Preguntarle al sanjuanino Ernesto Olivera por los años que lleva recorriendo fincas viñateras sería una pérdida de tiempo si se tiene en cuenta que su familia tiene sus propias plantaciones hace casi 75 años. Desde que tiene uso de razón, Ernesto se encontró rodeado de parras y uvas de todos los tamaños. Ahora, con 38 años, este licenciado en Administración Agraria y consultor se anima a pararse frente a las viejas generaciones de productores sanjuaninos y a decirle que tener una finca no tiene por qué ser un calvario, como muchos veteranos sienten en la actualidad.
Quedan en San Juan 3.500 viñateros, cuando eran unos 12.000 unas décadas atrás, y por el tenor de sus quejas se presiente que la mayoría ya no disfrutan de la actividad sino que la padecen. La rentabilidad es cada vez más chica, desde hace rato se siente la crisis hídrica y escasea el agua para riego, los gobiernos no ayudan para nada a la modernización y encima hay grandes bodegas que manejan el mercado a su antojo. ¿Cómo disfrutar? Mientras hablamos con Olivera, él parece hacerlo.
Olivera admite que en el mercado hay una competencia imperfecta, que ha ocasionado que exista un número pequeño de demandantes que guardan el control y poder sobre precios y cantidades de producto disponible. “El término es un oligopsonio, pero no es la total justificación del caso”, explicó a Bichos de Campo.
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Frente a ese marco, el joven consultor asegura que la crisis tiene en gran medida un componente cultural. “Sin faltar el respeto a los que me enseñaron un montón, la actualidad era otra”, dijo haciendo referencia a que en la mayoría de las fincas sanjuaninas se produce todavía sin tener en cuenta que el tipo de productos demandado ha cambiado y que el marco económico no es el mismo de antaño.
“Antes era siempre apostar a la variedad cereza, que daba kilos y no había que hacer mayores trabajos. Hoy ya somos varios los que invertimos para trabajar con la pasa, hacerla uno mismo y generar valor agregado de origen. Creo que hay que cambiar un poco la cabeza y tecnificar, invertir, apostar a profesionalizarse. Y estudiar bien los costos y los números de cada cuartel y variedad”, señaló.
De la mano de esta profesionalización, el joven considera que se debe trabajar muy en serio para lograr unión entre productores. “A veces no está mal contar lo que uno hace en la finca. Si armamos una sociedad o distintas agrupaciones, uno invierte en una cosa y otro en otra y podemos bajar costos. Por ahí en la desconfianza se termina vendiendo mal el producto. La unión hace que entre todos, tranqueras adentro, administremos de la mejor manera las empresas”, sostuvo Olivera.
El consultor remarcó luego la importancia de lograr una diversificación dentro de la empresa para evitar que las modas afecten a la producción. Teniendo en cuenta que un parral de una hectárea puede costar diez mil dólares y que el producto recién llega al tercer o cuarto año, el paso de por ejemplo una uva cereza a una para bodega, por el cambio en la demanda, puede ser un gran problema si el viñatero no tiene cintura económica.
-¿Por qué te dedicaste a la finca en contra de lo que hicieron muchos hijos de viñateros?
-Me decían que buscara otro camino. Pero me apasiona la finca, me gusta. Invito a todos aquellos que quieran acercarse, no es una lástima tener esta empresa. Empecé a trabajar con mi papá, vi que había otra manera de llevarla, escuche otras voces en la facultad y pude con el tiempo aplicar lo que aprendí en otras empresas. Para mi esta actividad tiene solución y puede durar muchos años más.