René Longoni es arquitecto y un estudioso de la vida y obra del ingeniero Francisco Salamone (Leonforte, Sicilia, 1897- Buenos Aires, 1959), reconocido en especial por toda su obra realizada en la provincia de Buenos Aires. En 1985 Longoni y su equipo de estudio conocieron el portal del cementerio de la ciudad de Azul y partir de esta experiencia, Francisco Salamone y su obra fueron temas permanentes de estudio y materia de numerosas publicaciones.
“Una dificultad en el desarrollo de la investigación fue la dispersión documental en cada municipio y la pérdida irreparable del archivo profesional y empresario de Salamone por la desidia familiar”, describe Longoni. “A pesar del tiempo transcurrido y las investigaciones realizadas, aún a la fecha hay aspectos personales y profesionales que permanecen desconocidos”, lamenta.
Más allá del hermetismo que sobrevuela la figura del arquitecto siciliano, Longoni distingue tres períodos en su vida profesional: Uno sucede en Córdoba (1920-935), donde despliega una extraordinaria capacidad de trabajo pero también una incontrolable necesidad de reconocimiento público y un temperamento que le trajo problemas. Entre 1925 y 1932 reside en el valle de Punilla, donde desarrolla junto a sus hermanos una intensa actividad política en las filas de la UCR yrigoyenista pero en las elecciones de 1930, es derrotada su candidatura a una senaduría provincial.
Entre 1933 y 1935 es contratado por las ciudades de Villa María y Las Varillas y en esta producción se encuentran dos obras de ruptura: la Plaza Centenario y el Matadero Municipal en Villa María, que preanuncian la etapa bonaerense. Con el cambio de autoridades provinciales, un conflicto político–judicial lo aleja de la provincia, emigrando junto a sus colaboradores a Buenos Aires.
Otro período y el más conocido es el de Buenos Aires (1936-1940), en el que la Provincia relanzó un plan de obras descentralizado para cubrir las necesidades edilicias de los 110 municipios, existentes en ese entonces.
En un marco de libre elección de profesionales, Salamone fue contratado con al menos 18 Partidos el proyecto y dirección de las obras ajustadas a las normativas vigentes. Si bien la crisis económica de 1938 abortó a algunos de estos emprendimientos, lo cierto es que en cuatro años, construyó un centenar de edificios y espacios comunales.
“De estos cien, al menos una treintena de proyectos tienen indudable interés arquitectónico y fueron objeto de declaratorias patrimoniales y otros reconocimientos. La intervención del gobierno nacional (el presidente Ortiz) a la provincia en 1940 y los consiguientes conflictos políticos significó un abrupto final de su etapa bonaerense”, describe Longoni.
“Su hábil manejo de las formas, propio de un espíritu intenso y barroco, produjo obras cuya impactante estética de vanguardia justificarían ubicar a Salamone dentro de los primeros modernos del siglo XX”, aclara.
La tercera y última parte de la vida de Salamone transcurrió en la Capital Federal (1942-1959), donde creó la empresa familiar SAFFRA, dedicada a pavimentaciones urbanas en el conurbano y unas pocas obras de viviendas en propiedad horizontal. Pero, acosado por problemas de salud, familiares y económicos, perdió el interés en explorar caminos alternativos y, de una producción signada por la mediocridad, lo más rescatable es el edificio ubicado en Av. Alvear y Ayacucho.
Tras décadas de ausencia en el canon oficial de la modernidad de la arquitectura argentina, en los años noventa se produjo un potente “resurgir” de Salamone y de su obra. Hoy es materia de numerosas publicaciones, videos, exposiciones fotográficas y de declaratorias patrimoniales. Un indudable factor en la popularización de su obra fue la exposición itinerante del fotógrafo norteamericano Ed Shaw, iniciada en 1997 en el Centro Cultural Borges y que luego recorrió numerosos espacios locales y extranjeros, respaldada por una intensa difusión periodística.
La ley 4017/28 de Obras Municipales fue sancionada por el gobierno bonaerense de Valentín Vergara (1926-1930) y establecía la normativa para el financiamiento mediante bonos que cotizaban en Bolsa, de los planes comunales que abarcaban mejoras edilicias o de equipamiento.
“En este marco Salamone actúa como profesional liberal, en un tiempo que este tipo de actuaciones no estaban reguladas”, destaca Longoni. “Y hay un detalle importante: Salamone cobraba el 10% como honorario total, pero lo hacía recién con cada certificado de obra. O sea, si la obra no se hacía, no cobraba, mientras que en general, los profesionales actuantes en otras municipalidades cobraban entre el 5 y el 7%, pero al finalizar cada etapa del proceso: anteproyecto, proyecto, legajo licitatorio, dirección de obra”.
A Salamone lo contrataron una veintena de municipios (algunos proyectos no prosperaron) pero otros profesionales actuaron en otros partidos, como ocurrió con el ingeniero Francisco Marseillán, radicado en Bahía Blanca, que participó en por lo menos 7 comunas; otros lo hicieron en dos o una comuna y los llamamos `los otros Salamones’”.
Los programas de obras, al ser municipales, coincidían generalmente en la temática: edificios administrativos, (casas y delegaciones comunales), espacios sociales (plazas y parques), control de la higiene en la alimentación (mercados y mataderos) y modernización en la salud pública, (ampliaciones en hospitales y nichos en cementerios). Paralelamente, funcionaba un Plan de Pavimentación Urbana, con el mismo esquema que las obras municipales. Salamone participó como contratista en varios distritos, una ampliación de responsabilidades que le trajo numerosos dolores de cabeza.
No hace mucho tiempo se rescató de los archivos de la Municipalidad de Tornquinst unas cuarenta copias fotográficas de las perspectivas de obras de Salamone en el período bonaerense, donde aparecen obras contratadas hasta 1938 y otras que no se realizaron. Se trataría de una suerte de “figurín” que el ingeniero mostraba a los intendentes y funcionarios influyentes en una potencial nueva contratación.
“Es un documento de mucha importancia para comprender cómo se iba construyendo las decisiones proyectuales. Allí se muestran algunos casos de decisiones complicadas donde fue necesario construir variantes hasta dar con el gusto del intendente o el concejo deliberante y de otras que no prosperaron”, destaca Longoni.
“El ascenso a la presidencia del radical Roberto Ortiz en 1938 con su proyecto de eliminar el fraude electoral lo enfrentó de inmediato al gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco, público defensor del voto calificado. La tensión se reflejó en el flujo de fondos de Nación a Provincia, que afectó la marcha de las obras en general y los contratos de Salamone en particular. Sin embargo, lo que desarticuló el modus operandi de Salamone fue una medida del mismo Fresco destinada a ordenar las obras públicas”.
“La ley 4538/38, sancionada con el objeto de fijar derechos y obligaciones del Estado, las empresas y los trabajadores, había creado instrumentos reguladores como el Registro de Proveedores y el Consejo Profesional de la Ingeniería (CPI), que incidieron de forma directa en los procedimientos de Salamone y seguramente de otros empresarios más: ya no iba a ser tan fácil manipular licitaciones ni competir profesionalmente con ofertas desleales”, explica Longoni.
“El CPI constituido por profesionales pertenecientes en parte al Estado y en parte con profesionales liberales, ya le había echado el ojo al ingeniero y el caso de la contratación en Chascomús fue la señal de que la fiesta había acabado: los organismos de control recién creados interfieron en el modus operandi que venían trayendo y los socios lo abandonaron para buscar obras en Santa Fe y Córdoba”.