El Gran Chaco argentino es un importante epicentro de producción carbonífera a partir de recursos forestales. Sólo en Santiago del Estero se obtienen alrededor de 100.000 toneladas al año, y son muchas las familias que se internan en el monte para encender los hornos que aseguran su subsistencia.
Lo que la mayoría no sabe es que debajo de sus pies, luego de incinerar la madera dura y obtener el carbón, en los hornos queda un material que tiene un potencial enorme: la carbonilla. Es precisamente en eso en lo que trabaja el ingeniero en industria forestal Yvan Corvalán, que investiga el modo de convertir toda ese polvo de carbón en briquetas y darle a los productores la posibilidad de tener un ingreso extra.
Junto a otros colegas de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE), que tiene un Instituto de Tecnología de la Madera, Corvalán ha hallado el modo de devolver a la comunidad un poco de lo que le ha dado la educación pública. Aunque su proyecto está aún en etapa de prueba, ya lograron desarrollar una máquina y obtener sus primeros productos, y no sería descabellado pensar que muchas familias santiagueñas lo aprovecharán en pocos meses. La iniciativa está pensada especialmente para las mujeres, que podrían obtener así sus propios ingresos.
“La carbonilla es un material que está disponible a ningún costo, por eso buscamos aprovecharlo. Así, evitamos que se siga tirando, que contamine o que signifique un riesgo para los productores”, explicó a Bichos de Campo.
A simple vista, es una ceniza que está desperdigada en pequeñas cantidades alrededor de los hornos de carbón. En ese estado, no es más que un desecho que se barre y se tira, porque no tiene atractivo comercial. Pero dado que la carbonilla representa el 10% de la carga de carbón, el desafío es, entonces, dotarla de valor.
De hecho, los investigadores de la UNSE no son los primeros en plantearse qué hacer con ese residuo. En los campos experimentales del INTA santiagueño también se evalúan sus propiedades al aplicarse en tierras poco fértiles. Pero el proyecto que integra Yvan tiene un plus de complejidad, porque no se trata sólo de obtener un producto, sino de crear la máquina misma que lo fabricará.
“Si bien existen una gama de máquinas que se utilizan para compactar material, nosotros tomamos un modelo y queremos ajustarlo a nuestras necesidades”, señaló el investigador, que considera prioritario que su prototipo no funcione con electricidad y que tenga un sistema de palancas que requiera de poca fuerza, ya que está pensado para las mujeres que trabajan en las producciones carboníferas.
Por otro lado, debía ser posible su traslado de horno a horno, en medio del campo, a bordo de una caja de camioneta. Como crearon una máquina desde cero, los especialistas pudieron darse el lujo de tener en cuenta algunos detalles adicionales al ahorro de energía. Uno de ellos es la practicidad, porque la idea es que la máquina se traslade a donde está la carbonilla, y no a la viceversa, que sería antieconómico.
“Así, evitamos seguir gastando energía en movilizar materia prima, porque la briqueta saldría lista directamente desde la boca del horno”, resume Yvan. Así, en un mismo proceso, las familias productoras podrían obtener doble ingreso.
Para producir briquetas de carbón, se necesita de dos elementos clave: un aglutinante, que suele ser almidón, y una prensa. Hasta ahora, parece que lo más complicado ya pasó para Corvalán y su equipo, porque ya tienen la materia prima y la máquina con su propia matriz. Lo que les falta es el aglutinante que utilizarán en este caso, el quid del asunto.
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“Tenemos que ver cuál va a ser, en qué cantidades se va a utilizar y qué mezcla de granulometría haremos para que se compacte de la mejor manera posible”, explica el investigador.
Por ahora, todo eso es materia de análisis, pero, con las primeras briquetas de prueba ya obtenidas, parece que no falta mucho para que el producto esté en el mercado. Incluso, Corvalán se permite ser optimista respecto al impacto positivo que tendrá para los productores, no sólo por el bajo costo de su producción, sino también por su calidad. “Podría tener un precio mayor al carbón”, estima.
¿Cómo es posible que el desecho sea más valioso que el producto mismo? El ingeniero halla la respuesta en las características mismas de la carbonilla, que al compactarse podría tener una mayor densidad energética por unidad que el carbón.
“Para el asado no es tan importante, pero para almacenar energía sirve muchísimo”, explica Yván, que ya prevé el importante mercado que se puede conquistar, no sin antes terminar la investigación en curso.
-La máquina ya la tienen, ¿cómo es la etapa de ensayos en la que están ahora?
-No solamente tenemos que ensayar con la briquetas para ver si cumplen o no con los parámetros, sino que, una vez obtenidos los resultados, vamos a tener que seguir haciendo ajustes sobre la máquina para que funcione como deseamos.
Las pruebas y ajustes a campo, en medio del monte, ya comenzaron.