El equipo económico liderado por el ministro Sergio Massa tenía planes para lanzar una cuarta edición del régimen especial del “dólar soja”, pero finalmente eso fue descartado para instrumentar el “dólar maíz”.
La decisión de recurrir al maíz es claramente de última instancia porque el secretario de Política Económica, Gabriel Rubinstein, sabe perfectamente que el valor del maíz con el “anabólico cambiario”, junto con la emisión monetaria que requiere el régimen especial, tiene un impacto inflacionario mayúsculo en muchos bienes básicos.
La razón de ese “enroque” es que las compañías agroindustriales se negaron a participar de una cuarta edición del “dólar soja” porque la tercera edición de ese régimen les provocó importantes inconvenientes financieros y administrativos.
La tercera edición, con un tipo de cambio especial de 300 $/u$s, no generó mayor entusiasmo entre los productores argentinos, quienes vendieron soja a un ritmo mucho menor al esperado, lo que provocó un problema a aquellas compañías exportadoras que habían adelantado dólares al Estado nacional a cuenta de futuras compras que costaba cada vez más originar.
Frente a ese panorama, a medida que se acercaba la fecha de expiración de la tercera edición del “dólar soja”, el gobierno se vio obligado a incrementar la oferta de productos comprendidos en el régimen para comenzar a licuar el enorme saldo a cuenta que los exportadores de productos del complejo sojero tenían con el Estado. Así se incorporaron el girasol, el sorgo y la cebada forrajera.
Adicionalmente, aún existen unas 3,70 millones de toneladas de soja 2022/23 en manos de la industria aceitera con precio “a fijar”, lo que representa un riesgo comercial importante en un entorno macroeconómico tan inestable, además del hecho de que las importaciones de poroto provenientes de Brasil y Paraguay siguen fluyendo sin inconvenientes.
Vale recordar que el “dólar agro”, en sus diferentes versiones, consiste en un mecanismo a través de cual los exportadores del sector agroindustrial aceptan adelantar el ingreso de divisas que se generarán meses después con la liquidación de embarques por realizar. Es decir: sin la aceptación del sector exportador, el régimen es inviable.
Pero con las reservas del Banco Central (BCRA) vacías, Rubinstein necesitaba una fuente urgente de divisas para recomponer la delicada situación cambiaria. Y el único recurso disponible –especialmente con la cosecha de maíz tardío en curso– era el cereal.
La comercialización de maíz en el canal exportador estaba muy retrasada porque el grueso de los productores priorizó la colocación de la magra cosecha 2022/23 en mercados regionales, dado que los consumos, urgidos por el déficit forrajero provocado por la sequía, están dispuestos a convalidar precios elevados con tal de no quedarse sin ese insumo crítico.
En los hechos, el mercado del cereal ya venía teniendo su propio “dólar maíz”, aunque el mismo es por demás heterogéneo y disperso en términos geográficos. Ahora –podría decirse– se implementó un régimen estandarizado a nivel nacional.
Si bien un “dólar soja 4” con un tipo de cambio de 340 $/u$s habría seguramente naufragado, dado que el remanente de poroto de la campaña 2022/23 constituye en gran medida el capital de trabajo para financiar la campaña 2023/24, no sucedió lo mismo con el “dólar maíz 1”, que despertó –al menos inicialmente– interés entre los productores ansiosos por hacerse de efectivo para pagar cuentas.
El dato, que no puede pasar desapercibido, es que el gobierno, en su afán de llegar a las elecciones presidenciales de octubre con el mayor “oxígeno cambiario” posible, está dispuesto a incluir dentro del “dólar maíz” incluso a gran parte del stock remanente que se emplea para “empalmar” una campaña agrícola con la siguiente.