Un audio de WhatsApp recibido por la redacción de Bichos de Campo generó inquietud por la inacción: Luego de que el Gobierno Nacional anuncie con bombos y platillos el reinicio de las obras de dragado de los 32 kilómetros que restan para concluir el cauce de la Cuenca del Salado Bonaerense, un productor agropecuario, con 6.500 metros de costa sobre el río, en pleno tramo sin finalizar, avisaba que lo que habían dicho las autoridades era falso.
Decidimos ir a visitar a Ignacio Iturriaga, productor agropecuario de Roque Pérez, que administra unas 450 hectáreas pegadas al río, y es uno de los más afectados, a pesar que por esos 32 kilómetros sin finalizar, haya casi 3 millones de hectáreas improductivas en la provincia. Allí, el río Salado sigue siendo más un problema que una solución.
Ignacio nos recibe primeramente a la vera del puente de la Ruta 205, para mostrar lo que el gobierno nacional anunció como “obras reactivadas”, pero que en el terreno, asegura, nunca empezaron ni empezarán.
“Estamos parados en el puente de la 205 sobre el Salado, ya del otro lado, eso es Lobos. Acá estamos en Roque Pérez”, explica, señalando el horizonte. Detrás suyo, el río se abre en dos imágenes distintas: de un lado, un curso recto y profundo; del otro, un pantano inmóvil. “Ahí, , hay una rompiente. Eso es el dragado, que de acá a Samborombón ya está hecho. Ahí el río vuelve a tener 200 metros de ancho y tres metros y medio de profundidad. Pero de acá hasta Ernestina, es el pedazo que no está dragado”, aclara.
Del puente hacia un lado, el río parece ordenado. Hacia el otro, es un estero. “Justamente, aguas abajo, el río está en su cauce y con capacidad de recibir un montón de agua más. De acá para arriba, los treinta y dos kilómetros son estos frentes que tiene esta columna de agua. Incluso es más: hay momentos que la columna tiene dos mil o tres mil metros de agua. Calculá toda esa masa que tendría que pasar por este puente, que tiene solo ciento veinte metros de luz. Y más que la luz, la profundidad complica, porque el cauce original no supera el metro veinte. Esto funciona como un dique”, resume.
Para Iturriaga, el problema no es solo el tramo inconcluso del dragado, sino la estructura misma del puente. “Por más que reanuden todas las obras, si no actuamos sobre el puente haciéndole un aliviador, un bypass para que conecte con lo dragado, siempre va a estar todo frenado. Es un dique”, repite.
Hace apenas unas semanas, el Gobierno nacional anunció la reactivación de las obras en los 32 kilómetros finales del Salado, en el tramo comprendido entre la Ruta 205 y Ernestina. Pero Iturriaga desmiente que eso haya ocurrido. “Lo que quedó pendiente son treinta y dos kilómetros. Yo voy un poquito más, porque es lo que afecta que se acumule el agua atrás. Son cuatro contratistas, cada uno tiene ocho kilómetros. Pero la única empresa que empezó es la que está pegada a Ernestina, la que menos deuda tenía con el gobierno nacional. O sea, no es del todo así: se reactivó una partecita.”
Según el productor, ni siquiera ese cuarto del tramo está en marcha de verdad. “Es un veinticinco por ciento, pero en realidad los que están laburando ni siquiera trabajan. La draga debería laburar veinticuatro horas. Así es cuando empiezan a trabajar. Pero hoy no laburan más de seis, siete horas. Y el otro problema es la logística por tierra: hoy es imposible. Puedo tener la draga a dos mil metros de tierra firme. No se puede llegar. Tenés que llevar combustible, mover los caños, toda la parte de mecánica. Todo eso no se puede hacer”, detalla.
El resultado, dice, es que el agua queda atrapada en ese cuello de botella, y usa una metáfora simple para explicarlo. “Yo digo que toda esa masa de agua que viene de Junín, viene por una autopista divina, de seis carriles con luces, y de repente se encuentra con un camino vecinal de una sola mano, que es el río original. Son esos treinta y dos kilómetros. Es ahí donde el agua se desborda y queda en este pulmón que se hace entre el puente de la 205 y Ernestina.”
