En el noroeste de La Pampa, límite con San Luis, se ubica el establecimiento Los Caldenes, con una superficie de 2.300 hectáreas de las cuales 1.100 son cultivables “y el resto monte”. La última parte de la oración va entrecomillada no solo por ser un textual del entrevistado, sino por cómo fue cambiando la connotación de esa frase y de dicho paisaje en este campo dedicado al Limangus.
“Antes eran 5 hectáreas para una vaca y ahora son 2 hectáreas por vaca: es increíble todo lo que nos da el monte”, grafica Gastón Gallerano, a cargo de la empresa familiar que abarca también venta de genética (tienen cabaña) y una carnicería propia. “Hace 30 años que trabajo acá y desde hace un tiempo empezamos a hacer manejo del monte con raleos selectivos, lo cual nos mejoró muchísimo la carga animal. Además, como cada año hace más calor, es un gran amortiguador de temperatura para las vacas”.
Parte del trabajo consiste en erradicar molle, piquillín y talas de bajo porte porque al ser achaparradas son las que hacen sombra y no permiten que se genere el pasto. Las especies que dejan son caldén, chañar y si hay una planta muy grande de tala, también. Otras dos acciones que han beneficiado mucho la producción son el pastoreo en parcelas chicas y la producción de mijo forrajero para tener alimento durante el verano.
“Estamos achicando las parcelas con eléctrico y dejamos los animales dos días, aunque si tuviéramos gente haríamos más parcelas y rotación diaria para que tengan más descanso; en 100 hectáreas tenemos 600 animales de recría y nos sobra el pasto. ¡A los 3 días ya hay brote!”, se entusiasma este productor que apunta a una ganadería regenerativa.
“Los cambios que veo no los puedo creer, antes yo hacía rotativo cada 8 días y ahora cada dos y es tan distinto todo, es una antes y un después. ¡Por Dios, qué manera de ver pasto en invierno!”
En cuanto al mijo perenne (Panicum coloratum) ya hace 15 años que produce y comenzó por la rusticidad de este cultivo, sabiendo que iba a soportar las condiciones climáticas de la zona. Actualmente tiene 500 hectáreas con esta pastura.
“Da muy buena cantidad y calidad de pasto y nos brinda buen resultado porque la alfalfa viene bien pero a veces hay problemas de empaste”, explica Gastón. “El año pasado implantamos el mijo en octubre y en marzo de este año, cuando ya había sido comido por las vacas, pasamos la directa y resembramos con centeno, cebadilla, vicia, alfalfa y melilotus”.
Según Cristian Álvarez, ingeniero agrónomo del INTA Anguil (La Pampa), en la región semiárida y árida pampeana el mijo es una forrajera dentro de los sistemas ganaderos/mixtos que, junto a otras especies megatérmicas como llorón y digitaría, y a templadas como agropiro, festuca y pasto ovillo, pueden ofrecer un nicho de producción que permitiría ordenar una cadena forrajera sustentable desde los tres ejes principales: productivo, económico y ambiental.
“El Panicum coloratum es una gramínea perenne de crecimiento estival con una elevada producción de materia seca por año (3000-7000 kilos) en ambientes extremos entre secos y suelos de baja vocación productiva, y anegables con presencia de sales. La calidad del forraje a lo largo del ciclo de crecimiento es de un 14% de proteína bruta y 67% de digestibilidad en primavera y en el período estivo-otoñal de 10-8% y 65-60% respectivamente”.
“Las vacas pasan toda la gestación en el monte y mientras tanto hacemos algo de agricultura en los otros lotes, así que nos alivia ese sector del campo”, describe Gastón. “Las tenemos allí hasta una semana antes de parir, a mediados de agosto, y luego las llevamos al mijo diferido que en esta época tiene volumen, pero menos calidad nutricional, así que complementamos con sales proteicas”.
Al respecto, Álvarez describe que, a diferencia de otras forrajeras megatérmicas como llorón, el mijo permite diferir porque pierde menos proteína bruta y digestibilidad, dos variables que impactan positivamente en el estado corporal de la hacienda y en la dentadura, que las desgasta menos.
“La calidad del mijo perenne en primavera temprana y tardía compite con otras forrajeras de la zona pero se adapta a suelos con anegamiento y arenosos con escasos recursos”, destaca el agrónomo. “La fertilización con nitrógeno, fósforo y azufre son variables que potencian la producción en más de un 60% y hasta 120% en interacción de nutrientes. Además, esta especie tiene la posibilidad de generación de semilla (principalmente en años donde sobra pasto) como un negocio asociado que puede ser otra alternativa rentable de esta especie, con producciones medias de 170 kg/ha, en rangos de 60 a 240 kg/ha en zona con tosca de la región semiárida pampeana”.
Con respecto a la elección de la raza para producir, Gastón recuerda que antes producía Angus hasta que un día su padre, que era matarife, empezó a comprar novillos en el sur de Córdoba y así le hizo conocer al Limangus. En ese momento decidió pasarse a esta raza por muchos motivos, como el gran índice de preñez (logran el 92% en el campo), el buen rinde carnicero por el cuero y huesos finos, y por no tener tanta grasa: solo 5 kilos cada media res de 130 kilos.
Gastón dice estar focalizado en el negocio y en hacer siempre cosas nuevas. Es por eso que en breve empezará a medir la huella de carbono en su campo para ver si puede vender algún bono y, más adelante, llegar a supermercados con carne empaquetada con identidad propia, trazabilidad y contando de qué forma se produce esa carne.
“A pesar de las dificultades, la ganadería da muchas oportunidades que a veces acá en Argentina no se aprovechan por ser muy exquisitos con la pureza de las razas”, reflexiona Gastón. “Creo que es una pena perderse las ventajas del vigor híbrido, por eso en el campo vamos a empezar a probar cruzas. Pero bueno, es mi opinión. A lo mejor por eso estoy acá metido en el monte… por ´renegau´”.