La discusión sobre la apertura de importaciones de maquinaria agrícola usada sumó en las últimas horas un giro inesperado, que obliga a complejizar un debate que hasta ahora se venía dando en términos bastante lineales. A la par de las advertencias de la industria nacional por el impacto que puede tener el ingreso de equipos de segunda mano, principalmente desde los Estados Unidos, una de las empresas emblemáticas del sector decidió mover fichas y adaptarse activamente al nuevo escenario.
Metalfor, fabricante nacional de pulverizadoras, cosechadoras y fertilizadoras, informó a la Comisión Nacional de Valores (CNV) que solicitó un crédito internacional por hasta 50 millones de dólares destinado al reacondicionamiento de maquinaria usada.
La novedad aparece en un contexto particular, ya que Metalfor no es una firma más dentro del entramado metalmecánico argentino. Fundada en 1974 como Metalurgia Fortín, la empresa construyó durante décadas un posicionamiento fuerte en pulverizadoras y luego avanzó hacia otros segmentos, convirtiéndose en uno de los pocos fabricantes nacionales con capacidad de diseño, producción en escala y una red de posventa extendida, incluso de cosechadoras, desafío productivo que actualmente comparte solamente con la otra fabricante nacional, Vassalli.
Su historia de expansión, reconversiones y apuesta industrial la transformó en una referencia obligada cada vez que se discuten políticas públicas vinculadas a la maquinaria agrícola y al desarrollo de proveedores locales.
Por eso, cada vez que se reabre la discusión sobre importaciones, especialmente de equipos usados, el nombre de Metalfor aparece como termómetro del impacto potencial sobre la industria nacional. Y esa discusión volvió con fuerza tras la decisión del Gobierno nacional de flexibilizar el régimen de ingreso de bienes usados, incluyendo maquinaria agrícola, a partir del decreto que modificó normas vigentes y simplificó los procedimientos para importar este tipo de equipos.
La medida fue defendida oficialmente como una herramienta para reducir los costos de capital, facilitar el acceso a maquinaria a productores y contratistas, y generar mayor competencia en un mercado donde los precios de los equipos nuevos vienen siendo un problema recurrente.
Pero del otro lado se encendieron rápidamente las alarmas de cámaras empresarias, sindicatos y fabricantes que advirtieron sobre el riesgo de ingreso de equipos obsoletos, el posible desplazamiento de producción nacional y la pérdida de empleo industrial, además de las dificultades para garantizar seguridad, trazabilidad y servicios posventa adecuados.
En ese clima de tensión, el hecho relevante comunicado por Metalfor introduce un matiz clave. Según informó la empresa al mercado, solicitó un financiamiento por hasta 50 millones de dólares a la U.S. International Development Finance Corporation, con el objetivo de fortalecer su capacidad industrial para inspeccionar, adaptar, reacondicionar y poner en condiciones operativas maquinaria usada. En este caso no se trata de un crédito genérico ni de capital de trabajo, sino que el destino declarado está directamente vinculado al nuevo negocio que se abre a partir de la flexibilización de las importaciones.
La noticia, más allá de la cifra, es que el crédito no provino de una entidad bancaria o financiera, sino de una agencia estatal de EE.UU. que se dedica a brindar apoyo financiero a países y sectores a los cuales el país gobernado por Donald Trump considera aliados estratégicos.
El movimiento es significativo por varios motivos. En primer lugar, porque muestra que una empresa líder del sector no solo asume que el ingreso de maquinaria usada es un hecho, sino que decide posicionarse para capturar valor dentro de ese flujo. En lugar de quedar al margen del proceso o limitarse a cuestionarlo, Metalfor apuesta a que esos equipos pasen por plantas locales, con procesos industriales, controles técnicos y adecuaciones que generen actividad, empleo y servicios en el país.
En segundo término, el monto del financiamiento solicitado da una señal clara sobre la escala que la compañía imagina para este negocio. Cincuenta millones de dólares no responden a una experiencia piloto ni a una estrategia marginal, sino a la expectativa de un volumen relevante de maquinaria a reacondicionar, con estándares técnicos y ambientales que, según la empresa, permitirían ofrecer equipos usados en condiciones operativas confiables y con respaldo industrial. Y que, además excede la capacidad de reacondicionamiento de los equipos propios que están actualmente trabajando en los campos argentinos.
La decisión también dialoga directamente con uno de los principales cuestionamientos que se le hacen a la apertura de importaciones usadas, y tiene que ver con el riesgo de que ingresen máquinas sin control, con problemas de seguridad, sanitarios, o sin posibilidad de mantenimiento adecuado.
Al plantear un esquema de reacondicionamiento local, Metalfor parece buscar ocupar ese espacio intermedio entre la importación directa y la fabricación de equipos nuevos, ofreciendo una alternativa que combine menor costo de acceso con valor agregado nacional.
Desde el punto de vista político, el movimiento introduce incomodidad en un debate que venía planteándose en términos binarios, más allá de algún caso industrial puntual. Mientras en el Congreso avanzan proyectos para revisar o derogar el decreto y las entidades industriales reclaman mayores restricciones, una empresa emblemática del sector notifica formalmente que está buscando financiamiento internacional para participar activamente del nuevo esquema. La discusión deja de ser solamente “apertura sí o no” y pasa a enfocarse en cómo se organiza ese flujo de maquinaria, quién controla los procesos y dónde queda el valor agregado.





