En los últimos años se ha instalado una disputa entre modelos productivos agrícolas, que tiene de un lado al agronegocio, o la agricultura que hoy consideramos como convencional, frente al siempre postergado modelo de agricultura familiar, o campesino.
En este debate suele haber posiciones que defienden vehementemente una postura u otra, llegando a extremos a veces, denostando la forma de producir del que está en la vereda de enfrente, más allá de los argumentos técnicos que cada bando puede llegar a aportar.
Cuando hablamos de la forma agrícola convencional de estos días, hablamos de la rotación habitual de los territorios latinoamericanos que incluye soja, trigo y maíz, donde procesos mecanizados de siembra y cosecha, y una alta dependencia de productos fitosanitarios. En contrapartida, si definimos agricultura familiar la tenemos que circunscribir a lo relativo al minifundio, donde se utiliza una lista más amplia de cultivos, varios de consumo directo, y que tienen una alta demanda de mano de obra, en áreas menores y la posibilidad de usar insumos biológicos o hacer controles manuales de malezas, insectos y enfermedades.
Es por esto que el economista paraguayo Luis Rojas Villagra, del Centro de Estudios y Promoción de la Democracia, los Derechos Humanos y la Sostenibilidad Socio-ambiental Heñoi, decidió ponerle números al debate, y analizar indicadores productivos y económicos para poder determinar la rentabilidad de cada modelo expuesto. Pero a estos datos le agregó el componente humano, muchas veces olvidado en las discusiones acaloradas.
El principal motor de este estudio económico que llevó a cabo Rojas Villagra tiene como centro el concepto de la habitual desvalorización o subestimación de la agricultura familiar como núcleo económico. “El motivo es el discurso que desvaloriza tanto a las formas tradicionales de producción campesina, o indígena”, explica a Bichos de Campo el economista, que asegura a su vez: “Se las toma como que son premodernas, no competitivas, no rentables. Ya como que hay que dejar de lado eso y hay que subirse a la ola de futuro, del agronegocio como el único camino de desarrollo”.
En consonancia a lo que ocurre en Argentina, pero que podría trasladarse a varios países de América del Sur, para Rojas Villagra este discurso en su país “es demasiado pesado, muy fuerte. Casi es unánime en los medios de comunicación, y ni qué decir en las políticas públicas”.
Es por esto que el economista especializado asegura que surgió la necesidad de discutir esas ideas, y demostrar que “el modelo minifundiario, familiar o campesino, es rentable, beneficioso, genera bienes, productividad, y bienestar para las familias rurales y también para la sociedad en general”.
De acuerdo a lo expresado por el economista de Heñoi, empezaron a construir un modelo de estimación de la rentabilidad socioambiental, o rentabilidad ampliada, más allá de la meramente económica. “Empezamos a desarrollar una metodología, inventariar todo lo que hay en una finca a nivel agrícola: animales, productos derivados, plantas medicinales, frutas, variedades forestales, todo lo que tiene una finca y a partir del uso, la comercialización, la producción, ir dándole valor, dándole valor a todo eso para generar un contraste de los beneficios y el valor”.
Otro de los conceptos que buscaba desterrar López Villagra, era el de que el campesino no tiene conocimientos, y que es haragán: “En Paraguay se lo tacha así, de ignorante, cuando tiene una enorme diversidad de conocimientos, que no lo quitó de la universidad, lo quitó de la propia chacra, de la experiencia familiar, de su propia historia, y que lo convierten en un actor productivo muy relevante, que genera alimentos, genera empleo, genera materia prima, que se industrializa en pequeña escala, en forma artesanal, y podría escalar a un mayor volumen si hubiese una política pública que apoye eso”.
Con ese panorama, el economista comparó dos modelos de 5 mil hectáreas, uno destinado a la agricultura extensiva con mecanización, y otro análogo donde se practica agricultura familiar.
“Comparamos un asentamiento de 5.000 hectáreas campesino con una estancia mecanizada de 5.000 hectáreas, e hicimos toda esta estimación de la rentabilidad del modelo campesino, con las fincas agregadas, inventariando todo lo que producen y contrastando con la finca empresarial. Nos encontramos con una ventaja enorme del asentamiento campesino: más conservación de bosque, más empleo. La estancia explotaba el 96 por ciento de la superficie, prácticamente la totalidad, extractivismo duro, y en cambio el otro, con un 40% de la superficie, ya lograba los cultivos, ya lograba la pastura para el ganado, y tenía una importante conservación ambiental, más zonas urbanas para la población. Con esa superficie, se lograba una producción importante y una rentabilidad importante. Incluso el asentamiento campesino tenía más rentabilidad que la estancia, porque los costos del agronegocio, o de la producción mecanizada, son muy altos”, resume el economista paraguayo.
Mirá la entrevista completa con Luis Rojas Villagra:
Profundizando en el detalle de los resultados de ese ensayo, Rojas Villagra apunta: “El agronegocio tiene una venta importante, una entrada de dinero importante, pero se va en costos de semillas, de mecanización, de bioinsumos, de agrotóxicos, una cadena enorme. Entonces, al final, el margen de ganancia, no es demasiado para el productor. La ganancia se la llevan el proveedor de insumos y el agroexportador, que hace volumen en el comercio”.
Sin embargo, el economista de Heñoi destacó que en la comparación, avizoró que el asentamiento campesino tenía una mayor rentabilidad, sumando a todas las fincas. “Hay un porcentaje enorme de producción que no va al mercado, que se consume en la propia finca, en la propia comunidad, y generalmente no se le da valor. Pero nosotros le damos el valor para que se visibilice y nos permite hacer estas comparaciones”.
De la investigación también se desprende otro elemento importante para Rojas Villagra: Hay un dato más evidente, que es la cantidad de empleo que genera un modelo y el otro. Abismal la diferencia, porque en una finca familiar tenés 2 a 3 empleos en 5 hectáreas o en 10 hectáreas. En un campo mecanizado tenés un tractorista para 200 hectáreas, 300 hectáreas. Entonces, ahí nosotros encontramos que la estancia generaba 37 puestos de trabajo, y en el asentamiento campesino estaban trabajando 800 personas en 270 fincas familiares”.
Este estudio encuentra un punto importante en el área destinada a producción. Según explica Villagra, en el asentamiento campesino apenas había 1.500, 1.600 hectáreas en producción, de las 5 mil, contra 4.800 hectáreas de la estancia sojera.
Según narra López Villagra, lo que busca con este estudio es profundizar en un reclamo de mayores políticas públicas. “Lo primero es quitar ese mote de que atrasa la agricultura campesina. Es que la sociedad valore esto. Que la gente se dé cuenta, desde las propias familias campesinas indígenas, que muchas veces están desmoralizados, con baja autoestima. Empezando con ellos, que ellos valoren todo lo que generan, lo que tienen. La sociedad lo valore también y se provea de esos alimentos sanos y, finalmente, que eso permita que las políticas públicas apoyen a este sector”.
Con la agricultura familiar hay q laburar 10 hrs diarias los 365 días del año
Sembrando soja, o trigo/soja, o maíz, contas 100 días al año de trabajo efectivo y te quedas largo por 40
No son compatibles.