La entrevista con Roxana Roeschlin, que es doctora en biotecnología recibida en Rosario y una de las investigadoras que trabaja mejorando el algodón argentino en el INTA Reconquista, arranca con anécdota real: Hacia 1998, la ex Monsanto invitó a un grupo de periodistas argentinos a su laboratorio central en Estados Unidos y, queriéndolos impactar con las bondades de la transgénesis (acababan de lanzar la soja RR, el maíz Bt y el algodón Bt), la compañía prometió que para 2003 iba a lanzar al mercado algodones que dieran capullos de diversos colores, para que la industria textil luego no tuviera que teñir esa fibra. Habría algodón azul para hacer los jeans y de otras tonalidades para otras cosas.
Han pasado más de 20 años desde aquella promesa, Monsanto fue comprada por Bayer y finalmente nada de eso sucedió: no hubo capullos de colores.
Roxana escucha la anécdota sabiendo el final de la historia, pues trabaja con biotecnología agrícola dentro del INTA y sabe que no se trata de soplar y hacer botellas. Que no deben venderse espejitos de colores. De todos modos, como consuelo, le muestra a Bichos de Campo un frasquito que contiene un poco de fibra de algodón de color amarronado. Aclara que ese es su color natural, pues no es material OGM sino una de las muchas variedades de algodón que tienen en el banco de germoplasma del organismo y que son la base de sus ensayos.
“En el laboratorio de biotecnología lo que hacemos es buscar características que queremos que tenga ese algodón y efectuamos cruzamientos. En nuestro país y en el mundo hay distintas tonalidades que se pueden utilizar para el mejoramiento genético del algodón. Mejoramiento es lo que hacemos aquí”, explicó Roeschlin, que estudió biotecnología en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y luego se mudó a Reconquista, en el norte de Santa Fe, cuando en 2017 el INTA inauguró este laboratorio de avanzada.
Allí lo que menos les interesa por ahora es el color que vaya a tener cada capullo. Pero no dejan de hacerse otras preguntas: ¿Se puede lograr cultivos más resistentes a la falta o sobreabundancia de agua? ¿Hay forma de que esas semillas germinen en suelos salinos? ¿De qué manera se puede lograr que resistan a distintas enfermedades o plagas?
Para poder trabajar más aceleradamente en el mejoramiento del cultivo de algodón, que es una economía regional muy importante en las provincias del NEA, el INTA Reconquista acaba de inaugurar un segundo laboratorio de Ecofisiología Vegetal, y además tienen equipos para realizar una medición a pequeña escala industrial de los parámetros de la fibra, como el largo, el grosor y la resistencia. De estas cosas hablaremos en otros artículos.
La gran apuesta de este grupo de investigadores es poder ofrecer al sector algodonero nuevas variedades de semillas en los próximos años, porque la oferta varietal actual es realmente muy limitada. Nada de capullos de colores. Las pesquisas que hacen Roxana y sus compañeros apuntan a resolver algunos dilemas productivos mucho más urgentes.
“En principio lo que buscamos es mejorar la producción, el rendimiento de ese cultivo y la calidad del algodón”, indicó Roeschlin.
Mirá la entrevista con Roxana Roeschlin:
¿Y cómo se introduce una variación en una variedad? En el laboratorio de Biotecnología pueden leer el ADN de cada cultivo y marcan las características que les interesa investigar a través de los marcadores moleculares. Luego de tener “marcados” esos rasgos de potencial interés, comienza la multiplicación y los ensayos con cientos de variedades, tanto a campo como en invernadero.
“Hay distintos tipos de mejoramiento. El clásico es que uno siembra esas semillas en el campo, ve una característica favorable de alguna planta en particular, agarra esas semillas y la vuelve a sembrar. Pero eso tarda, son campañas y campañas. Lo que te permite hacer el mejoramiento asistido con identificadores moleculares es que uno evita ir tan temprano al campo. Podemos hacer en un mismo año 2 o 3 cruzamientos de lo que queremos mejorar e ir seleccionando”, señaló la investigadora.
Eso termina por traducirse en un ahorro de tiempo y recursos. Hoy en día el país cuenta con siete variedades comerciales de cultivo de algodón. No son muchas y debería haber más, porque a mayor cantidad de variabilidad y de genotipos disponibles en el mercado, habrá mejores chances de mantener los cultivos sanos durante toda la campaña.
“Cuando ocurre algo en el ambiente o se desarrolla alguna plaga o enfermedad, si tenés poca variabilidad de semillas con el mismo fenotipo, podés perder toda la producción ese año”, sentenció Roeschlin.
El trabajo con cruzamientos no es la única forma de generar variabilidad en semillas, sino que también en este laboratorio se puede trabajar a partir de provocar mutaciones. Los investigadores trabajan con agentes mutagénicos para alterar el ADN original de una variedad y luego analizan los resultados. Esto les permite obtener caracteres que todavía no se encuentren presentes en el banco de germoplasma existente.
-Bueno, me queda claro que no se dejarán tentar por los capullos de colores y que buscan otra cosa más útil. ¿Pero cuánto tiempo más crees que el INTA podrá demorar en presentar nuevas variedades?
-Los tiempos son más o menos cuatro o cinco años para llegar a presentar una variedad. Una vez que se mejora ese cultivar, hay que probarlo al menos dos o tres años consecutivos, para que ese genotipo este enfrentado a tres campañas con condiciones ambientales distintas. Así veremos si se comporte de la misma manera. Si un año se comportó de forma espectacular y al año siguiente cambian las condiciones y no rinde como debería haber rendido, algo no está bien.