“Me llegué a llevar 33 materias en el secundario, pero no era burro, tenía otros intereses, armaba y desarmaba todo lo que se me cruce por delante, hasta llegamos a tener, de adolescentes en el garaje de mis viejos, ´La tuerca erótica´, un taller de amigos aficionados, llegamos hasta desarmar el rambler de mi papá”.
El que habla del otro lado de la virtualidad, desde Bolivia, donde vive tiempo compartido, es Ricardo Martínez Peck, consultor y asesor en maquinaria agrícola, formador de operarios, que en un nuevo capítulo de El podcast de tu vida cuenta de sus pasiones en el campo… y más allá del campo.
Nacido y criado en el sur del gran Buenos Aires, Martínez Peck cuenta con orgullo que es una “mezcla extraña de 8 apellidos vascos por el lado de su padre y 8 apellidos sajones por parte de su madre”.
En la nota (capítulo 94 de EPV), cuenta que durante su escolarización en una institución vasca no sólo jugó al rugby, sino que armaron todo desde cero: “Literalmente, armamos la cancha, los arcos, diseñamos la camiseta y nos inscribimos en la UAR, éramos discretos, pero nos divertimos mucho, yo era un fullback muy buen tacleador”, luce con orgullo.
Estudió Mecanización Agrícola (de los pocos egresados de la carrera que después cerró). Su conexión con el campo en esa época era unos tíos que vivían en la zona de Punta Indio, ahí tenían campo. Andaba en sulky y tenía los primeros “escarceos” con el ámbito que después sería su profesión tan amada.
Siendo estudiante estuvo en el norte, Salta y Corrientes, reformando estufas de tabaco. Después hizo filtros de pileta y pasó por varias fábricas de maquinaria agrícola. En un momento, hace dos décadas, decidió que podía abrirse solo y dedicarse a la consultoría y la capacitación en maquinaria agrícola. Y de eso vive hoy. Ha vivido 9 años en Uruguay, varios en Argentina y hoy hace base en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
De los viajes en moto, dice: “Disfruto mucho de ir conmigo mismo, viajo a la velocidad del paisaje, tranquilo”. Pasen y lean, porque les prometo descubrir un lado B que pocos conocen de Ricardo. ¡Ah! Se jacta con cuatro especialidades en la cocina que no se esperan. La mesa está servida…
-Contame de tu familia, una mezcla de 8 apellidos vascos por el lado de tu madre y 8 apellidos sajones por parte de tu padre. ¿De dónde venís? ¿En qué hogar te criaste? ¿Qué hacían tus viejos?
-Es bastante particular. Hay una cruza genética muy fuerte. Por el lado de mi viejo, José Luis Martínez Echave, como todo vasco que se precie de tal, poder demostrar que tiene los 8 apellidos vascos es parte de su honor. Y por el lado de mi madre, Elisa J. Peck, eran todos apellidos sajones (Jones, Sharp, Button). Aparecen ahí un mix de esa herencia. Los vascos, rústicos, nobles, del blanco o negro… no digo que sea bueno, pero es lo que es. O estás de un lado de la raya o del otro. El vasco es duro hasta que te lee y sabe quién sos. Una vez que confía en vos se abre. Y también los deportes. Por ejemplo, quien hacha el tronco más grande en menos tiempo, quien tira la piedra grande más lejos… además de que los curas vascos del colegio donde yo iba jugaban a la paleta con la mano, la pelota vasca. Vos imagínate el brazo de esos curas eran una pierna. Creo que todo eso nos marcó mucho.
-¿Y de los ingleses?
-El orden, la disciplina, lo metódico. De esa conjunción de cosas salimos los cuatro hermanos.
-¿Y qué había de campo en esa infancia o juventud?
-El sur del conurbano, Adrogué por entonces, tenía un aire pueblerino. Calles de adoquines, muchos árboles, pero nosotros íbamos mucho a Punta Indio. Porque parte de la familia vasca de papá se crio en esa zona. Entonces, si bien no teníamos campo íbamos a la zona rural. Recuerdo entonces de chico salir a pasear con mis tíos, en sulky, ir a pescar. Yo tenía un contacto indirecto con esa inmensidad, el aire fresco de campo y probablemente ahí empecé a disfrutar de lo que es el ámbito rural.
