Las políticas de cambio climático tienen más posibilidades de dañar la producción de alimentos y empeorar el nivel de pobreza rural que el cambio climático en sí mismo.
Así lo afirma Michael Shellenberger, un periodista y activista ambiental estadounidense que propone analizar el cambio climático a partir de la evidencia científica disponible sin perder de vista la cuestión social y económica. Es decir: con sentido común.
Shellenberger, fundador y presidente de la ONG Environmental Progress, es autor del libro “No hay apocalipsis” (Apocalypse Never), que reciente fue publicado en castellano, en el cual denuncia que detrás del “alarmismo climático” subyace la intención de los países ricos de evitar el desarrollo económico de los pobres.
El disparador que llevó al estadounidense a escribir el libro fue escuchar a la activista Greta Thunberg decir que había que promover el pánico para generar conciencia, pero el pánico –sostiene Shellenberger– promueve comportamientos insensatos.
“Cualquiera que crea que el cambio climático podría matar a miles de millones de personas provocar el colapso de la civilización, se sorprendería al descubrir que ninguno de los informes del IPCC contiene un escenario apocalíptico”, señala Shellenberger en su libro en referencia al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
“Nuestros sistemas de control de inundaciones, electricidad y carreteras seguirá funcionando incluso bajo los posibles niveles de calentamiento más graves”, proyecta.
El autor expone que muchos de los grandes incendios ocurridos en los últimos años, cuyas aterradoras imágenes se expandieron a nivel mediático global, son en realidad producto de la acumulación excesiva de biomasa generada por una inadecuada gestión humana de los bosques.
“Un científico estima que hoy hay diez veces más combustible de madera en los bosques de Australia que cuando llegaron los europeos. La razón principal es que el gobierno de Australia, como en California (EE.UU.), se negó a realizar quemas controladas tanto por razones ambientales como de salud humana”, explica.
“El alarmismo climático, el ánimo entre los periodistas ambientales hacia el actual gobierno australiano y el humo visible en áreas densamente pobladas, parecen ser las razones de una cobertura mediática exagerada”, agrega.
El libro además demuestra que todas las afirmaciones que indican que la Amazonia son los “pulmones de la Tierra” son falaces y que la mayor parte de la campaña mediática global contra Brasil al respecto se hizo con argumentos e imágenes engañosas.
Y remarca que “las selvas tropicales en la Amazonia y en otras parte del mundo sólo se pueden salvar si se acepta, respeta y adopta la necesidad de desarrollo económico”, dado que “al oponerse a muchas formas de desarrollo económico en la Amazonia, particularmente a las formas más productivas, muchas ONG ambientales, gobiernos europeos y organizaciones filantrópicas han empeorado la situación”.
También sostiene que los pedidos europeos relativos al Amazonas son hipócritas porque en el último milenio promovieron buena parte de su desarrollo a través del aprovechamiento de sus bosques naturales.
“Los bosques cubrían el 70% de Alemania en el año 900, pero sólo el 25% en 1900. Y, sin embargo, las naciones desarrolladas, en particular las europeas, que se enriquecieron gracias a la deforestación y los combustibles fósiles, buscan evitar que Brasil y otras naciones tropicales, incluyendo al Congo, se desarrollen de la misma manera”, sostiene.
“La mayoría de ellos, incluidos los alemanes, producen más emisiones de carbono per cápita, incluso mediante la quema de biomasa, que los brasileños, aún teniendo en cuenta la deforestación de la Amazonia”, asegura. Vale aclarar que el autor visitó personalmente e incluso residió en comunidades amazónicas, con lo cual conoce de primera mano las difíciles condiciones de las personas que habitan en esa región sudamericana.
El autor indica que la intensificación agrícola es la mejor solución para detener la deforestación, dado que permite maximizar la productividad y, por ende, disminuye la necesidad de tierra, además de promover el desarrollo económico de las zonas rurales. Sin embargo, a pesar de eso, muchas organizaciones ambientalistas denostan a la agricultura intensiva en general y a la soja en particular para promover modelos agrícolas artesanales que no sólo no resuelven el problema de la pobreza, sino que tampoco contribuyen a detener la deforestación.
“Las dos naciones europeas que fueron más críticas con la deforestación y los incendios en la Amazonia también resultaron ser los dos países cuyos agricultores más se resistieron al Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y el Mercosur: Francia e Irlanda”, argumenta Shellenberger con respecto a los temores de los productores europeos relativos a la competitividad de la ganadería sudamericana.
El periodista además alerta que las políticas supuestamente beneficiosas para el ambiente a veces terminan agravando el problema. “En California, la prohibición de las bolsas de plástico provocó el uso de más bolsas de papel y otras bolsas más gruesas, lo que aumentó las emisiones de carbono debido a la gran cantidad de energía necesaria para producirlas. Las bolsas de papel tendrían que reutilizarse 43 veces para tener un menor impacto en el ambiente respecto de las de plástico”, informa.
El libro sostiene que la mejor herramienta contra el cambio climático es promover la producción agropecuaria. “La clave es producir más alimentos en menos terreno. Mientras que la cantidad de tierra utilizada para la agricultura ha aumentado un 8% desde 1961, la cantidad de alimentos producidos ha crecido en un asombroso 300”, afirma.
“Entre 2000 y 2017 la producción de leche y carne bovina aumentó un 19% y 38%, respectivamente, al tiempo que en ese período se redujo en todo el mundo el total de tierras destinadas a esas actividades”, apunta el texto.
También explica que la agricultura de alto rendimiento es más beneficiosa para el cuidado del recurso suelo que la de bajo rendimiento, dado que la mayor de la erosión edáfica se registra en naciones pobres en las cuales prevalece la agricultura de subsistencia.
La obra es un compendio de las falacias presentes en muchos de los argumentos ambientalistas predicados en los últimos como verdades indiscutibles, tanto en el orden agropecuario como energético, hídrico y de políticas públicas.