Las oportunidades para educar (y educarse) siempre están presentes. Solamente es necesario prestar atención suficiente y evaluar las alternativas en función de los recursos disponibles.
La hija del empresario agrícola cordobés Esteban Vissio el año que viene, al finalizar el colegio secundario, tendrá su viaje de egresados. Como es usual, el mismo comienza a abonarse en cuotas mensuales con bastante anticipación.
“Voy a tener que hacer algo para pagarme el viaje, me dijo mi hija una tarde, y entonces comencé a evaluar qué emprendimiento podría generar para cumplir con esa iniciativa”, explica Esteban en un artículo publicado por Contenidos CREA.
Al hacer un repaso metal de las diferentes opciones, el empresario visualizó la posibilidad de destinar algunos surcos a la producción de choclo dulce a partir del cual se recolectan los marlos para ser comercializados en supermercados y verdulerías.
Su hija –si bien nunca había manifestado afinidad por las cuestiones agropecuarias– aceptó encantada y toda la familia puso manos a la obra. Sembraron algunas hileras de maíz dulce en tres fechas y sectores diferentes del establecimiento localizado en la zona de Río Cuarto, una de las cuales fue barrida por el granizo.
La primera lección llegó de la mano de ese evento: el campo es una industria a cielo abierto y, por lo tanto, resulta clave la diversificación productiva para aprovechar las ayudas climáticas y mitigar los daños provocados por ese factor imprevisible.
A fines de febrero pasado comenzó la recolección de la primera tanda de choclos y todos los integrantes de la familia se arremangaron para participar de esa tarea.
Sin embargo, cuando llegó el momento de planificar la comercialización de los marlos, aparecieron criterios diferentes. Por un lado, Esteban propuso montar un puesto en una zona concurrida, mientras que su hija sostuvo que la manera más conveniente era ofrecer el producto a través de redes sociales y servicios de mensajería.
Finalmente, se llevaron a cabo ambas metodologías. Esteban y su hijo menor ofrecieron choclos en un puesto ambulante, al tiempo que su hija, con la ayuda de una amiga, se focalizó en el uso de herramientas digitales para cumplir con ese propósito; en este último caso, resultó necesario planificar la logística de distribución, que requirió, por supuesto, un costo y esfuerzo adicional.
“La realidad es que yo también aprendí muchísimo porque no sabía nada de la producción de choclo dulce y de hecho, como no se produce en esta zona, me costó muchísimo conseguir la semilla”, apunta Esteban.
El mayor valor de la experiencia no fue el dinero recaudado, sino la posibilidad de enseñar cuánto esfuerzo y dedicación se requiere para poder generar un ingreso a través de brindar un producto o servicio que resulte útil y accesible a los integrantes de la comunidad.
“La experiencia permitió además crear momentos compartidos, risas y muchas anécdotas que quedarán para siempre en nuestra familia”, resume Esteban.