Mirá la primera parte de la charla con Ignacio Iturriaga:
Pero además de las obras, el problema es más grande aun: Semana a semana se suceden lluvias de importancia, y las zonas anegadas crecen. El suelo no drena el agua de lluvia, que se suma a la que trae el río.
Este sábado 4 de octubre cayeron en el campo de Ignacio 56 milímetros, pero agradece que aguas arriba, en Junín, no superaron los 30 milímetros. “El río subió unos 15 centímetros de un día para el otro. La loma que nos quedaba seca, ahora está bajo agua. Tirás un litro de agua y el suelo no la chupa, no entra una gota más”.
Luego de hablar sobre la obra, Iturriaga nos lleva hasta su campo, en Cuartel 2 de Roque Pérez. “El mejor cuartel, si es que no está salado del río Salado”, ironiza. Lo que antes era una loma agrícola hoy es una laguna.
“Este que ves acá atrás debería ser un lote mío, pero no, es el río. Allá al fondo, hasta la draga, ese es el borde del río. Acá tenés fácil un metro sesenta o un metro setenta de profundidad. Campo ganadero, pero completamente bajo agua desde la lluvia de mitad de mayo”, cuenta.
Desde entonces, el agua no se fue. “Si bien ahora lo vemos seco, si llueve en Junín ciento cincuenta milímetros, en tres días lo tengo completamente de vuelta bajo agua”, advierte.
El plan de siembra, que debía incluir girasol, maíz y soja, se volvió una apuesta incierta. “La idea es sembrar girasol para levantarlo temprano, por si llegan lluvias fuertes en el otoño. No podemos salir a soja, porque se perdería todo el lote. Tenía maíz, lo pude cosechar entre el agua, apurado para meter las vacas, porque era el único lugar seco”, relata.
“Cosechamos con agua”, repite. “Metimos la máquina cuando se dio la extracción porque no teníamos dónde estar parados con las vacas. Esto era lo más alto que había del campo. Y no es bajo. Esto tiene la misma cota de altura que el pueblo de Roque Pérez. De la zona, es lo más alto. Siempre fue agrícola, no inundable. Ahora es inundable por todo el malón de agua que se viene de río arriba”.
En la charla con Ignacio, surgen algunas bromas, como la de cosechar como si fuese arroz, por la inundación, o que está pensando en sembrar pejerreyes. Pero más allá del chiste, la postal es triste, con productores que perdieron sus rodeos bovinos completos, y escuelas cerradas.
Los números de Iturriaga muestran el impacto concreto. “El plan original era hacer 150 hectáreas de fina y solo quedaron 35. Si vuelve a llover, se las tengo que dar a las vacas”, explica.
Su planteo total es de unas 300 hectáreas agrícolas. “De las cuales hago 150 en doble cultivo. Te vas a 450 hectáreas de rotación entre maíz, girasol, soja, cebada. Podés estar hablando de 1.700 o 1.800 toneladas para mover. Son 60 viajes de camión que se pierden”, calcula, por la reducción en la producción.
Esa pérdida no termina en su tranquera. “Tenés un par de camioneros de acá de Roque Pérez que perdieron 60 viajes. A su vez, el tipo que te vende los insumos no vende, el que vende silos, el que vende insumos, gasoil, mecánicos, cubiertas. Todos esos se quedan sin laburo. Todo eso motoriza el campo. Y el socio oculto del Estado también se pierde todas esas retenciones de lo que no se produce.”
El recorrido termina con una mezcla de frustración y humor seco. Frente al lote que debería estar sembrado, Iturriaga mira el agua quieta y dice: “Quizá pueda abrir un club de pesca en el campo, porque sembrar ya no puedo.”
Mirá la segunda parte de la charla con Ignacio Iturriaga: