio o julio cuando terminaba la campaña. El impacto de esta producción fue tal que impulsó el crecimiento de las colonias aledañas.
Sin embargo en 1988, en paralelo al crecimiento del sector citrícola en la provincia, con 84 años Pollack decidió vender la empresa y la estancia.
“Estaba muy viejo y solo. Enviudó muy temprano con una sola hija, y la hija también enviudó temprano con 3 hijos. Ella vivió siempre en Buenos Aires. Él estaba un tiempo allá y venía, pero se cansó. Por eso vendió y se fue. Murió en un asilo después de ser tan rico. Una ironía de la vida”, consideró Mover.
Pero quizás la parte más sorprendente de esta historia sea que al tiempo en que el empresario se retiró, los olivares comenzaron a morir. Por supuesto nada tiene que ver con un hecho fantástico, pero no deja de ser un dato curioso.
“Cuando Pollack vendió, el olivo no dio más. Le entró una peste a las raíces y comenzaron a secarse. Los del INTA iban, pero ninguno tenía experiencia en olivicultura. Empezó a haber mucha humedad y se empezaron a pudrir las raíces. Afectó a los vecinos también que empezaron a delimitar el olivo y a poner citrus porque inició su boom. Aparte era mucho menos trabajo. El olivo requiere una cosecha manual y en el citrus va una cuadrilla. El mejor momento del olivo fue entre 1950 y 1980”, relató el ex encargado.
Taangá pasó a manos de un empresario judío de nombre Israel Cagana, que según distintos rumores era muy acaudalado y tenía bancos en Estados Unidos. También compró dos campos en Concordia abocados a la producción citrícola, por lo que decidió reconvertir también la actividad de la estancia de Federación. La mayoría de los empleados fueron despedidos pero Mover consiguió seguir como encargado.
“Tenía mucho apuro de que yo desmonte 100 hectáreas por año y que le plante 100 de citrus. El olivo no le interesaba a él porque pagan muy poco. Era mucho el gasto para hacer la aceituna y después pagaban miseria. La estructura de la fábrica quedó, pero se vendió todo lo de adentro, las maquinas y eso. Era un galpón con 80 piletas de cemento. El nuevo dueño las hizo sacar todas y tirar 90.000 kilos de aceituna que ya estaban hechas”, se lamentó el entrerriano.
Fue así que hasta 1994 se fueron desmontando paulatinamente todos los olivares de Taangá. Sin embargo la gestión de Cagana duró poco y ese año la ex Dirección General Impositiva (DGI) le quitó los campos de Concordia por no pagar los correspondientes impuestos, y se vio obligado a vender todas las tierras de Federación.
Taangá pasó de manos nuevamente y fue adquirida por la firma Luciano SA, de unos empresarios alemanes, para la que Mover también trabajó.
“Ya en ese entonces era todo citrus y se empezó a exportar. Yo hacía todos los trabajos hasta que pusieron a ingenieros y ya ellos no estuvieron conmigo. Me empezaron a pedir que entregue la fruta sin remito y yo les dije que no, porque si no quedaba como un ladrón. Cuando vino el presidente de la firma le dije lo que le iba a pasar. Uno de los ingenieros le terminó robando como 200.000 cajones de fruta ese año”, relato Mover.
Y a continuación agregó: “Yo saqué todo el olivo, puse citrus, hice los viveros, los planté. ¿Mirá si iba a empezar a robar? Conmigo no va eso. Pero me hicieron un favor porque me fui y trabajé por mi cuenta, me hice la vida”.
Bichos de Campo recibió el llamado de representantes de Luciano S.A que negaron que la sustracción de mercaderia mencionada por Mover fuera real.
-¿En qué año se fue usted?- le preguntamos a Omar.
-En el 1999 casi 2000. Estuve 24 años.
-¿A partir de ahí que hizo?
-Arrendé un campo y tengo animales. Voy dos veces por semana. Hasta ahora todavía puedo andar a caballo y trabajar.
-¿Nunca se le ocurrió poner citrus?
-No, nunca tuve propiedades. Siempre fui peón y el peón tiene que serle fiel al patrón y nada más.
-¿Sus hijos llegaron a trabajar con usted en Taangá?
-Sí. Yo no les pude dar estudios pero les enseñé a trabajar. Tengo tres varones y dos mujeres. Están todos mejor que yo. Todos trabajaron en Taangá. Las mujeres eran clasificadoras en la fábrica de aceitunas. Había entre 10 y 12 mujeres en total. Mis hijos trabajaban en el monte con los tractores y demás.
-Taangá le dio trabajo a toda su familia.
-A toda. Incluso a mi señora porque ella era cocinera de los patrones cuando venían. Primero de los Pollack, después de Cagana y por último de los alemanes.
-¿Cuál fue el mejor momento de Taangá?
-El mejor momento fue en 1976 con la cosecha récord. Después siempre se sacaban entre 300 mil y 400 mil kilos. Le dio de vivir a mucha gente. Ayudó mucho a crecer a Federación.
-¿Cuál es el recuerdo que más valora?
-Lo que más valoro es que aprendí a trabajar con la gente. Cuando entré en 1976 había 350 cosechadores. Yo solo para lidiar con todo eso. Tuve que aprender a trabajar con la gente. Trabajaba a la par de los peones, era encargado pero daba el lomo al igual que ellos. Nunca tuve una discusión con nadie.
Aunque sea sorprendente, esta historia tiene una melliza en la provincia de Buenos Aires, a la que tristemente Bichos de Campo no consiguió darle tanto despliegue. En el partido de Lincoln, puntualmente en la localidad de Roberts, supo haber extensos campos con olivares (ver foto) que casi posicionan a la provincia con la principal productora del país. Sin embargo, como ocurrió en Entre Ríos, su producción entró en decadencia.
A pesar de mucha investigación y distintas entrevistas, este medio no consiguió un relato que de ese pasado como lo hizo Omar. Nos remitimos únicamente a dejar un viejo documental guardado por el Archivo General de La Nación, que podrá encontrar en el aquí.