Políticas de promoción en EE.UU. –tanto a nivel nacional como regional– incentivaron la elaboración de biodiésel tradicional (Fatty Acid Methyl Esters ó FAME) y más recientemente de biodiésel hidrotratado o HVO (Hydrotreated Vegetable Oil), lo que generó un crecimiento sustancial de la molienda interna de soja en esa nación para abastecer de aceite de soja a la pujante industria de biocombustibles.
Datos del Ohio Soybean Council muestran que a la fecha la capacidad instalada de molienda de soja en ese estado de EE.UU. es del 56% de la producción local –considerando el promedio de la última década– y que, si las inversiones de nuevas plantas de procesamiento de cumplen, en algunos años más esa proporción podría superar el 85%.
La contrapartida de ese fenómeno es una producción creciente de harina de soja, dado que por cada tonelada adicional de aceite de soja que produce EE.UU., se obtienen cuatro toneladas de harina. ¿Y qué hace EE.UU. con ese excedente? Lo exporta.
Un informe del USDA remarca que para el ciclo comercial 2024/25 se espera que EE.UU. exporte un récord de 16,0 millones de toneladas de harina de soja versus 14,5 y 13,2 millones en las dos campañas previas respectivamente.
EE.UU. tiene ventajas competitivas en los mercados de Canadá, México y Colombia porque cuenta con Tratados de Libre Comercio (TLC) con esas naciones.
Al contar con acceso preferencial, gracias a los TLC, a determinados mercados clave localizados a cortas distancias relativas, el valor FOB de la harina de soja estadounidense se encuentra en niveles superiores a los sudamericanos.
Por otra parte, EE.UU. también se está consolidando como proveedor de harina de soja en naciones del sudeste asiático, como Filipinas y Vietnam, donde actualmente lideran las exportaciones argentinas y brasileñas.
Es muy probable que, ante un mercado mucho más competitivo, la variable de ajuste del negocio –si la demanda global no crece al mismo ritmo que la oferta– sean los precios de exportación de la harina de soja.