“No es necesario tirar flores”, me digo a mi mismo cada vez que hago una nota por invitación de alguna empresa. Me lo repito una y otra vez, como para no caer luego -al momento de la escritura- en el elogio fácil y empalagoso. En este caso tuve que repetirme esa consigna varias veces porque la charla estuvo regada de muy buen vino, de ese que destraba las lenguas, y en medio de un paisaje de ensueño.
Hace unos días, junto a un grupo de periodistas visitamos el viñedo orgánico más extenso del país, al pie de una Cordillera de los Andes que por suerte este año luce recargada de una blanca reserva hídrica (es la manera agrónomica de referirse a la nieve). Se trata de unas 231 hectáreas ubicadas en una zona mendocina llamada Alto Agrelo, en Luján de Cuyo, que no vienen de un cultivo anterior sino que estaban vírgenes y por lo tanto han sido colonizadas desde cero a partir del año 2010.
Este viñedo, junto a otros que en total suman unas 355 hectáreas, pertenecen a la bodega Argento, una de las cinco que maneja el grupo Avinea (cuatro en Mendoza y una en Chubut). Avinea es propiedad del empresario mendocino Alejandro Bulgheroni, que alguna vez se propuso ser el mayor productor de vinos orgánicos certificados y lo logró en poco tiempo. Me enternezco un poco al enterarme que su grupo absorbió marcas caras a mis sentimientos de buen bebedor social, como Pacheco Pereda o Cuesta del Madero. Pero me endurezco en seguida: no hay que tirar flores.
Estamos entonces en Argento, una bodega que arrancó de cero. Inevitablemente el nombre de los vinos que vamos tomando me remiten a Guillermo Francella, pero me lo callo. El márketing vitivinícola -pienso-, suele ser exasperante en materia de milagros y también en este caso puede llegar a hacerlos: la marca fue heredada de un importador y me cuentan que funciona muy bien para colocar las botellas en los mercados externos, donde esta bodega destina 70% de su producción. Lejos de Pepe, aquel personaje casi grotesco de la serie de televisión, estos Argento se venden como “vinos orgánicos y sustentables para conservar en cada botella lo mejor de la región”. Las certificaciones apabullan y confirman que aquí sí se lo tomaron en serio. Hasta certifican Fair Trade o comercio justo.
Pasan las copas de vino que catamos y yo me voy endulzando: en este viñedo orgánico pensado desde cero obviamente el malbec ocupa la mayor parte de las hileras, pero me sorprenden gratamente con dos variedades que no conozco tanto: un tinto cabernet franc y un blanco pinot grigio. Antes de que se me comiencen a escapar elogios dedico concentrarme en lo nuestro, que es la producción. Para chamuyeros ya existen los periodistas especializados en vino. Entonces no derrocharemos flores ni aún cuano nos amenace la más dulce de las borracheras.
Me sorprende Cecilia Acosta, una ingeniera agrónoma nacida y formada en Mendoza. Ella es la gerenta agrícola de todo el grupo Avinea y eso ya es algo bastante llamativo: no abundan las mujeres al mando de viñedos tan extensos y desafiantes. Pienso de inmediato que contar con una mirada femenina debe haber hecho mucho más sencillo lo que aquí querían hacer estos empresarios: un viñedo orgánico que -además de prescindir de agroquímicos y fertilizantes- tuviese en cuenta todos los factores que hacen a la “sustentabilidad”.
Ellos (o ella) han bautizado “Matriz Viva” a su programa de trabajo, y afirman que tienen en cuenta cinco factores de los que se ocupan en forma constante para velar por “el desarrollo armónico del ecosistema vitivinícola” o al menos acercarse al máximo del ideal posible: las plantas de vid son solamente uno de los componentes, pues se suman el cuidado del agua, del suelo, de los organismos y del medio ambiente.
