Alguna vez escuché en una película o podcast de coaching o vaya a saber dónde, la siguiente frase: “Aquello que amas está después del miedo”. La entrevistada de este capítulo de Oli-Nada-Garcas, Andrea Passerini, vaya que lo ha implementado. Se crió en la ciudad pero yendo al campo cada vez que podía, y se enamoró de esa vida, pero fue hacia otro lado en lo profesional. Hasta que un día, después de macerarlo bastante, dio el salto, asumió el desafío y enfrentó el miedo. ¿A qué? A lo desconocido pues no sabía nada de campo. Y lo hizo siendo ya madre, con todo lo que ello acarrea. Se animó.
¿Cómo hizo esta licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales para convertirse en una tambera y dirigente, coordinadora de Lechería en Carbap (Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa) y CRA?
La Infancia. Su padre y su madre son oriundos de Carlos Casares, pero la familia vivía en Buenos Aires, porque su papá, ingeniero electromecánico, se ganaba el mango de lunes a viernes en Segba, la empresa pública encargada de la electricidad en la ciudad de Buenos aires hasta 1998, cuando fue privatizada, y los fines de semana iba al campo. También su esposa e hijos. Una de ellas, la pequeña Andrea.
“A veces íbamos en tren, llegábamos de madrugada, del campo tengo recuerdos hermosísimos en aquella época, era re bichera, perros, gatos, corderito guacho, bicho que caminaba andaba alrededor mío”, recordó Passerini. Y continuó: “En esa época flasheaba con que iba a ser veterinaria. Obvio que mi viejo, con los preconceptos de aquella época me decía que iba a terminar atendiendo animales chicos, que las mujeres no tenían la fuerza para trabajar en la manga”.
También se acuerda de andar a caballo, los veranos afuera, las noches escuchando la radio a pila porque no había electricidad y a una hora se apagaba el generador. Pero el amor, a veces, duele: “Cuando nos teníamos que volver siempre era un drama para mí, yo tengo una imagen grabada de mirar para atrás por la luneta del auto mientras veía alejarse la casa de mis abuelos, que vivían en Carlos Casares y con quien pasaba también mucho tiempo”.
“Siempre tuve una conexión con el campo tipo cordón umbilical, desde el punto de vista afectivo, sentimental, una simbiosis”, compartió Passerini.
De ciencias políticas al campo. “Yo quería estudiar letras, pero era una época complicada, con la Facultad de Filosofía y Letras tomada todo el tiempo, época de fines del gobierno de (Raúl) Alfonsín, había mucha militancia enfervorizada, además, mi viejo, que hoy es fan número uno de mis poemas, abogó porque no tomara ese camino”, contó Passerini.
Así fue que estudió ciencias políticas y relaciones internacionales. “Mi idea era trabajar en cancillería, imagínate, y terminé haciendo gremialismo tambero en Carbap y en CRA”, se ríe.
Trabajó en la Cámara de Diputados, en empresas privadas y para el Estado. “Me cansé de todo eso y de a poco empecé a meterme en el campo hasta que un día, enfrenté el miedo y di el salto, y te juro que mirando en retrospectiva, valió la pena”, contó Passerini. Y agregó: “Yo tuve que aprender de todo: agronomía, veterinaria, finanzas, administración de empresas, y creo que para encarar todo eso me sirvió haber tenido una formación amplia, pero bueno… ya era mamá, creo que si hubiera pensado mucho en esa parte quizás no daba el salto, pero me animé y valió la pena”.
Hoy, está contenta y disfruta de los desafíos cotidianos: “El tambo es una fuente inagotable de aprendizaje continuo, yo siento que puedo aprender de todo, viniendo de otro palo, lo necesito”.
Aggiornar la comunicación. Un día, como dice ella, la tranquera la “asfixió” y decidió acercarse a la rural de Carlos Casares. Hasta entonces, “no era nadie”, bah, si, “la hija de Carlitos Passerini”. Pero como otras veces, se animó. Y mal no le fue.
“Uno de los grandes desafíos que tenemos es mirar desde otro lugar lo que somos y hacemos, cómo transmitirlo al urbanita que no tiene ni idea de cómo llega la comida a su plato, tengo claro que hay que buscar otra forma y para eso tenemos que romper muchos paradigmas mentales”, esgrimió la tambera.
Y para eso de romper paradigmas siente que está preparada: “Haber tenido otra formación me da otros recursos para poder expresar este tipo de cosas, el mundo agro necesita de creatividad en esto”.
