Permiso, auxilio, socorro. Soy un periodista agropecuario en peligro de extinción. El primer acto inaugural de la Sociedad Rural de Palermo que cubrí sucedió en 1993 y creo que desde entonces no falté a ninguno desde entonces. Van 26 años, ininterrumpidos. Me faltó la chifladura a Alfonsín pero viví muchos otros momentos memorables. Conocí a los Batata del Mercado Central, los desplantes de Néstor y Cristina, y hasta lo he visto a Carlos Menem ingresar a la pista sobre un Cadillac descapotable.
Siempre he cubierto este acto desde el costado derecho a la tribuna oficial, mirándola de frente. Siempre desde el corralito destinado a la prensa. En los últimos años, los años de Cambiemos, para llegar hasta allí se ha incrementado notablemente el número de vallas y controles por atravesar: cada vez son más, con más policías. Este último sábado incluso nos han palpado de armas como si esta fuera una cancha de fútbol. Y hasta nos pasaron por todo el cuerpo un detector de metales. Nunca me había sucedido. Había clima de peligro.
Lo miré al policía que me auscultaba con el aparato y le hice un chiste que jamás entendió: “Debería ser un detector de vegetales”, le dije como para que sospechara que llevaba una peligrosa zanahoria bajo mis abrigos. Propongo que de aquí en más la zanahoria sea considerada, como una cachiporra, el arma y símbolo de las huestes veganas. Es que la paranoia se apoderó de los miembros de la seguridad presidencial desde que el domingo pasado unos 40 activistas de esa extraña filosofía se entrometieron en medio de un desfile de aperos en la pista central de Palermo para reclamar que sean liberados todos los animales explotados del mundo. Salieron a relucir un par de rebenques y se armó el tole tole que la prensa necesitaba. En menos de una semana ya estaba el jueguito para celulares: “Gauchos versus Veganos”.
Desde ese episodio, en la Rural solo se habló de las demandas del veganismo. Ahora todos sabemos que deberemos dejar de comer carne porque hacemos sufrir a los animales, y que ordeñar una vaca es como violarla. En la agenda inmediata se instaló que es necesario dejar en libertad a todos los animales explotados del mundo. En la Argentina tenemos 54 millones de bovinos, 14 millones de ovinos, 5 millones de porcinos y 3 millones de caballos y quichicientos mil millones de aves de corral. No me alcanzan los dedos de las manos para sumar. ¿Dónde soltamos a tanto ser “sintiente”?
Pero cuando creíamos que la cuestión vegana había sido, finalmente, el gran tema de debate en la exposición rural, de golpe y porrazo apareció Greenpeace. Las ONG ambientalista es famosa por sus audaces operativos para instalar temas en la agenda. En este caso, en pleno acto inaugural, cuando la seguridad presidencial había trabajado toda la semana para prevenir una nueva irrupción de un ejercito vegano en la pista, Greenpeace desplegó dos pequeñas banderas con los colores del PRO, el amarillo patito, que advertían a los ganaderos que dejen de deforestar en el norte del país. Un estudio publicado justo por estos días culpa a la ganadería de producir un gran desmonte en las zonas boscosas del Gran Chaco, una de las guaridas del perseguido yaguareté.
Las banderitas de Greenpeace fueron desplegadas desde unos dispositivos montados unos cuantos días antes. Estaban ubicados justo sobre la cabeza del presidente Mauricio Macri, quien mantuvo la compostura a pesar de que un empresario se esforzaba delante suyo por arrancar tan incómodo cartel. Dio vergüenza ajena una vez más el desempeño de las fuerzas de seguridad. Ni la Policía Federal ni los espías que pululaban por el predio pudieron advertir la presencia de esos dispositivos, que fueron activados en el momento justo, desde una distancia justa. Nadie reaccionó hasta que fue Federico Boglione, criador de Angus y dueño de la láctea La Sibila, quien tomó la decisión de arrancar de cuajo esos ofensivos carteles. Un empresario importante haciendo las veces de guardaespaldas presidencial.
Peligro. Auxilio. Socorro. En la exposición rural de Palermo se habló muy poco de las políticas que necesita el campo para crecer y producir más de modo sustentable. Y yo, que siempre escribí sobre esos asuntos enrevesados, ahora me siento un periodista agropecuario en vías de extinción. Minga los productores, como decía el Alfredo. En esta Rural la agenda la impusieron los veganos primero y luego Greenpeace.
