Entre los 2.200 y 2.700 metros de altura se encuentra el valle Pucará-Cardones, en la provincia de Salta. Este valle está dividido en 4 fincas y una de ellas es Esperanza del Pucará, ubicada a 25 kilómetros del pueblo de Angastaco y perteneciente al departamento de San Carlos.
“Este lugar es el cielo en la tierra, por su entorno, su abundancia y su gente”, resume Cecilia Dacunda, entrerriana de nacimiento y “pucareña por elección”, quien junto a Simonetta Orlando, de nacionalidad italiana, lleva adelante esta finca. “El predio posee 10 mil hectáreas, de las cuales solo 50 son actualmente destinadas a la producción y estamos en el proceso de recuperar otras 150 más; todo el espacio que hoy no conforma los lotes de siembra o viviendas, son montañas y paisajes impresionantes”.
Desde el principio, Esperanza del Pucará tuvo (y tiene) como objetivo la preservación de la tierra y el espacio. Por eso apuntan a lograr un 100% de producción biodinámica/orgánica.
Desde esta visión, la finca posee varios sectores: la producción biodinámica que comprende semillas, orégano, tomates, quinoa, uva, maíz capia, cebollas, ajo, y otras verduras de huerta; la producción de alfalfa como regeneradora de suelos, como alimento de los animales y para producción de fardos; y en tercer lugar -y que paulatinamente están modificando- la producción convencional del Valle Calchaquí de pimentón y anís bajo la modalidad de aparcería. En este sistema los propietarios de la tierra proporcionan la superficie a trabajar, el mantenimiento de acequias y agua, y compra de insumos, mientras que el productor se hace cargo del cultivo, cuidado y cosecha del producto.
Otro sector de la finca está dedicado a la viña con sistema de producción en espaldar. La variedad sembrada es Malbec (en cultivo biodinámico) en 4 hectáreas a 2.400 metros de altura. El riego se realiza por goteo y por manto, y las uvas cosechadas se procesan en la bodega Ritmo Lunar y la bodega Valle Arriba. Esta última produce el vino El Pucareño, elaborado en su totalidad con uva de Esperanza del Pucará.
Actualmente la producción se destina a dos tipos de clientes: de forma mayorista va a Molinos de Salta, que procesa el pimentón y anís, mientras que los fardos de alfalfa los comercializan con productores de ganado cercanos. El negocio minorista se realiza con dietéticas, redes de productos naturales, restaurantes en Salta, y conocidos; también con grupos que se hospedan cuando realizan retiros en la finca. “Nuestros tomates secos, albahaca morada, orégano y harina de algarroba tienen verdaderos fans”, aseguran.
Si bien no realizan actividades turísticas, en la finca reciben personas que participan de talleres o grupos de estudio a los cuales les brindan una estructura para que puedan permanecer en el espacio durante la duración de las actividades. Han recibido grupos que realizan encuentros de yoga, de Chikong y meditación.
“Cuando la gente llega lo que le impacta es el paisaje porque realmente es un oasis dentro del valle y diferente a todo el Valle Calchaquí, por sus colores que contrastan y el agua de los ríos. Luego de estar unos días, les llama la atención la amabilidad de las personas con las que uno puede contactarse y conversar y, finalmente, si el visitante sale a caminar, se aprecia la abundancia. Pucará es energía y es abundancia”, aseguran.
“Creemos que la producción sin químicos es el futuro por los beneficios en la salud y en la vida, y tanto la historia de la agricultura como las investigaciones científicas sustentan este argumento”, describe Cecilia.
“Partiendo de este concepto, producimos y procesamos la mayoría de los alimentos en el lugar (especias, frutas, harinas, maíz) para consumo propio en primera instancia y para comercializar. La finca maneja todavía sectores en mediería de manera convencional, ya que al trabajar con socios (medieros) el sistema de producción se acuerda entre ambos, aunque vamos ampliando áreas de cultivo biodinámicas en diferentes producciones, sin el sistema tradicional de mediería del valle”.
“El fin último de la finca es ser autosustentable en lo que se refiere a ingresos/egresos. Con este ideal apuntamos a lograr un crecimiento de todas las partes involucradas en el proyecto, ya sea generando trabajos o espacios necesarios”, agrega Simonetta.
“Por ejemplo, trabajamos con un grupo de mujeres que no solo generan un ingreso propio que les permite independencia económica, sino que también es un espacio de pertenencia, en el que se realizan charlas, talleres, y muchas veces, sirve como contención desde el lado emocional. Hablamos de espacio de pertenencia, porque se generó un lugar al que se acude a trabajar y que sirve como generador de encuentros y conversaciones”, continúa. “Este espacio permite a las mujeres salir de su casa sin el reclamo del hombre, ya que llevan un sustento”.
“Cuando llegué a Pucará, las diferencias en estilo de vida, sociales y de comunidad me impactaron: las reglas y las experiencias me remitían a relatos de lo que habían vivido mis abuelos o bisabuelos, es decir, a situaciones que sucedían 100 años atrás, o más. Esto es la consecuencia de que Pucará era un valle totalmente aislado, donde hasta principios del 2000 era común todavía ver mulas bajando mercaderías y donde las personas aún no tenían acceso a vehículos motorizados”.
“Bajar al pueblo implicaba hacer dedo a alguien que pasase eventualmente y las mujeres no disponían de ingresos para poder pagar estos traslados; aún hoy no hay transporte de ningún tipo disponible (que parece algo normal y diario en la ciudad o pueblos). Hace unos años, las motos fueron reemplazando a las mulas y algunos habitantes han podido adquirir una camioneta propia. Con respecto al contacto fuera de la finca, el servicio de wifi llegó recién hace dos años, en 2022”.
En este entorno, desde la finca tratan de fomentar y mantener iniciativas individuales o de pequeños grupos, para que las personas que viven en Esperanza del Pucará puedan mantener ingresos particulares, como el proyecto Artesanas de Altura, a cargo de Felipa Guantay, que se ha mantenido durante dos años. Este proyecto parte de la utilización del descarte de la poda del viñedo. Con estas ramas (sarmientos), las artesanas de altura producen roscas, canastas, que son vendidos en florerías de Salta, Posadas y en Puestos en Tigre (Buenos Aires) y sirven para decoración o como base de arreglos florales.
También, las artesanas incorporan a estas roscas diferentes plantas autóctonas (secadas a la sombra, para que no pierdan sus propiedades). Algunas de estas plantas y flores son rosas, lavandas, colitas de visón, pampas o cola de zorro que, inclusive, tiñen con tintes naturales. De este modo, toda la producción se realiza con elementos disponibles en el valle.
En la finca también trabajan con un sistema de voluntariado y Cecilia lo explica de esta manera: “Es muy difícil que la gente de Pucará salga al mundo, por lo que nuestra idea es que el voluntariado acerque el mundo a Pucará. Los voluntarios comparten el trabajo con el grupo de mujeres y otras tareas con los hombres, dependiendo de la época del año en que vengan. Contribuyen en el intercambio de ideas, experiencias, saberes y miradas desde otras perspectivas que se generan en cada charla y abre posibilidades en el conjunto. Según relatos de muchos de los involucrados, la posibilidad de incluir voluntarios en el proyecto es enriquecedora para todos”.