Yara tiene sus raíces en 1905, cuando en Noruega se fundó Norsk Hydro, una compañía nacida de la alianza entre el ingeniero Sam Eyde y el físico Kristian Birkeland, con apoyo financiero privado y participación del Estado noruego. Aquel proyecto pionero aprovechó la abundante energía hidroeléctrica del país para desarrollar el proceso Birkeland-Eyde, que permitió capturar nitrógeno del aire y transformarlo en fertilizantes. Así surgió la primera gran fábrica de nitratos industriales del mundo, que ayudó a combatir el hambre en Europa e impulsó la productividad agrícola global.
Durante el siglo XX, esa división de fertilizantes creció, sumó minas de fosfatos, plantas químicas y su propia logística con barcos especializados. En 2004, se escindió formalmente y pasó a constituir Yara International, una compañía de capital abierto que cotiza en la Bolsa de Oslo. El Estado noruego sigue siendo un accionista relevante con cerca del 36%, aunque la gestión es privada.
Desde 2015, su CEO global es Svein Tore Holsether, quien impulsa la estrategia de producir fertilizantes con menor huella de carbono.
Hoy, casi 120 años después de sus inicios, Yara es el mayor comercializador de amoníaco del mundo, el principal productor global de nitratos y fertilizantes NPK premium, sigla que se desprende nitrógeno (N), fósforo (P) y potasio (K). Además, es el segundo fabricante mundial de amoníaco. Según su balance 2024, la compañía registró ventas por 13.900 millones de dólares, con un EBITDA ajustado de 2.050 millones de dólares y activos totales que rondan los 15.400 millones.
En este marco, emplea actualmente a más de 17.000 personas distribuidas en 60 países, opera 26 plantas industriales, maneja 200 terminales y centros logísticos y comercializa sus productos en más de 10.800 puntos de venta.
El año pasado fabricó 8,1 millones de toneladas de amoníaco, insumo clave para los 21,2 millones de toneladas de fertilizantes terminados que comercializó, volumen suficiente para alimentar a 200 millones de personas al año, según estima la propia empresa.
Un dato clave, es que la compañía controla el proceso de punta a punta: desde su mina de fosfatos en Silinjärvi, Finlandia, que en 2024 procesó 920.000 toneladas de concentrado, materia prima esencial para fabricar fertilizantes fosfatados, hasta su flota marítima que transporta amoníaco y productos químicos por todo el mundo.
Pero su estrategia ya no se limita al volumen. En los últimos años, Yara avanzó con fuerza hacia la producción baja en carbono. En 2024 inauguró en Porsgrunn, Noruega, la planta de hidrógeno verde más grande de Europa, que reemplaza el gas natural en la producción de amoníaco y recortará 41.000 toneladas de CO2 al año. También avanza con un proyecto de captura y almacenamiento de carbono en Sluiskil, Países Bajos, que reducirá 800.000 toneladas de CO2 anuales a partir de 2026. Además, amplía su portafolio con bioestimulantes y plataformas digitales que ya monitorean 24 millones de hectáreas.
En Argentina, la firma inició sus actividades en el país en noviembre de 1995, con un depósito en Lanús. Actualmente tiene una planta de fraccionamiento y distribución en el Puerto de San Nicolás.
Yara emplea a 139 personas, facturó 159 millones de dólares en 2024 y obtuvo un resultado operativo antes de impuestos de 7 millones, según su reporte país por país. Desde aquí distribuye principalmente fertilizantes nitrogenados y fosfatados, sumando servicios digitales y programas de agricultura regenerativa para mejorar la salud del suelo y reducir la huella de carbono local.
Un ejemplo concreto es el acuerdo que cerró años atrás con El Parque Papas, el mayor productor local de papas para snacks, al que Yara abastece con fertilizantes libres de combustibles fósiles, reduciendo casi un 30% las emisiones del cultivo. En el mercado, compite directamente con grandes firmas como Nutrien y Mosaic, entre otras.