Argentina representa –junto a Ucrania y Rusia– uno de los pocos casos de naciones de base agropecuaria que aplican política públicas que degradan al sector agropecuario en un momento del mundo en el cual los productos agroindustriales son estratégicos e irreemplazables como generadores de divisas.
Las naciones del Mar Negro –ahora en guerra, nada menos– vienen de una historia traumática marcada por décadas de un régimen comunista totalitario que en Ucrania causó una hambruna genocida conocida como Holodomor.
Argentina, en cambio, está libre –tanto en el presente como en su historia– de los dramas ocurridos en sus vecinos del norte. ¿Cómo se explica entonces tanta animadversión contra el agro? Dos historiadores, Roy Hora y Pablo Gerchunoff, estuvieron hoy presentes en el Congreso CREA 2022 para intentar contestar esa pregunta.
El período comprendido entre 1860 y 1930, que es percibido por algunos como la “edad de oro” de la Argentina, se caracterizó por un gran desarrollo económico propiciado por una gran demanda internacional de proteínas cárnicas que pudo ser satisfecha gracias a una revolución tecnológica, que fue liderada por el ferrocarril y el buque frigorífico. “Fue una verdadera explosión que transformó la realidad argentina y le dio soporte económico a la república”, dijo Gerchunoff.
En ese período hubo un debate sobre el modelo de desarrollo argentino, en el cual dos posturas en pugna, representadas por Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre, se hicieron evidentes en el espacio público.
Mientras que Sarmiento deseaba promover la diversificación de actividades productivas por medio de una distribución más amplia de las tenencias de tierra por parte de emprendedores, Mitre creía que las cosas, tal como estaban, debían continuar así para seguir incentivando las exportaciones de carne vacuna hacia Europa en general y el Reino Unido en particular.
Finalmente, se impuso la postura de Mitre. “Quedó así una tenencia de la tierra muy concentrada, con grandes propietarios; se trató de un modelo muy diferente al presente en EE.UU.”, explicó Gerchunoff.
Más allá de esas tensiones incipientes, en ese período Argentina se transformó en la nación más próspera de Latinoamérica y una de las más desarrolladas del mundo gracias a la convergencia de sus capacidades con las demandas de la entonces potencia dominante (Reino Unido).
“Una de las cuestiones que se observa en ese período es que le fue muy bien no solamente al campo, sino también a la mayoría. Por ejemplo, para 1920 Argentina tenía una tasa de alfabetización superior a la de la Europa mediterránea y la esperanza de vida era en promedio de 53 años de edad, cuando en Brasil, por su parte, era de 33 años”, comentó Roy Hora.
En 1926, además de celebrar el Día de la Constitución Nacional, el ministro del Interior durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear, José P. Tamborini, determinó por decreto que esa jornada sería también destinada a festejar del Día del Trabajo.
“En los considerandos del decreto de Tamborini aparece el término justicia social, lo que muestra que el gobierno se hacía eco de los anhelos de esa Argentina que todavía podía compatibilizar el mundo liberal con las aspiraciones sociales”, indicó Hora.
A partir de la década del ’30, el mundo cambió y las condiciones que moldearon el desarrollo económico argentino desaparecieron. De hecho, la potencia emergente, EE.UU., exportaba grandes cantidades de los mismos productos ofrecidos por la Argentina.
“La dinámica productiva agropecuaria se opaca y también lo hace el crecimiento de la economía argentina. Las demandas sociales crecen y explotan durante el gobierno peronista; pero esas demandas no son arbitrariedades y el agro y la clase política tienen que asumirlas y darles una solución, que muchas veces fue equivocada”, remarcó Gerchunoff.
Las tensiones derivadas de la concentración de la tierra, que habían estado solapadas durante el período anterior, comenzaron a aflorar y una proporción creciente de la sociedad empezó a identificar a la “oligarquía agropecuaria” como un sector que tomaba de la sociedad más de lo que aportaba. En ese período surgieron muchas de las políticas económicas que comenzarían a limitar la capacidad productiva del agro.
“Compatibilizar las demandas sociales con las de la producción se volvió complejo y difícil, y entonces apareció una manera de concebir el progreso con más justicia social y menor crecimiento y el que mejor interpretó eso fue Juan Domingo Perón”, explicó Hora.
“Chocaron las demandas de inclusión con la de los derechos de propiedad y Argentina no logró entonces construir una solución a la altura de lo que fue su historia”, añadió.
En esas décadas, los conceptos de latifundio comenzaron a ser asociados con los de atraso y exclusión, panorama que se extendió hasta bien entrada la década del ’80. Los caminos del campo y las demandas sociales seguían separados.
Pero en los años ’90, una transformación tecnológica y organizacional que se instrumentó con el propósito de atender una demanda internacional emergente de alimentos, transformó por completo la situación.
El campo argentino supo capturar la oportunidad y esta nueva edad de oro tiene de interesante que buena parte del desarrollo tecnológico y las innovaciones se gestaron dentro del propio sector agropecuario”, remarcó Gerchunoff.
“Valoremos esta etapa, pero preguntemos: ¿Cómo es posible que esta red de innovación no haya podido convertir a la nación en un nuevo proyecto de potencia? Porque los conflictos entre los objetivos de la justicia social y las soluciones ofrecidas a esos problemas siguieron siendo equivocadas y afectando a la producción. No es posible conseguir un país con justicia social bloqueando al sector más productivo de la nación”, sostuvo.
Gerchunoff dijo que lo mejor que le puede ocurrir al agro es que aparezcan nuevos sectores económicos prósperos en la Argentina para evitar que “el foco del fiscalismo no se concentre en el sector”.