“Si tenés una pasión, disfrutala. Después se te pasa la vida y te quedás con las ganas. Me encantan este tipo de notas porque a mí, lo que me hace feliz, son las pasiones”. Con estas palabras Agustín Avellaneda rubricó un momento de la charla que tuvimos durante el podcast grabado hace un tiempo en el que habló de dos pasiones en su vida: la fotografía y la pesca con mosca. A una, la primera, la conoció de más chico. La otra, con la que se topó de más grande. Ambas le llenan el alma.
Avellaneda viene de una familia de productores, un legado que recibió de su padre Juan “Jhonny” Avellaneda, con quien hace cuatro décadas vienen enarbolando la bandera de los altos rendimientos y la elite tecnológica en el sur de Santa Fe. La empresa familia se llama Juelen SA, producen en 1700 hectáreas de campos que fueron mixtos y hoy son completamente agrícolas (rotación maíz-soja-trigo/soja 2da.). Además, fue presidente de Maizar, la Asociación del Maíz y el Sorgo Argentino.
Sin embargo, durante el episodio de Oli-Nada-Garcas que grabamos no hablamos ni de rindes, ni de espigas o del último híbrido. Lo convoqué para charlar sobre dos de sus pasiones más allá del campo: La fotografía artística, que empezó a practicar en el baño de una enorme casona de una abuela, y de su desvelo por la pesca con mosca que lo llevó, nada más ni nada menos, que a ser el primer argentino en participar del Campeonato Mundial de Spey Cast en San Francisco, California. Casualmente, por estos días (del 22 al 24 de abril) se encuentra allí, “en la meca”, para otra participación en el campeonato que se realiza en el Golden Gate Angling & Casting Club.
La fotografía: Era fines de los años ’70. Agustín estaba terminando el colegio y empezaba la facultad de Ciencias Agrarias. Preciso momento en el que había regresado un tío de la India con algo que le iba a marcar la vida: “Me mostró fotos de unos viejitos que eran espectaculares y pensé ‘che, qué lindo esto’, la vida hizo que después me encontrara con un fotógrafo vecino que es un crack, que hacía fotos locas, y le pregunté: ¿cómo me doy cuenta si la fotografía es lo mío? Y él me dijo: ‘Si vas caminando por la calle y en cada situación imaginás una foto y un encuadre estás en el horno’, y a mí me pasaba eso en el campo y en la ciudad”, relató Avellaneda.
“Yo había empezado agronomía, pero no te voy a negar que a mí me gustaba mucho más la fotografía, sin embargo, en esa época no estaba bien visto dejar la facultad para dedicarse a las fotos”, contó con algo de resignación.
Así fue como, si bien siguió el “mandato” agronómico, tampoco dejó pasar el tren de la fotografía. Revelaba en lo de su abuela, que tenía una casa enorme donde vivían cuatro hermanas, encontró un buen lugar en uno de los tantos baños que tenía la casona. “Empecé con blanco y negro, después me pasé al color que era más complicado, tenía sus secretos, hasta que un día mi abuela me dejó un cartelito en el baño que me invitaba a dejar de revelar ahí… claro, le había dejado algunas marcas del detenedor en las escaleras y otros lugares de la casa”, se ríe, pícaro, Avellaneda.
Tiempo después se casó y pudo armarse el cuarto revelador en el campo. Pero no era lo mismo. “El campo era trabajo, y así como mi pasión era la fotografía, para mi viejo, la pasión era el campo”, explicó.
La pesca, otra pasión: En 1987 un amigo de la facultad lo llevó al sur y ahí descubrió la pesca con mosca. Descubrió que no sólo se trata de la “liturgia” de la pesca en sí, sino del ambiente, una conjunción que a Avellaneda lo obnubiló. “Al año siguiente compré una caña y me fui a La Angostura, me empecé a juntar con lugareños para conocer un poco más de la técnica y los mejores lugares, me hice amigo de ellos, pude aprender mucho de lo que sabían, era glorioso, porque había mucha menos gente que hoy, la pesca con mosca no estaba tan de moda”, contó Avellaneda.
“Me gustaba tanto que no me costaba nada despertarme a las 4 de la mañana o podía pasar toda la noche atando moscas y salir de madrugada, llegar al lago, meterme con los wader hasta el pecho y de repente pensar, ¡guau!, esto es bárbaro, muy zen, una especie de meditación”, relató el productor. Y agregó: “Al principio uno piensa, quiero sacar una trucha, después dice quiero sacar una enorme, y al final sentís que no importa lo que saques, sino la magia de disfrutar el lago y el momento”.
