Parece paradójico, pero es así: a pesar de la enorme suba de precios que registró la carne vacuna en el último mes, sigue estando muy barata.
Los datos publicados por el Indec, efectivamente, muestran que en febrero pasado los precios minoristas de los principales cortes bovinos pegaron un “estirón” enorme respecto del ajuste experimentado por el resto de los alimentos.
Sin embargo, cuando se observa la “película” entera puede apreciarse que los valores de la carne roja siguen estando por debajo no sólo de la inflación general de alimentos, sino también del resto de los bienes y servicios de la economía.
En el último año la “canasta cárnica vacuna” medida por el Indec mostró una inflación interanual del 84,6% versus un 103,3% el promedio de alimentos y bebidas no alcohólicas en comercios y supermercados de la ciudad de Buenos Aires (CABA-GBA).
Es decir: a pesar del reciente y enorme ajuste, la carne vacuna sigue “corriendo por detrás” a la inflación al registrar un atraso anual superior a 18 puntos respecto del promedio general de alimentos.
El principal causante del retraso que venía y sigue registrando el precio de la hacienda –y por extensión de la carne– es la pauperización del poder adquisitivo de los argentinos, quienes, frente a la aceleración inflacionaria, vienen comprando cada vez menos cortes bovinos para priorizar la adquisición de alternativas más baratas, como es el caso del cerdo o el pollo.
Si bien la crisis social argentina no es nueva, sí lo es el hecho de que la demanda internacional, que hasta el primer tramo del año 2022 venía muy firme, comenzó luego desacelerarse. Y también cayeron los precios de exportación en simultáneo con una progresiva pérdida de competitividad del sector exportador cárnico potenciada por los cupos de exportación, derechos de exportación y “retenciones cambiarias”.
Frente a tal escenario y una sequía que liquidó buena parte de las reservas forrajeras, los empresarios ganaderos comenzaron a tomar acciones defensivas. Los criadores incrementaron la retención de vientres, mientras que los invernadores abandonaron sistemas intensificados de engorde, los cuales son más económicos, pero también más lentos e impredecibles.
Así es como la oferta de carne fue descendiendo hasta encontrar una relación de equilibrio con la demanda, de manera tal que los precios lograron finalmente comenzar a actualizarse en función de la depreciación del peso argentino causada por la emisión monetaria descontrolada.
De todas maneras, como el valor de los cortes vacunos aún no refleja totalmente la depreciación bestial del peso argentino, siguen –por el momento– teniendo un precio “subsidiado”, lo que no quiere decir que no se encuentren cada vez más lejos de los pulverizados salarios de los trabajadores argentinos.