Una de las primeras palabras que Ignacio “Nacho” Besteiro (36) aprendió a pronunciar de chico fue “caballo”. Eso recuerda hoy este particular y multifacético amansador de esta noble especie, tan benefactora del hombre, quien además es animador de jineteadas, improvisador de versos criollos, soguero por afición e ingeniero agrónomo.
De lunes a viernes Nacho trabaja en la Agencia de Extensión Rural de INTA Lobería, al sur de la provincia de Buenos Aires, y los fines de semana, viaja de punta a punta del país a animar jineteadas y fiestas tradicionalistas. Reside con su esposa y su hijita, en Napaleofú, a 63 kilómetros al norte de su trabajo en Lobería.
A “Nacho” le gusta decir que es oriundo de Pinamar -si bien lo llevaron a nacer en Mar del Plata- porque es allí donde se crió y donde nació su pasión por los equinos, la que lo marcó para toda su vida. Cuenta que, curiosamente siendo su padre médico pediatra y su madre licenciada en educación, desde que aprendió a caminar lo único que quería él era ir a un campo cercano, de unos amigos, a ver los caballos y que lo llevaran a montarlos a upa. Tanta su pulsión que al cumplir seis años le regalaron un petizo, picazo y fue su primer compañero, al que llamó “Curioso”.
“Cuando era chico -continúa “Nacho”- yo decía que quería ser domador, puestero y jinete. Y de mi amor por los caballos fue que también me fui enamorando de las tradiciones y de toda la cultura gauchesca. Me crie rodeado de sogueros y domadores, y así aprendí a carnear, a sacar el cuero, lonjearlo para sacarle el pelo, cortar las tiras o en espiral, depende de lo que uno piense hacer después. En fin, aprendí a trabajar en soga y hoy me hago mis pilchas para trabajar”, sostiene con orgullo.
Besteiro acostumbra decir que “las palabras ‘Payador’ y ‘Jinete’ se escriben con mayúsculas. Yo toco la guitarra e improviso versos, pero no soy quién para presentarme como ‘Payador’, ni tampoco como ‘Jinete’, porque no es lo mismo que montar, sino mucho más. En las jineteadas, yo decía que iba a montar un reservado, pero no me presentaba como ‘Jinete’. Prefiero que a eso lo decida la gente que sabe. Y entre la gente supuestamente común, a la que llamamos ‘público’, también hay mucha gente que sabe y es muy exigente”, sentencia con su voz pausada y su profundidad en el decir.
Ignacio reconoce que los caballos siempre han sido y son hasta hoy el eje de su vida. Cuenta que todos los días necesita ensillar, y al menos andar un redomón, si bien puede llegar a andar hasta diez potros al día. Ha trabajado con caballos de polo, de endurance, de salto, para las pruebas de rienda, de mansedumbre, le gusta mucho apadrinar en las jineteadas.
En INTA trabaja como extensionista, pero su labor está más relacionada con la producción animal. Maneja un campo “demostrador” de cría intensiva -que queda cerca de donde vive-, hace ensayos agrícolas y ganaderos, da cursos de manejo ganadero, talleres de manejo equino para evitar accidentes, y dice que, si fuera por él, le gustaría hacer en el INTA más tareas relacionadas con los caballos.
Afirma Nacho: “Mis padres se recibieron en la Universidad Nacional y pública de La Plata, y me aconsejaron que estudiara alguna carrera universitaria, como ellos. Que esa sería la herencia que me dejarían para siempre y que luego nadie me iba a poder quitar. Les hice caso y me recibí de ingeniero agrónomo en la misma universidad pública, de la cual estoy orgulloso”.
Con dolor, este joven soñador nos dio una mala noticia: “Para fines de este mes de junio, Íbamos a realizar la primera exhibición de una jineteada argentina, en el marco de la antigua Fiesta de San Pedro, en Almonte, la región de Huelva, Andalucía, en España. Porque desde allí don Pedro de Mendoza trajo los primeros caballos a las orillas del Río de La Plata. Iba a ser un encuentro de intercambio cultural sin precedentes, para el que nosotros nos vinimos preparando, con mucho trabajo, durante meses”.