Poemas, inundaciones e inspiración. “Hay dones o talentos con los que uno nace y puede luego desarrollarlos o no, está claro que yo ya desde la escuela primaria tenía una facilidad para escribir, mi primer poema lo escribí en séptimo grado”, contó Andrea Passerini adentrándose en su pasión por escribir. Ya publicó dos libros.
Ella sentía que tenía un talento, pero también sabía, como todo en la vida, que al talento hay que acompañarlo con esfuerzo y dedicación. Empezó a estudiar en talleres literarios y a leer a los clásicos: Antonio Machado, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni… “Fue cambiando mi manera de escribir, antes yo decía que vomitaba poesía, porque hay una época de juventud en la que se te viene a todo de la cabeza a la mano sin filtro, hoy la inspiración hay que salir a buscarla un poco más, generar los tiempos y lugares porque está más escondida”, contó.
“Siempre escribí con mucha rima, pero hoy quiero animarme a cuentos y relatos, pero para eso hay que laburar más”, confiesa. “El campo me inspira por donde lo mires”, enfatiza.
La gente “común” pone marcas en su vida a partir de acontecimientos: nacimientos y muertes, casamientos, egresos. A la gente de campo la vida le transcurre entre sequías e inundaciones. “¿Te acordás la de tal año?”, “Peor fue la del verano aquel”. Y los tamberos sufren especialmente los excesos hídricos porque el barro complica todo.
Sin embargo, Passerini tiene una visión al respecto: “Yo había escuchado a mi abuelo y a mi padre hablar de otros eventos climáticos pero cuando te toca te genera una angustia tremenda, pero yo siento que si lo superás te volvás más fuerte y sabio para afrontar la que viene y para poner en contexto la vida cotidiana”, contó Passerini.
“El cuero te queda más curtido, pero yo, al menos, intento capitalizar todo y seguir, porque si no todo es un tango y sos un tambero sufriente, quejoso y víctima y de víctima no llegás a ninguna parte.
Bien, llegamos al tirando paredes de Oli-nada-Garcas, un pin-pong con temas fuera de pista que permite conocer un poco más a Andrea.
-¿Cómo despejás tu cabeza?
-Yoga. Es la única respuesta porque es cuerpo y mente alineados. Si no aquietás la cabeza, no podés. Es lo que me rescata de la vorágine.
–¿Comidas? ¿Qué te sale rico?
-Soy un desastre absoluto, no me gusta y no me interesa. Estoy frustrada porque “una mujer completa (hace comillas en el aire y cambia la voz) no puede no cocinar”. Por suerte mi hijo mide casi 1,90 y ya está grande, por eso doy fe que comió bien y se nutrió (se ríe). Además, quiero que me cocinen. Yo hago todo lo demás. El fuego que me lo prenda otro u otra.
-¿Algún lugar que hayas visitado y que recomiendes?
-Hay un lugar en España, un pueblito divino que se llama Mijas (N de la R: en Andalucía, provincia de Málaga), arriba de una montaña, que visité con una amiga. Ese lugar es una especie de sueño. No parece real.
-¿Algún lugar donde te gustaría ir?
-Un pueblo en donde había nacido la rama de mi abuelo por parte de mi mamá, los Iturbe, se llama Amorebieta, en el país vasco, ahí me gustaría ir. Voy a intentarlo.
-Cuándo elegís series o películas, ¿por dónde vas?
-Histórico. Amo todo eso. “The Crown”, por ejemplo. Y la última que vi que es la historia de Victoria, la reina de Inglaterra. También me gusta leer novelas históricas.
-¿Tenés tatuajes?
-No, pero me rompí a los 17 años los ligamentos de la rodilla derecha y me hicieron 25 puntos, tipo vía del tren. Y eso es un tatuaje, una marca de la vida. Yo era muy rígida en esa época y esos ligamentos que se rompieron son una metáfora de la rigidez de entonces. Y me enseñaron un montón.
-¿Algún súper poder?
-Me gustaría volver a épocas pasadas, a la época de mis abuelos, de mis padres. Sin dudas. Querría volver a tomar mates con mi abuelo que me esperaba en el patio de la casa de Carlos Casares. Yo lo llamaba de algún lugar y le decía “poné la pava que estoy en Nueve de Julio”. Ahí me gustaría volver.
-¿Un tema musical para cerrar la charla?
-“Feel this moment”, de Cristina Aguilera y Pitbull.
-Andrea, gracias por abrirme las tranqueras de tu vida.
-A vos, por esta charla. Me quedo pensando en muchas cosas.