Todo suena de maravillas, pero no voy a tirar flores. Entiendo que frente al paño de desierto por colonizar, el Grupo Avinea trabajó a conciencia para hacer un viñedo altamente sustentable porque tenía la decisión y también el dinero para hacerlo. Sobre todo el dinero. Esto permitió hacer un exhaustivo mapeo de suelos antes de arrancar con la implantación de las vides. Cientos de calicatas se combinaron con imágenes satelitales y análisis de suelos. Y recién conocidos los resultados de ese análisis, se decidió la densidad y se comenzó a implantar cada hilera en el lugar más propicio, según el tipo de suelo y la calidad del vino buscado.
Es lo que se llama “vitivinicultura de precisión”: la finca se dividió en 75 bloques y cada uno de ellos tiene una variedad que se adapta al tipo de suelo, mientras un sistema de riego inteligente reparte por goteo las dosis justa de agua desde un reservorio ubicado en la parte más elevada del inmenso lote, cerquita de los 1.100 metros sobre el nivel del mar. En este esquema orgánico todo se fertiliza con abonos orgánicos, sobre todo guano de cabras. Hay alguna pasada mecánica entre las hileras para combatir las malezas. Y la cosecha es manual a cargo de cuadrillas obligadas a contratar en blanco a sus trabajadores. La certificación de Comercio Justo les permite a éstos cobrar un dinero por cada botella que se vende con ese sello. Cuando reciben la plata, ellos mismos deciden a qué destinarlo en sus comunidades.
Pero no voy a tirar flores, me vuelvo a repetir. Y distraído en esos pensamientos son las flores las que salen a mi encuentro.
Cecilia toma una copa de cristal y la golpea con una cucharita para pedirnos silencio, que la escuchemos. Ella, como responsable del manejo agronómico del lugar, quiere contarnos que están haciendo una serie de ensayos con la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) para investigar el “impacto de flores en el interfilar de un viñedo orgánico”.
Traducime Pepe Argentino, que me pierdo y el vino que ya estaba comenzado a hacerme efecto. ¿Qué me están queriendo decir? ¿Poner flores en dónde?
Nos conduce la gente de Avinea a un extremo del viñedo dónde se están haciendo los ensayos desde hace un par de años, no sin antes aclararnos que los resultados por ahora son preliminares y se requiere de mucho más tiempo para sacar conclusiones. Allí, en efecto, hay flores y plantas diversas sembradas entre las filas de viñedos. Sin ser periodistas especializados en vitivinicultura noto que estamos ante una postal muy inusual, extraña. Hemos visto que en algunos lados se plantas flores (sobre todo rosas) como punteras de la hilera de vides, para que den aviso temprano en el caso de alguna enfermedad. Pero nunca antes hemos visto algo así: hay flores implantadas equidistantes entre las espalderas.
Cecilia nos confirma que este ensayo es algo muy novedoso en la vitivinicultura local y también en la internacional: a nadie se le ocurriría poner filas de flores en paralelo a las vides, pero la idea del ensayo es justamente esa, la de probar los “servicios ecosistémicos” que pueden brindar distintas plantas nativas de esta región mendocina a un esquema de vitivinicultura orgánica. Es decir, aquí se trata de investigar si hay flores que puedan reemplazar a los herbicidas, a los insecticidas y hasta a los fertilizantes. ¿Será posible?
Mirá la entrevista completa a Cecilia Acosta:
No voy a tirar flores fácilmente, pero esto de las flores me ha parecido una idea notable y con un potencial enorme. Por lo pronto, Cecilia nos adelante algunos de sus posibles beneficios.
La Gazania nivea tiene unas hermosas flores amarillas parecidas a una margarita que solo se abre cuando hay sol. En los estudios han notado que ofrece un control efectivo contra los nemátodos (gusanos) y que hasta podrían tener efecto insecticida sobre ellos, pues poseen algunas sustancias tóxicas o precursores de ellas. Pero a la vez la hilera de flores aporta un excelente control de malezas. Y además podría funcionar como planta hospedera de coleópteros /escarabajos) cercano a floración.