-Llegó el momento de estudiar, pensaste en agronomía, pero no iba a funcionar, y encontraste Mecanización Agrícola. ¿Por qué elegiste esa carrera y qué te imaginabas haciendo?
-En el secundario fue patética mi performance, me llevé creo que 33 materias, que cuando me ponía a estudiar las aprobaba, pero en el año le dedicaba el tiempo a otras cosas. Cuando terminé el secundario varios de mis compañeros iban para agronomía. Algunos a La Plata, otros a Buenos Aires. Pero La Plata era más de gente del interior. Así empecé. Dos años a pura biología, química y demás, no progresé demasiado. No era culpa de la universidad sino culpa mía. Y un amigo de mi padre nos dice que había una carrera que se llamaba Mecanización Agrícola. Muy poco conocida, se dictaba en la UADE. La empecé. Me entusiasmó. Me gustaba lo que veía y la terminé en pocos años y muy buenas calificaciones. Soy uno de los raros que anda dando vueltas por ahí que somos licenciados en Mecanización Agrícola. La carrera después se discontinuó.
-Cuando entraste en la carrera, imagino que tenías una idea de qué querías ser y hacer. ¿Encontraste otras cosas después?
-Yo estaba atrás de un objetivo que era saber de maquinaria, de mecánica y quería saber todo ese conocimiento y pasión en un ámbito no ciudadano. Ese era mi objetivo. Esa carrera tenía la fórmula para lograr eso.
-¿Y qué te gusta de lo que hacés hoy?
-Lo que más me gusta es que muchas veces mis intervenciones permiten mejorar las habilidades de los operadores. A veces, porque el propietario del campo quiere que siembren mejor. A veces porque quieren que sean mejores personas. Hay distintas formas de abordar el tema. Mi mayor trabajo es la formación de los recursos humanos. Entonces, el solo hecho de pensar que mi intervención le pueda cambiar un poco el destino o la vida a esa persona, aunque sea mínimo, es mi mayor satisfacción. Yo suelo usar una frase que es: “…y además de esto, me pagan”. Ese es el grado de satisfacción que suelo terminar mis jornadas de trabajo.
-Desde 2000 trabajás como asesor y consultor. ¿Qué ves? ¿Máquinas con más tecnología? ¿Gente más o menos capacitada para usarlas?
-Está muy complicado porque la tecnología sigue avanzando. Los operadores que me cruzo en los campos la mayoría son los mismos que me cruzaba hace 30 años. no es malo esto per se. Pero no estamos reponiendo a la gente que vamos a necesitar. No la estamos formando. No hay una formación de base. Vos hace 15-20 años tomabas a un chico egresado de una agrotécnica y tenía una buena base para trabajar. Hoy un chio que sale de ahí está complicado. Entonces, a veces veo que al agricultor le están instalando un pensamiento mágico que es “vos compra una máquina que lo hace todo sola”. Pero estamos descubriendo que no es así y está apreciendo de la peor manera. Y eso es grave.
-Jugaste al rugby. ¿Qué experiencia tenés de ese deporte?
-Si, en realidad, yo no solamente jugué al rugby. Armamos un club. Eso tiene otra connotación. Fui al colegio vasco Euskal Echea donde el rugby no existía. Y nosotros éramos un grupo que habíamos jugado en algún momento de más chicos y queríamos jugar. Con un grupo de locos hicimos la cancha. Fabricamos los arcos. Me acuerdo haberlos soldado con un cura, el padre Alfonso y después los pusimos. En un bar cerca del colegio diseñamos la camiseta. O sea, nosotros no sólo jugamos sino también lo inscribimos en la UAR (Unión Argentina de Rugby). No éramos estrellas, pero nos divertimos muchísimo. Y yo creo que el rugby como deporte es realmente excepcional porque es una mezcla de templanza, dureza, respeto por el adversario es muy importante.
-¿Y de que jugabas?