–¿Qué lugares te gustan más para hacer pesca con mosca?
-Tuve etapas. Cuando empecé, disfrutaba de meterme en la boca de los lagos, era místico, espiritual, estabas ahí y de repente veías saltar una trucha, esos momentos me llevan a La Angostura, por ejemplo. Después descubrí la boca del río Limay que es un desafío gigantesco. Tenés que entrar a una barda llena de piedras en donde tenés el río a la izquierda y el lago a la derecha, y entre los dos hay unos “zapatos” (léase, peces) gigantescos que tenés que sacarlos a las 4 de la mañana. Y el lugar es lindísimo, y tiene unas vibras que te hace temblar las patas.
El mundial de spey: La pesca con mosca se trata de pescar para luego devolver aquello que se pescó. El movimiento que se hace para llevar la punta de la línea al agua, el swing, se llama casteo. “Yo lo comparo con el golf, tenés que practicar y cuanto más practicás, más querés ir a castear y llega un momento en el que no te importa pescar o no, sino castear bien, vos podés ser un muy buen casteador y no pescar nada o al revés o las dos cosas”, explicó Avellaneda.
De a poco, Agustín se fue metiendo en este mundo y descubrió que había un mundial de casteos el Spey-O-Rama en California. “De caradura le escribí a una china por instagram, Dona O´Sullivan, que había sido campeona años atrás, y le pregunté cómo era y qué caña necesitaba, me mandó una caña para practicar, ya era noviembre de 2018”, contó Avellaneda. Así fue como llegó a participar al año siguiente del Mundial de Speycast en San Francisco.
Según relató el propio Avellaneda, se ingresa a una gran pileta o laguna con el agua a la cintura y el participante tiene seis minutos para hacer todos los casteos. Tiene que hacer de derecha y de izquierda. Es una competencia muy técnica. No se pesca, se califica por técnica y por alcanzar ciertos puntos.
“Yo fui el primer argentino en meterme en esta locura, y la verdad es que es toda una linda adrenalina, mí me encantó, recuerdo que antes de entrar me agarró el que finalmente salió segundo y me dijo, ‘vas a estar nervioso, pero pasala bien, enfócate y hacé un show, dale un show a la gente´, y eso hice, fue hermoso, yo casteaba y festejaba como si hubiera metido un gol, y levantaba a la gente”, recordó Avellaneda entre risas.
Termino 8vo de 15 participantes en su categoría, nada mal por ser la primera vez, “con la derecha anduve bastante bien, pero la izquierda la tengo medio oxidada”. “Lo loco es que vos te metés ahí y están todos los ‘popes’ mirándote, como si vas a jugar al golf y están Tiger (Woods) y (Ernie) Els, de locos”, graficó.
Algo que rescató de la competencia es que, si bien todos quieren ganar, es un momento para pasarla bien y disfrutarlo. “Si vos das, recibís, eso es hermoso”, dijo.
Disfrutar la vida: “Si tenés una pasión disfrutala, no la dejes, aprovechala al mango, sé responsable, pero hacela, no la dejes, porque después se te va pasando el tiempo y mirás para atrás y decís ‘uh, que bien estaba a los 30… qué bien estaba a los 40…’ y llega un momento que fuiste y te quedaste con las ganas”, opinó Avellaneda. Y ejemplificó: “Esa dinámica la han entendido bien la generación de mis hijos, ellos si pueden viajan y disfrutan”.
Por todo, Agustín siente y repite que “hay que disfrutar de la vida”. “Es algo que vengo haciendo los últimos años, apenas me puedo ir a algún lado me voy, trato de no dejar pendientes, si es posible, me organizo con el trabajo y lo hago”, dice. Le encantaría ir a Mongolia a pescar el Taimen (N de la R: El taimen es un pez que puede llegar a medir más de dos metros con un peso de más de 100 kilos) o a Canadá.
Pero ojo, el disfrute, muchas veces, no está cientos o miles de kilómetros, sino en el propio campo. “En María Teresa tenemos una laguna y muchas veces me voy a castear ahí horas y horas, veo atardeceres espectaculares y lo paso fantástico”.
“Carpe diem”, vivir el día. En eso anda Agustín Avellaneda, que nos dejó para el cierre del podcast sonando “El fantasma de Canterville”, de Sui Generis,