Patricia Miranda es doctora en Química de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y es investigadora del CONICET en el Instituto de Agrobiotecnología Rosario (INDEAR), en el área de I+D de Bioceres. Allí se desempeña como gerente de Asuntos Regulatorios y por eso su trabajo ha sido clave para la aprobación del trigo HB4 desarrollado por Raquel Chan. Patricia es la segunda mujer detrás de esta innovación argentina.
Pero Miranda además lideró el primer proyecto de “Molecular Farming” o “fábrica vegetal” para desarrollar una proteína animal en plantas. Consiste en utilizar a los vegetales como usinas productoras de un compuesto de interés comercial, es decir que la planta elegida se utiliza como un sistema de producción.
Según la experta, este sistema posee muchas ventajas ambientales y económicas:
- La producción en gran escala de moléculas en plantas es más económica que en microorganismos porque se utiliza energía solar en la mayor parte del proceso (en la planta) y no se necesitan instalaciones ni personal especializado para su manejo (como los fermentadores donde se crecen los microorganismos);
- Es más amigable con el ambiente y conlleva una menor huella de carbono ya que no se usa energía eléctrica en los primeros pasos de producción y las plantas consumen dióxido de carbono en lugar de producirlo
- Se puede incrementar la escala de producción de manera rápida y simple (aumentando la superficie sembrada).
- Hay menor posibilidad de contaminaciones durante la producción, ya que no hay cruce de patógenos entre plantas y animales.
Y hay más: cuando la producción se hace en semilla se puede almacenar a bajo costo y ajustar el procesamiento a la demanda y además del producto principal se pueden comercializar subproductos del cultivo como forrajes y aceites.
En este contexto, el proyecto pionero en el ámbito de “molecular farming” dentro de Bioceres-INDEAR fue la producción de quimosina bovina en semillas de cártamo transgénico (SPC en inglés), una enzima necesaria en el proceso de producción de quesos para coagular la leche y que originalmente se obtenía del cuarto estómago de terneros lactantes.
-¿Por qué se eligió la quimosina?
-Porque hace unos 30 años se previó que la demanda de queso aumentaría muchísimo y se requeriría una fuente alternativa de esta enzima. Así en 1991 la FDA (Food and Drug Administration de Estados Unidos), autorizó a la quimosina como la primera proteína “recombinante” permitida como ingrediente alimentario humano (una proteína recombinante es aquella que se produce en un organismo que no es el original, es decir, transgénico). Desde entonces la quimosina la producen dos grandes empresas multinacionales que se reparten la mayor parte del mercado.
Aprueban un cártamo transgénico para obtener un ingrediente clave para hacer queso
-Entonces, claro, era un producto ideal…
-Cuando INDEAR estudió la posibilidad de desarrollar la rama del molecular farming, decidió enfocarse en enzimas industriales por dos motivos: son necesarias en gran escala, lo que justifica la inversión en tiempo y dinero hasta llegar al producto, y los requerimientos regulatorios serían menos limitantes que para moléculas con otro destino (por ejemplo, médico). En aquel momento, entablamos relación con una empresa canadiense que diseñó un sistema de producción de proteínas en semillas de cártamo transgénico y había desarrollado plantas que expresaban quimosina en sus semillas. Adquirimos los derechos para desarrollar este proyecto.
-¿Por qué se eligió el cártamo, planta oriunda de Asia? ¿No se podía usar una nativa de aquí o no es importante esa característica?
-La elección del cártamo como sistema de producción se basó en algunas características que hacían de esta especie una buena opción. La principal es que es un cultivo apto para crecer en climas semiáridos, lo que permitiría producir en regiones no aptas para otros cultivos. Por otra parte, este cultivo tiene subproductos de gran valor: el aceite de cártamo es el más rico en ácidos grasos poliinsaturados, lo cual permite agregar otro componente a la ecuación económica del proyecto. La producción en plantas puede concretarse en otras especies y se está avanzando en ese aspecto.
Miranda explica que para INDEAR esta iniciativa representaba la posibilidad de abordar un proyecto que ya había completado las etapas iniciales, por lo que permitiría llegar con un producto al mercado en menos tiempo. “Yo lideré el proyecto desde sus comienzos en Argentina, hasta que se superaron las pruebas de laboratorio y funcionales, y se construyó la planta piloto. A partir de entonces estuve a cargo de la aprobación del producto final (la enzima SPC), así como la planta transgénica que la produce. De esta manera, alcanzamos la aprobación del primer cártamo transgénico a nivel mundial y de la primera enzima producida por molecular farming para consumo humano”.
El proyecto siguió avanzando con la creación de AGBM, una Empresa de Base Biotecnológica (EBT) que hizo posible la industrialización y comercialización internacional de la SPC. Actualmente, la tecnología SPC está dentro de una empresa relacionada a Bioceres, Moolec, que planea hacer un relanzamiento de este producto.
A raíz de este proyecto, INDEAR se convirtió en un referente de molecular farming ya que demostró las capacidades de concreción de un proyecto de este tipo desde el desarrollo a nivel laboratorio hasta la capacidad de procesamiento a escala industrial y la obtención de las aprobaciones para la salida del producto al mercado. La SPC fue aprobada para su comercialización en el 2012 y se comercializa desde hace varios años; fue la primera enzima obtenida por molecular farming listada en el Código Alimentario Argentino.