Continuó: “Iban a viajar varios jinetes, y yo iba a animar y explicarles sobre nuestra cultura, a los europeos. Se iban a montar yeguas marismeñas, una raza milenaria de caballos salvajes que trajo Pedro de Mendoza a nuestras pampas en 1536. Pero cuenta la historia que éste tuvo que huir a causa de la resistencia de los nativos, y los caballos quedaron cimarrones. Al llegar Juan de Garay, a nuestras tierras muchos años después, halló que aquella raza equina se había adaptado perfectamente y multiplicado de modo magnífico”, contó el animador de fiestas gauchas.
Ignacio nos mostró que el Diario de Sevilla acaba de publicar: “En Almonte hoy es imposible encontrar a alguien que tire un lazo y pille un caballo, en cambio los argentinos han conseguido mejorar las subpoblaciones de caballos y los manejos”. Pero a continuación ese mismo medio avisa que el evento “fue descartado, debido a la crisis institucional entre España y Argentina”, surgidos, supuestamente a partir de los entredichos con nuestro presidente.
Este joven ingeniero y cultor de nuestras tradiciones se manifiesta orgulloso de trabajar en el INTA, sobre todo por sus trabajadores, sus científicos, investigadores y extensionistas que a diario, aportan muchísimo al país. Lamenta que se hayan suprimido alianzas tan necesarias, como el programa ProHuerta. De lo que él está seguro es que se quiere quedar en su país, frente a tantos amigos a los que les escucha decir que se quieren ir. Dice: “Amo a mi país. Y si me fuera, extrañaría demasiado mi cultura y mis tradiciones, no lo soportaría. Quiero desarrollarme a acá y morirme en mi país”.
“Tenemos que quedarnos para sacarlo adelante -continúa, “Nacho”-. Y el pueblo debe cultivarse para poder dar buenos frutos. Y para esto es fundamental la educación y la salud públicas, accesibles para todos”.
“En lo personal, estoy agradecido con la vida, con mi país y mi gente. Soy feliz con lo que tengo y no ambiciono tener éxito, ni fama, ni más plata que lo necesario. Porque como me dijo un amigo que ya no está: ‘Lo más caro de la vida es lo que no se puede arreglar con plata’, como el amor de pareja o de los hijos o la salud. Sólo deseo estar feliz con mi familia, mis caballos, mis compañeros del INTA, mis amigos y las fiestas tradicionales”.
Ignacio no mira televisión, porque pareciera valorar más los silencios y los sonidos del campo, ese lenguaje del paisaje que le “dice” tantas verdades y se las graba en su alma, esas que luego le brotan en su misterioso arte payadoril, sobre los escenarios. De chico supo apreciar la honda sabiduría en los versos de un paisano anciano, del que no recuerda su nombre, pero que supone que serían de su autoría. Los aprendió para siempre y vive compartiéndolos. Son sextillas hernandianas y dicen así:
“El sabio que se cree sabio / comete un error muy grave. / Errar, a todos nos cabe. / Espero, nadie se asombre. / Por mucho que sepa un hombre, / siempre es más lo que no sabe. // Aceptalo como amigo / al que de frente combate. / Y al que con rigor te trate, / con igual rigor tratalo. / Al valiente, respetalo, y del cobarde, cuidate. // Mientras estés en carrera / nunca la contés ganada. / El que tira a la bandada / siempre defiende el cartucho. / Unos, son pobres con mucho, / y otros, son ricos con nada. // Recibí siempre al amigo / como él a vos te reciba. / Llevá derecha tu estiba / aunque te cueste trabajo. / No dejés, si estás abajo, / que te pisen los de arriba”. //
Ignacio Besteiro nos quiso dejar, su paso como payador en el último festival de Jesus María: