En las próximas horas, según se ocupó de anticipar Luis Miguel Etchevehere a sus principales colaboradores, la Secretaría de Agroindustria volverá a ser el Ministerio de Agroindustria y recuperará su silla en las reuniones de Gabinete. El decreto presidencial se publicaría esta misma semana, horas antes de un nuevo acto inaugural de la Exposición Rural de Palermo, días antes de las elecciones primarias en las que Mauricio Macri comenzará a jugar sus chances de reelección.
El área de gobierno que se supone tiene a cargo el diseño y ejecución de las políticas para el principal sector productivo había sido degradada institucionalmente hace menos de un año, en septiembre de 2018, junto con otros Ministerios que dejaron de serlo, como Medio Ambiente, Energía, Trabajo o Ciencia y Tecnología. Ni en aquel momento ni ahora parecía haber una justificación válida para tantos cambio. Pero el gobierno de Cambiemos volverá a corregir cosas sobre la marcha. Volverá a cambiar para que casi nada cambie.
No es que no deba celebrarse la decisión: se trata de un acto de justicia. Durante largos meses, Bichos de Campo denominó en sus crónicas a Etchevehere como “ex ministro” y no como “secretario”, justamente para remarcar la degradación institucional que había padecido Agroindustria dentro de un gobierno que se autodefine como “pro-campo”. Paradójicamente el anterior ascenso de este área de gobierno en el firmamento burocrático había sucedido en octubre de 2009, después del conflicto del agro con el gobierno de Cristina Kirchner, hoy nuevamente candidata.
Cosa de Mandinga: Cristina ascendió Agroindustria y Mauricio Macri la había degradado. Ahora vuelve a ascenderla.
Metido de lleno en la campaña electoral, Macri había comenzado su gestión a fines de 2015 con una superpoblación de Ministerios: llegó a tener más de 20, incluyendo la permanencia de Agroindustria como tal. Pero a principios de septiembre de 2018, justo en medio de la crisis y de la negociación con el FMI, en simultáneo con el regreso masivo de las retenciones, la degradó a Secretaría.
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No cambió demasiado con aquella decisión. O mejor dicho cambiaron varias cosas pero no tan significativas. Lo que se perdió fue bastante tiempo en la ejecución de muchos programas oficiales sometidos a los vaivenes de la burocracia. Este tipo de caprichos del poder de turno para definir y redefinir sus estructuras de gobierno tienen siempre un costo que debe medirse en tiempo. Tiempo perdido para hacer todo lo que el Estado debería hacer con urgencia. Marchas y contramarchas que ahora volverán a repetirse.
Lo que no cambió tanto fue el rol de los funcionarios de Agroindustria. Algunos perdieron el cargo de secretarios y pasaron a ser subsecretarios. Muchos otros fueron degradados a directores nacionales o simples directores. Se supone que con esta medida el gobierno de Cambiemos intentaba dar un gesto de austeridad porque se achicaría el llamado “gasto político”. Pero casi ninguno de los funcionarios perdió un gramo de ingresos porque se compensaron sus salarios por otras vías. Si la gestión de Etchevehere ahorró dinero público no fue gracias a estos manejos de superestructura sino en la reducción de gastos inútiles, la renegociación de algunos alquileres y, sobre todo, por los cientos de despidos de empleados rasos producidos en 2018.
Ahora que todo vuelve a fojas cero, se supone que no habrá un costo fiscal adicional.
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Lo que sí cambio fue la sensación de muchos dirigentes rurales y productores, que vieron en la degradación de Agroindustria una señal clara de que las problemáticas productivas habían pasado a un segundo plano entre las prioridades de un gobierno jaqueado por la crisis económica. Quien dominó la agenda en los últimos tiempos volvió a ser el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Las ideas productivistas tuvieron que ceder frente al lápiz rojo del ajuste.
Lo que no cambió demasiado fue la relación de Etchevehere con el presidente Macri, que siempre fue cordial y directa, sin intermnediarios. El ex ministro, luego secretario, nuevamente ministro, siempre conservó su margen de autonomía a pesar de que en las estructura su cartera pasó a depender (al igual de lo que sucedió con el Ministerio de Trabajo) del Ministerio de Producción, a cargo del industrialista Dante Sica.
Fue una verguenza. En estos once meses de degradación institucional, el titular de Agroindustria casi no compartió un mismo acto con quien se suponía que era su superior, salvo alguna mesa de competitividad donde el encuentro fue inevitable como la de maquinaria agrícola (ver foto). Pero casi nunca se difundieron fotografías oficiales que los mostraran juntos.
Más berreta todavía, la conversión de Agroindustria en una dependencia de Producción provocó internas y muchas rencillas, como el pase de Marisa Bircher a la secretaría de Comercio Exterior, que obligó a redefinir todos los cargos dentro en el sector de negociaciones agrícolas internacionales en Agroindustria, o a pujar por ver qué organismo tenía a su cargo la administración de cupos de exportación, como la cotizada Cuota Hilton.
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¿Y por qué ahora hay cambiar nuevamente? La pregunta es pertinente, pero hasta el momento no tiene una respuesta clara más allá de la necesidad de Macri de reforzar sus alianza con el sector productivo a pocos días de las PASO y a horas nomás del acto central de Palermo, donde no parece haber margen para nuevos anuncios destinados a los productores.
Con estas decisiones, Macri parece querer emitir señales de que comenzó a desandar el camino del ajuste que inició en septiembre de 2018, cuando además se generalizaron las neo-retenciones de 3 y 4 pesos por dólar exportado para todos los sectores de la economía, incluyendo las agropecuarias que aportan más de la mitad de las divisas de exportación. Es fue la principal cachetada que Cambiemos propinó a los productores hace once meses. La degradación de Agroindustria, de gran valor simbólico más que otra cosa, había pasado desapercibida en ese contexto.
Por eso se presume que Macri también hará alarde en el acto de Palermo de la reciente rebaja de retenciones (de 4 a 3 pesos) para unos 200 productos de las economías regionales que habían sido mal encasillados cuando Dujovne reimplantó los tributos a la exportación. Esta corrección será presentada como otro avance cuando en realidad también resultó ser un acto de justicia. El valor fiscal de la medida también es muy relativo, de apenas 50 millones de dólares frente a una recaudación que llega a casi 9.000 millones.