-De full back, era un tacleador terrible. No pasaba uno. Tenía fama de ser muy bueno tacleando. No tan ofensivo, pero sí defendiendo. Asique el rugby creo que como formador de personalidades es importantísimo. No aceptamos la agresividad, la deslealtad está penalizada. Es el único deporte que genera cuidar al otro, porque estás solo frente a 15 rivales duros. Los lazos de amistad son fuertes porque siempre te acordás de aquel que te ayudó cuando te estaban dando entre 4-5 y eso es pera toda la vida.
-Bueno, ahora sí, hablemos de fierros, motos, autos… ¿Identificás de dónde puede venir esa pasión por saber cómo funcionan las cosas? Eso de desarmar todo…
-Lo primero es que nuestros padres nos dieron mucha libertad. Otros padres nos hubieran cortado las alas. Y los nuestros no. Con mi hermano éramos una máquina de hacer cagadas… Había algún reto pero no nos impedían seguir probando. Eso sí, por suerte, como papá era piloto de aerolínea en algún momento estaba ausente cuando nos la mandábamos grande. En una época recuerdo que mi padre nos trajo una colección de libros que se llamaba How and why. Te explicaba cómo funcionaban las cosas. Eso era para nosotros una fuente de inspiración para salir a hacer y probar cosas. Fue una combinación de cosas.
-Me contabas en el que hubo un momento le querías poner motor a la bicicleta y terminaron comprando una moto en serio porque alguien le dijo a tu madre que te ibas a matar…
-Si, yo tenía una bicicleta grande americana, muy fuerte. Y encontré un motor de 48 cc y me lo propuse ponérselo a la bici. Porque por entonces no me dejaban comprar una moto. Cuando mi madre habló con un bicicletero cerca de casa él le advirtió que yo iba a lograr ponerle el motor a la bici y que me iba a matar porque no iba a poder frenar… por eso, le dijo que era mejor que me compre una moto. Ahí me compré mi primer Legnano 48 cc.
-Quiero saber de la “Tuerca erótica”. ¿Cómo surgió esa especie de aguantadero juvenil?
-Por el nombre ya estábamos adolescentes. Siempre estábamos llenos de bulones y tuercas y pensamos un nombre divertido. Era, básicamente, el garage de mi casa que mis padres permitían que entraran 5-6 motos de amigos, y toda cosa que no funcionaba pasaba por ahí a ver si podíamos arrancarlo. Desde un Ford A hasta el Rambler de mi viejo que le sacamos el motor Tornado 680 que pesaba como dos toneladas… todo pasaba por la Tuerca erótica… Eso fue entre los 16 y hasta que me fui de casa.
-Contame si querés qué motos has ido teniendo y qué moto tenes hoy…
-Siempre fueron motos sencillas. Empecé como te contaba con una Legnano 48, después una Siambreta 125 que se compró rota, con el cigüeñal clavado. Cuando la compramos le dijeron a mamá “tranquila señora que va a tardar dos años en armarla”. Y en unos meses la moto ya la tenía andando. Después con mi hermano compramos dos motos inglesas Matchless, una 500 y una 350. Eran dos cajas de maderas con piezas. Nos repartimos más o menos de quien era cada pieza. Mi hermano la armó medio rápido. Yo esa moto demoré casi dos años porque la restauré toda, la dejé muy bonita. Esa fue la moto que tuve hasta que me casé. Una Matchless 500 monocilíndrica del año 1951. Toda una reliquia. Después durante mucho tiempo no tuve. Y cuando estuve en Uruguay me compré otra Matchless y la restauré toda. Lo lindo era que ya había internet. Compraba piezas usadas en Inglaterra y me llegaban por correo. Después me compré una más moderna, una Royal Enfield 500, modelo classic. Ya en Argentina de nuevo compré una Mondial 250 con la que me fui hasta Madryn. Después me fui a una moto que está entre mi edad y poder andar por calles de tierra, me quedé con una Falcon 400, que es híbrida, puede andar por tierra y ruta.
-No quiero dejar de preguntarte por los viajes. Porque te gusta viajar en la moto. ¿Qué lugares has recorrido?
