En esta nota de opinión, Santiago del Solar, que es productor agropecuario y ex funcionario de la gestión de Cambiemos en el Ministerio de Agricultura durante la gestión de Luis Miguel Etchevehere, sostiene que el Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) fue utilizado por diversos sectores de la cadena agrícola para gestionar sus propios intereses en vez de los del conjunto. Por eso avala ele alejamiento de las entidades rurales de ese bloque, al que califica como “un intento fallido”.
Volver a retomar e intentar reconstruir algo como fue el Consejo Agroindustrial Argentina (CAA), va a ser difícil. Una vez que se rompe la confianza, que es frágil como un cristal, la posibilidad de volver a armar algo similar requeriría un trabajo muy arduo, ya que el desgaste de esta experiencia fue mayúsculo. No digo que sea imposible, y menos aún innecesario, sino que un intento fallido, es quizás peor que no haberlo intentado.
Desde el primer día que arrancó el CAA, la dualidad de una agenda paralela estaba a la vista. Cito algunos ejemplos: 1) Retomar negociación con el gobierno para que vuelva el “Diferencial aceitero” valuado unos 400-450 millones de dólares por año 2) Volver al “Fideicomiso aceitero”, sumando otros 190 millones de dólares 3) Acordar una autorregulación (confesa) del mercado de exportación de trigo y maíz entre traders y el gobierno, destruyendo la formación de precios.
Cabe aclarar que nada de esto se hacía en nombre del CAA, pero si lo negociaban las mismas personas y caras visibles del CAA, otro día y en otro lugar.
Todos estos son temas de mucho peso que necesitaban del acceso y de alguna manera la anuencia de “Toda la cadena” para que puedan avanzar. La confusión de roles y representatividad fue la mejor estrategia para que una vez que se creaba una nueva resolución, o comenzaba el status quo de las autorregulaciones, se podría contar con cierto silencio cómplice de algunos, y el desconcierto de otros.
El paraguas era el Consejo Agroindustrial, que nadie tenía muy en claro cuáles eran y cuales no eran sus objetivos, funciones e incumbencias. Mar revuelto ganancia de pescadores.
Todo se veía. Era inocultable. Y mientras sucedía, se repartían sonrisas junto a las autoridades mencionando que se iban a crear cien mil empleos, que las exportaciones iban a tocar máximos absolutos, y todo iba a suceder por solo por el hecho de reunirse y proclamar un derroche de optimismo y de mágica creación de “valor agregado”.
De derechos de exportación, mejor ni hablar; de la brecha cambiaria del 100% y las trabas a importaciones tampoco. Temas que pueden incomodar al gobierno mejor no. Lo mejor era construir un proyecto de ley basado en referencias circulares, que la misma letra de la ley taxativamente aseguraba el imposible acceso de los mismos beneficios prometidos. Proyecto titulado con un nombre tan pomposo como inocuo: “Régimen de fomento al desarrollo agroindustrial federal, inclusivo, sustentable y exportador” (sic).
Un galimatías de “Líneas de base” inauditables y por demás confusas, nuevos registros, burocracia, y desde ya con un perfil discrecional. Ese era el corazón de dicho proyecto de ley.
Siempre, los voceros del CAA se presentaban blandiendo el numero mítico de arrogarse la representación de “60 instituciones”. El acceso a las oficinas oficiales estaba garantizado. Casi era como decir que representaban a los 60 granaderos. ¿Pero qué clase de representatividad tenían para tratar los temas tanto de la agenda “A” (la oficial del CAA) como la agenda “B” (en sordina) que llevaban en las reuniones?
Como era de esperar, la paciencia de los representantes de la producción no fue infinita, y el final fue abrupto una vez que se colmaron mil y una instancia de dialogo de buena fe, paciencia y espíritu colaborativo.
El dialogo entre los distintos actores de las denominadas “cadenas de valor” no tiene por qué romperse, y genuinamente creo no va a romperse nunca. Eso va a continuar, ya que es la manera de poder generar beneficios para todos los integrantes. Queda claro que atribuirse un poco “de atropellada” la representación de la producción por quienes no producen, no cae bien y es de patas cortas. Eso se nota mucho al ver como “las 4 cadenas” de valor se fueron despoblando y perdiendo interés de participar por productores. Algunas cámaras las tomaron como refugio, para tener ahí un asiento más y multiplicar su presencia en reuniones, mientras ya con menos convencimiento se dice “Representamos a todos los sectores”. Atrás se ven las sillas vacías. Pero reconozcamos no todas las cadenas están en la misma situación.
A diario el “dialogo intracadena” existe, no por los representantes que se ven en los medios, sino desde las bases, lo cual es más fuerte como tejido. El comercio de insumos, adquisición y desarrollo de tecnologías, acopio, industria, exportación, corredores de granos, agronomías, semilleros, hace que en cada localidad exista un dialogo genuino y no impostado. Sin dobleces y con la búsqueda de mejorar ambas partes. Imbuida de respeto y sobre todo de confianza.
Estoy convencido que nutriéndonos de lo que sucede aguas abajo de la cadena en el día a día, se puede trabajar mejor. Seguramente desde otro enfoque, otros actores, y con el fundamental respeto a quienes producen, trabajan e invierten en el campo y hacen entre ellos todavía negocios “de palabra”. Esa es la frescura necesaria.
La producción debe continuar. Y hay que centrase en proyectos concretos que permitan la libertad de mercados sin hijos ni entenados, y la urgente baja de la presión impositiva, para que realmente el campo pueda dar todo lo que realmente puede dar.
Santiago del Solar – Productor agropecuario.