La Achillea fillipendulina también se estudia como hospedera de diversos insectos, mariposas, chinche, pulgones, hormigas. El concepto es que si las flores los atraen más, pues pestos grupos de insectos no se detendrán a pensar en atacar las vides. La implantación de estas flores es además un modo efectivo de controlar malezas en la primavera.
Hay otras especies en estudio, quizás hasta una docena, entre las que sobresalen la Dimorphoteca eklonis y la Salvia microphylla, que también son características de esta región. Pero los ensayos incluyen plantas algo más vulgares, como la rúcula silvestre (que también atrae insectos), la mostacilla (que realiza un aporte significativo de Nitrógeno) o la Glandularia, que tapiza el suelo en cierta época dle año evitando la competencia de malezas.
La bodega ha firmado un convenio paralelo con al INTA, cuyos técnicos se enfocan justamente en determinar cómo estos grupos de flores pueden servir a los viñedos como custodios de ls biodiversidad y a la vez como reemplazo de insecticida, por actuar atrayendo cierto tipo de insectos de que otro modo atacarían las uvas. El nombre técnico del ensayo es “la biodiversidad funcional de artrópodos asociados en los interfilares enriquecidos con 9 especies florales”. Y los resultados vienen siendo prometedores.
Cecilia no quiere adelantar mucho, pues los términos de estos estudios están previstos recién para 2025. Nos distrae relatando que otro de los grandes problemas que enfrentan los productores orgánicos de vinos son las poblaciones de hormigas, que lucen indomables. Las “cortadoras” de hojas son las peores. Aquí la estrategia no es eliminar los hormigueros sino invitar a las colonias a mudarlos de lugar, algo más lejos de las plantas, y para ello en este viñedo han dejado espacios libres y sin implantar.
En esta extraña definición de convivencia, los investigadores vienen detectando incluso algunos servicios ecosistémicos que brindan a estos esquemas productivos las poblaciones de hormigas, como que tienen relaciones mutualistas con otros insectos, por ejemplo los pulgones; o las que son granívoras se encargan de la dispersión de semillas de plantas; polinizan algunas plantas; son fuente de alimento a otros depredadores; con la gran cantidad de galerías de sus nidos favorecen a la aireación del suelo; y hasta favorecen a la degradación de la materia orgánica.
Cecilia nos confiesa: “Si te soy honesta, el asunto de los flores comenzó como un tema estético, nos pusimos a pensar cómo decorar nuestros viñedos de modo distinto. Empezamos a poner flores que también debían haber sido producidas de manera orgánica. Entonces fue un desafío encontrar esas flores. Fue la Facultad de Ciencias Agrarias la que tuvo que empezar a hacerlo. Una vez que las vimos lindas nos preguntamos qué servicios ecosistémicos nos pueden brindar aparte de ser vistosas. Y así, haciendo es como uno va creciendo”.
No quiero tirar flores, no debo. Pero me encanta cuando las cosas van sucediendo de esta manera. Brindo por eso.
Me resultó re interesante esta nota apesar de no referirse al área en la que trabajo.
Pero al ser una consumidora de proyectos ecológicos y de productos orgánicos me encanche para leerlo con mi sobrina quien necesitaba de leer en vos alta para practicar.
Al final terminó toda la familia escuchando su artículo con muchas ganas.
Nuestras felicitaciones por que resultó interesante divertido y informativo
Saludo atentamente
Familia Arin Chavez
Muy, Muy y Muy interesante la nota, además de todo lo q se aporta con la flora autóctona para los viñedos, nos enseña a todos. Gracias
Me parece interesantísimo, el tema del control biológico. Estamos haciendo una huerta en donde trabajo, con fines didácticos y hemos plantado varias plantas de flores tipo Dimorfhotecas y aromáticas
Gracias