A veces aprendo mucho siendo periodista agropecuario. Nunca me hubiera imaginado, por ejemplo, investigando sobre el “rulo de la yerba”. Pero una gacetilla del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM) me trajo hasta aquí, un territorio inexplorado que parece divertido.
En Google llegó hasta una tesis de la licenciada María Elena Schapovaloff (espero que ahora sea doctora), de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata. Ella me cuenta que “se conocen 86 especies de insectos que se alimentan de diferentes parte de la planta (de la yerba mate), pero pocas pueden considerarse plagas ya que la mayoría ocurre esporádicamente en bajos niveles poblacionales, sin causar daño económico”.
Sí. Adivinó. El “Rulo o Psilido de la yerba mate” es una de las seis variedades de insector que sí se consideran plaga, porque provocan un daño más severo sobre la famosa Ilex paraguariensis.
Mientras trato de averiguar por que le dirán Rulo a este insecto, veo en una primera mirada que parece una mezcla entre una mosca y una mariposa. Los adultos presentan alas transparentes, miden menos de 3 milímetros, y son de color variable, entre amarillo y verde. Tienen antenas largas de color pardo oscuro y patas posteriores preparadas para pegar grandes saltos.
Los Rulos adultos succionan savia de las hojas nuevas y brotes. Las hembras además introducen su estilete junto a la nervadura central de la hoja del yerbal, e inyectan sustancias tóxicas antes de la oviposición, causando hipertrofia en los tejidos y dando origen a las estructuras llamadas “rulos o agallas” (ahí estaba). Las Ninfas, por otro lado, succionan gran cantidad de savia, excretan cera y un líquido azucarado llamado “rocío de miel” que les sirve de protección.
El proceso sigue como se imagina: la formación de los rulos en las hojas provoca una caída de las mismas, y degeneran en plantas débiles que finalmente terminan muriendo. Para peor, los métodos químicos de control están vinculados a insecticidas que están siendo prohibidos. Los más usados son los organoclorados (Endosulfán) y los organofosforados (Dimetoato).
Todo esto para llegar a la gacetilla del INYM. Cuenta que por primera vez “se estudia la posibilidad de utilizar una trampa lumínica para controlar esta plaga”, comparando los resultados junto a los que surjan de otras tres trampas convencionales. Todas ellas están ubicadas en el mismo yerbal, en el predio del Colegio Pascual Gentilini, en San José. Los monitorearán y analizarán técnicos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y alumnos de cursos avanzados del establecimiento educativo.
La iniciativa se puso en marcha el viernes último con una capacitación a estudiantes del Colegio, dictada por los ingenieros agrónomos Diana Ohashi, especialista en insectos; Néstor Munaretto, de vasta experiencia en manejo de yerbales, y Matías Bazila, del área Técnica del Inym.
Las cuatro trampas serán observadas durante el período que dure la brotación de hojas de yerba mate (primavera – verano), que es cuando aparece el psílido que provoca la plaga del rulo. El objetivo, en todos los casos, es la captura de insectos adultos de forma tal que se corte su ciclo reproductivo.
Pero nos interesa la trampa de luz. “Este es el primer prototipo de trampa lumínica, fue construida en la zona productora por pedido y con especificaciones que dio el INYM. Evaluaremos si la potencia de la luz es suficiente para la captura de los insectos, y qué rango de acción tiene”, explicó Bazila. La idea de comparar con trampas convencionales tiene que ver con estudiar qué método resulta más eficiente.
¿Cuál es la diferencia entre la trampa lumínica y las convencionales? “Las convencionales están pintadas de un color que atrae al insecto, el color amarillo, y en la lumínica la atracción se da con la luz, y funciona con energía solar. Se observarán todas las trampas, con énfasis en la lumínica que es nueva, con toma de datos para evaluar y mejorar su eficiencia”, contestó Munaretto.
Diana Ohashi es una de las personas que más sabe sobre insectos, de los buenos y de los malos, que andan rondando por los yerbales. Invitada por el INYM, enfatizó en la importancia de un manejo integral natural del yerbal para controlar la plaga.
Le preguntaron: ¿Qué es el rulo de la yerba mate? Y contestó: “Es una plaga del cultivo de yerba mate. Es una pequeña chicharra que coloca una toxina en los brotes de la planta que están en formación, y eso hace que se pliegue la hoja, se forma como una ‘empanadita’ y dentro de esa ‘empanadita’ coloca huevos y la cría se desarrolla”.
También apuntó que el insecto “siempre está y el perjuicio que puede llegar a ocasionar en la producción varía según el manejo que se haga en el cultivo y según las condiciones climáticas”. Por eso advirtió que “hay que manejar el cultivo de manera integral para que los daños sean menores”.
¿Cómo? “El ataque de la plaga siempre ocurre en primavera y verano, que es la época de brotación de yerba, pero si hacemos una cosecha más temprana, para cuando llegue esa época de ataque, que sabemos que siempre pasa, el brote va a estar más desarrollado, por lo cual el daño va a ser menor”, surgirió Ohashi. Además recordó que hay que “tener presente que según el manejo que hagamos, hay insectos benéficos que pueden ayudar”.
Sigo aprendiendo. Al parecer, según está técnica, el alguacil es el peor enemigo del Rulo. Se lo come.
La gacetilla del INYM resulta interminable. Y de golpe vuele a descolocarme con una pregunta a la especialista en insector y biodiversidad: “¿Y las capueras, que muchas veces son vistas como un estorbo, que no sirven para nada?”
¿Las capueras? ¿Qué son las capueras?
“La palabra capuera procede del portugués capueira, la cual a su vez procede del guaraní caapuán, que quiere decir matorral”. Pero en el caso del agro misionero, se utiliza esa palabra para denominar los terrenos que no tienen producción en marcha, ni agrícola ni ganadera.
Descubro una interesante nota del Diario El Territorio que me cuenta que en la provincia más yerbatera hay 400 mil hectáreas de capuera. “A pesar de su reducido tamaño como provincia, Misiones alberga aún una gran cantidad de terrenos sin ninguna producción activa. Según estimaciones del Ministerio del Agro y la Producción, hay cerca de 400.000 hectáreas sin plantaciones, ganado, ni bosques naturales que pueden ser potencialmente productivas. La superficie disponible es similar a un municipio como San Pedro (342.600 hectáreas)”.
Mire hasta donde hemos llegado… Y todo por culpa del Rulo de la yerba.