Las columnas dominicales de Iris Speroni (economista UBA, con master en Finanzas de UCEMA y un postgrado en agronegocios) son de lectura obligatoria para quienes quieran entender cómo funcionan algunos mecanismos que transfieren la riqueza generada por el sector agropecuario, en las más diversas regiones, en todas las provincias, hacia la ciudad de Bueno Aires, el gobierno central y ciertos sectores de la economía.
La de este domingo nos llamó la atención, porque no se queda en un diagnóstico repetido sobre esta situación sino porque la especialista aborda y propone una posible forma de comenzar a desandar la “gran distancia cultural y emocional” que existe entre la población de la ciudad y la del campo.
Iris sostiene que esa brecha “no es inocente”, ya que es “el poder político promueve el menosprecio y la calumnia popular hacia el sector productivo agropecuario” como una fórmula para “darle un manto de nobleza y reivindicación al saqueo y exterminio”.
Speroni siempre repite lo mismo: que diferentes sectores económicos y políticos del país se quedan con el fruto del trabajo del productor agropecuario (desde un humilde yerbatero misionero a un propietario de varias hectáreas en zona núcleo), y que esa es la razón por la que desaparecieron 100.000 familias agropecuarias en los últimos 15 años (de 350 a 250 mil).
Según este análisis, “existe toda una maquinaria integrada por universidades (academia), medios de comunicación y expresiones culturales (películas) cuyo fin es pintar a los productores agropecuarios como abusivos y oponerlos al trabajador urbano el cual debe comprar comida con su magro salario. Es una bajada de línea vigente en el CBC y en facultades como Económicas, Sociales, Ciencias Políticas, etc. Luego permea por toda la sociedad a través de periodistas/propagandistas, docentes de escuelas secundarias y primarias y el resto del aparato cultural”.
¿Y cuál sería el objetivo de este aparato de difusión cultural? Según Iris, “justificar el despojo por parte de los beneficiarios del mismo: algunos pseudoindustriales, contratistas del estado, el sector financiero, las actividades que no pagan impuestos o tienen groseras exenciones (minería, hidrocarburos y automotriz, nuestras vacas sagradas), la burocracia estatal jerárquica”.
“El sector agropecuario ha tratado varias veces de cerrar esa brecha cultural y contrarrestar la evidente hostilidad”, explica más adelante la economista, que de todos modos considera que “ha habido intentos de propaganda para unir campo y ciudad, los cuales han sido pocos y malogrados”.
Allí comienza con una propuesta diferente para “dar la lucha cultural”.
Speroni apunta a la educación, pero no a la de cientos de escuelas agropecuarias de todo el país, que ya hace su aporte. “Mi propuesta es para otro sector de la sociedad: acercar a los argentinos que viven en las urbes con los que viven de la ruralidad; incorporar la educación agropecuaria a la educación primaria y secundaria general. Es para los niños que hoy van a colegios convencionales, no los que van a escuelas agropecuarias”, explica.
En ese sentido, su idea es “proveer educación agropecuaria a todos los niños, con una frecuencia, al principio, de una vez por mes”. ¿Cómo sucedería? En principio deberían “ir desde la ciudad a un campo y tener contacto con huertas y animales”.
“Imaginen niños urbanos -de cualquier clase social- lo que puede significar para ellos tener un corderito en brazos. Para los adolescentes, subirse a la maquinaria agrícola les hará sentir el Capitán Kirk. La actividad implica darle de comer a gallinas y conejos, a vacas, cerdos y ovejas, acariciar un caballo. Cuidar la huerta. Desde lo teórico, que aprendan los ciclos de vida, las cantidades de alimento que hay que darle a cada uno y la composición del mismo. Más grandecitos, que ayuden a parir a una oveja, a esquilar, a vacunar. A nivel secundario, a hacer queso, dulce de leche, chacinados. Que aprendan de bromatología. Y que estudien biología (fotosíntesis, ciclo del agua, células, tejidos, etc., el Villé completo) con un marco práctico también”.
Speroni imagina que esta tarea educativa, masificada y sostenida en el tiempo, tendrá un impacto formidable. Propone: “Piensen en niños que viven en un barrio carenciado de Moreno o Lanús o Lomas de Zamora o San Martín (provincia de Buenos Aires) o de Rosario o de la Capital Federal. O en niños de departamento del centro de Buenos Aires o de Córdoba capital. Sería abrirles una ventana a un mundo que desconocen”.
La especialista incluso avanza con sugerencias sobre el programa de estudios: “La primera parte del programa debería seducir con la comida. Recibirlos a todos con un gran desayuno. Tostadas con pan, manteca y dulce de leche casero. Mate cocido con leche. Todas cosas que en algún momento obtendrán por sí mismos, cuando aprendan a ordeñar y preparar. El almuerzo debe ser empanadas, asados y frutas. Piensen que hay muchos niños que nunca o rara vez comieron asado. Luego actividades y antes de irse una muy buena merienda, pastelitos incluidos”.
Y hasta sugiere premios en vez de castigos: “Todos -niños y docentes- deben irse con una cajita feliz: dulce de leche, alfajores, chacinados, queso. Los niños no lo olvidarán jamás, porque lo que uno conecta emocionalmente, no se olvida nunca. Y lo que entra por la comida, queda grabado en el cerebro. Que la madre sepa que si el niño tiene ‘día de campo’ vuelve con medio kilo de dulce de leche, el cuál se compartirá en familia”.
Luego de soñar con los ojos abiertos en poder aplicar este esquema, la economista reconoce que la materia “campo” en las escuales “implica una gran inversión”. Por eso propone “que se empiece primero con pruebas piloto y luego con mayor volumen, con las escuelas parroquiales que se avengan. Financiado por el sector agroindustrial (transporte, docentes específicos, contratar seguros para los niños y para el personal, luz, alquiler del predio, compra de animales y forraje y herramientas). Se puede usar predios de sociedades rurales o cooperativas que los tengan ociosos o subutilizados y adaptar las instalaciones”.
“Es una idea. ¿Habrá mejores? Probablemente. Pero de alguna manera hay que empezar a contrarrestar la gigantesca propaganda anti-campo, la cual se produce no sólo en Argentina sino en Occidente”, finaliza.
Excelente idea!!!! Soy psicoanalista y también productor, de Bragado. Me parece fantástica la iniciativa. Hsy que empezar a desmontar la mentira desde la infancia. Lo mismo habría que hacer con la producción marítima. La población urbana vive con los ojos cerrados a la realidad productiva del país. Y esto lo han aprovechado los políticos saqueadores. El reconocimiento de la Argentina del trabajo y la producción tiene que ser asumido en las curriculas escolares desde la primaria y no limitarse a visitas, pero es un excelente principio. Entre otras realidades tiene que revelarse que aquello de la “obsena opulencia” le cabe a los burócratas y no a los que producen.
No es necesario. Pueden leer o ver videos. Los alumnos pierden horas de clase y los productores pierden tiempo atendiendo a los alumnos.