Si los ucranianos llegasen a perder la guerra contra Rusia, deberían organizar un urgente viaje a la Argentina para comprender qué implica vivir en un territorio gobernado por un ejército de ocupación.
A través de impuestos directos e indirectos, inflación e intervenciones de mercado, los ucranianos –si finalmente son vencidos– perderán la mayor parte del fruto de su trabajo en manos del ocupante. Solamente les quedará lo necesario para sobrevivir.
Es muy probable que el apetito de los ocupantes, ante la indefensión de los derrotados, se incremente con el tiempo, con lo cual, seguramente, tendrán que producir cada vez más y más para mantener su condición de supervivientes.
Por supuesto: tal exigencia no podrá ser asumida por todos y muchas empresas y proyectos desaparecerán, o directamente jamás nacerán, para provocar un creciente empobrecimiento generalizado de la población.
Cuando la proporción de pobres sea por demás considerable, esa amenaza, muy probablemente, será resuelta por medio de la promoción del resentimiento entre los más desafortunados para que, en lugar de direccionar su pesar hacia el ejército ocupante, destilen odio contra aquellos que aún permanecen en la línea de supervivencia.
¿Son todas malas noticias? Claro que no: siempre estará la posibilidad de transformarse en un colaboracionista y, quién sabe, con un poco de suerte incluso ser aceptado en algún escalafón del ejército para llevar una vida digna sin mayores esfuerzos.
Tendrán que acostumbrarse, no vamos a mentirles, a presenciar escenas tan grotescas como esquizofrénicas. Por ejemplo: una exposición con una de las mejores tecnologías agropecuarias del mundo en simultáneo con un debate parlamentario –por llamarlo de alguna manera, porque es necesario mantener las formas– en el cual el ejército de ocupación discuta un nuevo avance sobre los ocupados.
Es cierto. Se trata de noticias, invariablemente, tristes. Pero lo bueno es que aún conservan la mayor parte de su territorio y que pueden seguir peleando para evitar un desenlace tan fatal. La mejor de las suertes.
Desde aquí, desde su futuro, si es que no logran salir vencedores, solamente podemos advertirles que, si aman tanto su terruño para quedarse a pesar de todo, tendrán que prepararse mentalmente para resistir múltiples abusos y atropellos del ejército ocupante. Y es probable que incluso, en alguna circunstancia, hasta deban –mordiéndose la lengua– dar las gracias.