-Soy un viajero atípico. Porque soy del que anda buscando los pequeños lugares que están quizás a 180 kilómetros de Buenos Aires pero nadie conoce. O ir a Coronel Suárez y terminar en la estación ferroviaria Quiñihual, donde hay un solo habitante y a esa persona la conozco desde que iba a trabajar a los campos de la zona. Soy el que busca historias mínimas en mis salidas en moto. No soy de los grandes raids. Mi viaje es otro. Muchas veces digo la expresión: “viajo a la velocidad del paisaje”. Es una actitud. No salgo con una agenda apretada. Salir de Argentina para mí no tiene sentido porque con lo que me falta conocer de acá no lo necesito.
-¿Y qué te gustaría o faltaría conocer de acá?
-Yo tengo armada una especie de lista de pendientes antes de partir. Hay un circuito pendiente que es subir desde San Martín en el Parque Calilegua. Hasta una parte de San Francisco ya subí, pero ahora se habilitó otra parte. Seguís subiendo por las yungas, y llegas a Humahuaca.
-Bueno, bien, llegamos al pin-pong de El podcast de tu vida. La primera pregunta tiene que ver con ¿Qué te gusta cocinar? ¿Cómo te llevás con la cocina?
-Me gusta cocinar y tengo una reputación muy ganada con tres cosas bien distintas. Una son las pizzas a la piedra con horno de barro y leña el público siempre me las demanda. Lo otro la tortilla de papas con chorizo. Y, como decía un vasco amigo, jugosa pero no cruda. Y la tercera, una influencia sajona es el pastel de papas, que se hace con masa abajo y papa arriba. Tiene una vertiente que es el sheppard pie, que se hace con cordero. Ah, y el locro. Para muchos, 20-30 personas. Y después la cocina diaria me gusta rebuscármela con lo que haya.
-¿Qué te gusta hacer cuando llegás a tu casa después de un día largo de laburo?
-Yo te soy sincero, no necesito despejar mi cabeza. No me queda tan cargada después de laburo. Yo creo que soy un privilegiado, no tengo presión. Hago lo que me gusta. No me genera estrés. Sería muy difícil contarte una semana de trabajo mío, el grado de intensidad y de esfuerzo físico y manejo, horas al sol, pero no me afecta, no me molesta. Las disfruto. Honestamente. Pero sí, lo único que necesito, más por cansancio físico, es sentarme, conversar con alguien un rato, tomarme un gin tonic, aire libre, estrellas, cielo. Esa conexión mística es lo único que puedo llegar a necesitar.
-Si pudieses tener un super poder, ¿Cuál elegirías tener?
-Yo quisiera poder revertir la decadencia y la destrucción de la educación en Argentina. Ese me gustaría que fuese mi superpoder. Es un tema que me angustia y preocupa. Es gravísimo y creo que la gente no es consciente de lo que se viene. Vamos a tener una cantidad de gente que no va a poder hacer nada. Y eso me tiene preocupadísimo.
-¿Qué lugar te gustaría conocer más allá de lo que me contaste viajando en moto?
-De chico viajé mucho porque mi papá era piloto de avión: Europa, Africa, Estados Unidos. Y honestamente Argentina es tan inmensa y linda que tendría muy pocas razones para viajar fuera de Argentina. Salvo que me digas vamos a una playa en el Caribe. Y vamos, pero si no, no vale la pena.
-Bueno, bien, ahora sí llegamos a la última pregunta que, para algunos es la más difícil y tirana. ¿Qué tema musical elegirías para cerrar la charla?
-Alineado con los viajes en moto, te diría Creedence Cleanwater Revival, sería uno de los conjuntos, y “Cotton fields”, es el tema, te los imaginás cuando vas viajando. El otro día me preguntaban por qué gusta tanto la moto. Y yo te digo. Vos podés viajar solo o en grupo, pero siempre viajás solo. Solo pero acompañado. Esas horas que vos estás solo, estás solo con tus pensamientos. Y creo que eso tiene de lindo. Después llegás a destino y estás con tus amigos o las personas del lugar. Y cuando me preguntan por qué viajo solo, yo respondo, porque me llevo bien conmigo mismo.