Acorralado por un temario de conflictos surgidos de las tribus más bien urbanas, me concentré entonces en los discursos, esperando de ellos una discusión de gran calibre sobre la situación productiva actual. Siempre ha sido así en Palermo: el titular de la Sociedad Rural Argentina (SRA) aprovecha su gran momento en el calendario para instalar frente a las máximas autoridades del país no solo las visiones del sector sino además una agenda de reclamos. Todavía me acuerdo cuando los productores ovinos de la Patagonia se ofendían porque no se los citaba en ese discurso. O cuando las tribunas de socios eran el termómetro de la política agropecuaria del gobierno de turno, testeando los anuncios con aplausos o chiflidos. Eran tiempos de grandes debates sobre política agropecuaria que requerían de periodistas capacitados como nosotros.
Pero ya fue. Daniel Pellegrina no nombró a los esforzados productores lanares. Tampoco casi a los productores de otras economías regionales. En rigor, casi no mencionó a los productores y sus penurias. Su discurso, leído nerviosamente pero con tono monocorde, resultó ser una pieza que advertía sobre la necesidad de mantener el rumbo político y económico elegido en 2015. Mantenerlo con la paciencia de un agricultor japonés que siembra un bambú que tarda varios años en mostrar sus brotes verdes. Todo un acto de fe. El gran reclamo de Daniel, en todo caso, fue que había que profundizar y acelerar este camino. Meterle pata.
Bueno, me consolé: quizás el desafío electoral es lo suficientemente importante como para que la SRA deje de lado su rol gremial, se reserve los reclamos más urgentes del sector productivo y le permita a su presidente formular un discurso de alto voltaje político. Las banderitas de Greenpeace ya fueron arrancadas y la confederación vegana solo mantuvo el sitio en la puerta de Plaza Italia, sin incursionar en la pista central. El ámbito era propicio para que una entidad que comulga con el gobierno llame a los suyos a votar por la reelección del Macri.
En este primitivo razonamiento de periodista agropecuario en peligro de extinción, lpensé que la noticia que yo necesitaba llegaría entonces en el discurso presidencial, casi un cierre de campaña antes de las elecciones primarias. Me alisté, le saqué punta al lápiz: esperaba que Macri la hablara al campo argentino y le contara sus proyectos de cara a un eventual segundo mandato. Pero nada. El único anuncio del Presidente ya había sido hecho unos días antes, a través de los diarios: Agroindustria, que antes era Ministerio y luego pasó a ser Secretaría, volvería a ser Ministerio pero sin Industria. Ahora sería Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, como antes. Macri casi se olvida de mencionar el asunto en su discurso, tan encendido como estaba en recordar todo lo bueno que había sido su gobierno en comparación con todo lo malo que había sido el gobierno anterior.
“Tengo que levantarles la vara”, dijo en un momento Macri, en uno de los pocos tramos de su discurso dedicados a los productores. Luego los desafió a duplicar la producción (para alimentar a 800 millones de personas y no a 400 millones como ahora) y a crear 1 millón de nuevos puestos de trabajo. No dijo ni cuándo, no cómo ni cual sería el aporte de su gobierno para lograr cumplir con esos objetivos. Era esa letra chica la que hubiera necesitado yo como periodista especializado. Pero aquí ando, en vías de extinción.
En clave estrictamente electoral, Palermo concluyó así sin haber aportado casi nada nuevo a un debate agropecuario que yo considero acaso necesario. Si hasta la reunión de la Mesa de las Carnes realizada los primeros días de Exposición fue un acto más bien político, enfocado a transmitir a la sociedad que se había elegido el rumbo correcto y que había que mantenerlo a rajatabla.
Una vez más me consolé recordando la presencia de la Mesa de Enlace, aquellos primeros días de exposición, presentando el documento de políticas agropecuarias que necesita el sector y que será discutido con los diversos candidatos, solo si ellos quieren claro. Esto sucedió antes de la irrupción vegana y antes del desafío de Greenpeace a la seguridad presidencial. Los dirigentes de las cuatro entidades agropecuarias volvieron a presentar en Palermo el documento conjunto que confeccionaron de cara a estas elecciones.
Antes, cuando la política discutía sobre agro y Palermo era una caja de resonancia, solía ser al revés: eran los candidatos a presidente los que trataban de presentar sus propuestas ante los productores.
Pero ahora parece que la Exposición Rural se ha transformado en una caja de resonancia de la política general. Toda la muestra se tinó de la contienda electoral y son los dirigentes rurales los que deben suplicar a los candidatos que los escuchen y reciban sus propuestas.
El mundo patas para arriba. La Rural como plataforma de difusión de ambientalistas y veganos. Y como plataforma electoral para solo una porción de los candidatos. La Mesa de Enlace implorando ser escuchada y los políticos callando sobre lo que piensan hacer con el campo en caso de llegar al poder.
Y yo, como parte de un periodismo agropecuario desorientado, en vías de extinción. Como el yaguareté. Como los productores, de los cuales ya casi nadie habla.