Actualmente Patricia está a cargo de las presentaciones para lograr la aprobación del trigo HB4: “Luego de ocuparme del proceso de aprobación de la SPC dejé el laboratorio de proteínas para hacerme responsable de todos los procesos relacionados con la aprobación de las tecnologías desarrolladas por Bioceres, entre ellas el trigo HB4. Este proyecto lleva más de 10 años en la empresa, pero le ha costado mucho tiempo obtener la primera aprobación completa, y digo ´completa` porque la seguridad ambiental y alimentaria fue confirmada por las autoridades pertinentes (CONABIA y SENASA, respectivamente) en 2016″.
“Pero el tercer paso de evaluación del sistema argentino, el análisis de mercado, que evalúa el impacto que la aprobación de un nuevo transgénico podría tener en la producción y comercialización, recién fue favorable en el 2020. Esos años fueron un periodo muy difícil en el cual no obtuvimos la aprobación ni señales claras de qué solicitaban las autoridades locales para obtenerla”, indicó.
“A modo de comparación, la soja y el trigo fueron presentados en el mismo momento ante las autoridades regulatorias de Argentina (2014) y, mientras la soja fue aprobada en un año, con el condicionamiento de aprobar en China antes de comercializar, al trigo esto le llevó 6 años. Recién en el 2020 obtuvimos la aprobación, aunque la comercialización está condicionada al visto bueno de Brasil, el principal destino de exportación del trigo argentino. Desde esta primera presentación en Argentina han pasado 7 años y 9 países en los cuales ha sido solicitada la aprobación del trigo HB4. Uno de estos países es Brasil, donde el proceso de análisis de encuentra avanzado” (la semana pasada se habilitó allí la importación de harina del trigo HB4).
Para Patricia las ventajas de la aprobación son diversas: por un lado, la posibilidad de adoptar una tecnología que permitirá mejorar los rindes del trigo en zonas de potencial medio y bajo, y estabilizar la producción en todas las regiones independientemente de los episodios de estrés ambiental que son tan frecuentes e impredecibles. Por otro lado, implica la posibilidad de que Argentina sea proveedora de tecnología, el famoso “valor agregado” del que tanto se habla, por ser el país que que generó una nueva tecnología en semillas, que además fue desarrollada por el ámbito académico local.
Otro hito de importancia es que la inversión en investigación se transfiera al sector productivo. “Creo que es importante destacar que en este proceso de transferencia no solo se beneficia la empresa que se ocupó de las etapas avanzadas del desarrollo sino también las instituciones públicas que invirtieron (el CONICET, la Universidad Nacional del Litoral), los productores que la adopten y el país en su conjunto”, reflexiona. “Por último, el hecho de que seamos el primer país que aprueba un trigo transgénico también nos posiciona como protagonistas activos en los desarrollos tecnológicos”.
-A pesar de todas las ventajas que usted describe hay una parte de la sociedad que ve con malos ojos a los productos transgénicos. ¿A qué cree que se debe?
-A un gran prejuicio asociado a los transgénicos y que tiene múltiples componentes. Creo que en su origen se relaciona con lo novedoso, que siempre genera desconfianza; esto se combina con la falta de información o información falsa esgrimida por ámbitos que ven a la tecnología como un peligro. La opinión pública asocia a los transgénicos con un paquete tecnológico de una gran multinacional y el negocio relacionado a un herbicida.
-O sea que la barrera es mental…
-Es que es tal el prejuicio que dos décadas después de este primer evento los desarrollos que no tienen que ver con grandes empresas multinacionales y/o con el uso de agroquímicos, son puestos en el mismo paquete o ignorados para sustentar este prejuicio. Por ejemplo, la berenjena Bt desarrollada en Bangladesh que beneficia específicamente a los pequeños productores al requerir un menor uso de insecticidas y una mayor producción; o el arroz dorado, que ayuda a prevenir la ceguera por deficiencia de vitamina A en países subdesarrollados donde la alimentación se basa en arroz.
La especialista asegura entender las dudas que surgen a partir de las actividades asociadas con los transgénicos porque todos los avances tecnológicos, como cualquier novedad, generan miedos. “Solo hace falta repasar la historia de la humanidad para ver cómo la sociedad reaccionó a cada uno de los desarrollos que con su uso confirmaron la utilidad y beneficio para la comunidad, por eso es responsabilidad de todos actuar en base a información bien sustentada y entender que pueden coexistir diferentes formas de producción, que lo que parece adecuado o sustentable para unos no lo es para otros y que hay que tener una visión más amplia”, resume.
“Creo que, como ocurrió con otros avances tecnológicos, el tiempo va a confirmar la seguridad y beneficios de los transgénicos. Espero que podamos encontrar las vías de comunicación para alcanzar un entendimiento que nos permita aprovechar esta ventana de oportunidad y empezar a hacer uso de nuestras capacidades”.
No se cuestiona el avance tecnológico logrado //// pero nuestros ” compradores de trigo Argentino” NO quieren trigo TRANSGENICO !!!!!