Jorge Antonio Ibarra nos recibe en su vivienda a la que alguno llamaría “rancho”. No es muy grande su terreno, pero le alcanza para tener una o dos hectáreas sembradas con alfalfa, a la que él denominará “una cuadra de alfa”. Este día no podrá trabajar ni obtener recursos pero Jorge igual está contento, porque en las últimas horas ha llovido y eso es bueno para el cultivo. Entonces hay humedad en el aire de Santiago del Estero y no conviene enfardar. Con humedad no se hacen los buenos fardos.
No nos entendemos bien con Jorge. Nos cuesta entendernos aunque supongo nos entenderemos. El hombre tiene ese oficio, aunque no sepamos bien cómo se llama: ¿Será alfalfero? ¿Será fardero? Ibarra hace fardos de alfalfa en medio de la espesura del monte santiagueño, cerca de Colonia Dora. Aprendió de su padre, mirando y trabajando a su lado. Lo que es sin duda es un artesano.
Jorge Antonio, ya lo hemos dicho, tiene una pequeña superficie sembrada con alfalfa, que corta varias veces durante su ciclo. Para hacer esos cortes, no entra con tractor ni nada parecido sino con una vieja “cortadora” que es tirada por dos caballos (foto arriba). Nos muestra un conjunto de viejos fierros ennegrecidos que apenas alcanzamos a comprender. Con ellos realiza el corte.
Luego cambiará los caballos a otra máquina muy antigua, una suerte de gran rastrillo que se ocupará de amontonar la alfalfa y hacer las filas. Él, Jorge, las llamará “cordones”. Como sea, con el alfa junta es mucho más fácil engavillarla y cargarla con las horquillas sobre un carro que también tendrá tracción a sangre. Sangre de caballo.
Mirá la difícil entrevista con Jorge Antonio Ibarra:
Aquí ya estamos en la zona más industrial de la pequeña finca, aunque seguro que Jorge la llamaría de modo diferente. Hablamos con él desde un extremo de otra vieja maquinaria que se llama “malacate”. Al costado hay una pequeña montaña de alfalfa cubierta por un pedazo de plástico de silobolsa, para evitar que se moje. Está “estacionándose”, pensaremos nosotros aunque el término correcto es que está “acondicionándose”.
-¿Para que se acondiciona la alfalfa?
-Cuando se saca en un carro, el alfa se acondiciona en el galpón o afuera. Es para hacerla secar y poder enfardarla.
Alguien nos dirá que en ese pequeño proceso el cultivo reducirá de un 40% a un 20% el contenido de humedad. En el clima usualmente seco de Santiago, esa transformación podría llegar a producirse en apenas tres días, pero esta vez demandará algunas jornadas de más porque ha llovido, y eso es bueno para que el alfa rebrote después del corte.
-¿Y cómo te das cuenta que la alfalfa acondicionada está lista para hacer el fardo?
-Cuando el palo del alfa esté seco. Pero no es solo el hecho de que el palo esté seco del todo. La hoja también tiene que estar seca pero no tanto. porque al estar demasiado seca se cae esa hoja y entonces el fardo sale feo, porque salen más con palos. Es por eso tiene que estar acondicionada.
Definitivamente nos cuesta entendernos con Jorge, pero lo lograremos.
El malacate, que pertenece a la familia de Ibarra desde tiempos que no recuerda, tiene una boca, por la que uno debería ingresar la alfalfa para hacer los fardos. Este un punto crítico del proceso porque el peón que allí trabaje, al que Jorge llamará “embocador,” no solo debe alimentar el sistema sino que además -si se lo ordena el patrón- hará un proceso más o menos riguroso de selección. Incluso si el patrón le ordena hacer trampa podrá poner otros pastos no tan nutritivos en el medio.
Ibarra no duda de que, a pesar de que luzca más trabajoso, los fardos hechos con malacate serán de mucha mejor calidad que los que escupa (alguno dirá “cague”) una máquina enfardadora que hace todo el proceso de una y rápido: es decir que corta el cultivo, lo aprieta y lanza los pequeños fardos.
“Esto sin duda es mejor, porque vas seleccionando. Por ejemplo, si hay pasto o como puede haber una víbora muerta o un sapo, porque corta la cortadora y corta todo. Entonces el que trabaja aquí, en la embocadora, si va un pasto o un palo lo va sacando y entonces va puramente el alfa”, nos explica.
El malacate va comprimiendo la alfalfa que se le introduce por la boca gracias a una prensa que funciona porque un caballo, quizás el mismo, va avanzando en círculos y empuja un pistón que mueve los engranajes de la vieja máquina. Dentro del malacate va quedando una especie de chorro o chorizo de alfalfa comprimida, que Ibarra va cortando y separando con sólidas tablas de madera de monte adentro.
Con tres gavillas grandes de alfa se hace un fardo que puede llegar a ser bastante pesado, aunque algunos los hagan de 15 kilos -con mucho aire dentro- para engañar a sus compradores. Me aclara Jorge: “Nosotros estamos acostumbrados a hacerlos de 18 kilos para arriba, hasta 22 kilos. Más no se puede por los cargadores. Con los fardos de 25 a 30 kilos un cargador ya empieza a renegar y aparte empieza a sentir mucho peso”.
-¿Y quiénes te compran los fardos? ¿Quién prefiere estos de malacate a los que hace una máquina?
-Son más los carreristas (los que tienen caballos para correr cuadreras o carreras) los que buscan los fardos buenos. Yo les vendo a ellos, que me vienen a comprar. Entre los carreristas se avisan donde han conseguido los fardos buenos.
Este tipo de fardos, por más artesanales que sean, no zafan de las generales de la ley en este negocio. En primavera y verano abunda la oferta de alfalfa y los precios de los fardos se desploman. Luego, a partir de marzo empiezan a subir, y en el invierno llegan a duplicar los precios estivales. Por eso lo mejor es a veces conservarlos todo el tiempo que se pueda.
-¿Y vos les sacas mejor precio por hacerlos con malacate?
-No, la verdad que no sé. Capaz es mucho mas trabajo, pero vale lo mismo.
-¿Y te gustaría tener una máquina para hacer los fardos?
-No, no creo, porque valen mucho esas.
-Te pregunté si querrías, no si podrías…
-Si podría, si. La verdad que sí. Igual hay que cosechar bastante para llenar esas maquinas nuevas.
-¿Y te gusta tu oficio?
-Sí. Yo trabajo a mi manera y, bueno, el dejar esto y agarrar otros trabajos no creo, porque tengo que ver los animales que yo tengo.
-¿Pero te alcanza para vivir?
-Sí, ahí. Alcanza por lo menos. Por eso lo sigo haciendo. Si no vendería todas las cosas y agarro para otro rumbo.