Miguel Más, sanjuanino e ingeniero en minas, tiene un pequeño establecimiento de poco más de cinco hectáreas que está ubicado a 11 kilómetros de la capital provincial, en Pocito, donde produce todo tipo de alimentos y hasta su propio vino espumante de modo orgánico.
Lleva más de 30 años haciendo las cosas de ese modo, ya que Miguel ha sido uno de los padres del movimiento orgánico argentino. Tan antiguo es su emprendimiento que hasta podría decirse que él fue también una suerte de precursor de los “bolsones agroecológicos” que ahora se han puesto tan de moda. En su caso, comenzó distribuyendo la verdura y la fruta sin agroquímicos en la ciudad de San Juan, pero en cajas.
“En la Argentina empezamos con el movimiento orgánico en el 85. En 1990 nos convocó el IASCAV (así se llamaba el brazo vegetal del ahora SENASA). Éramos 30 personas que nos juntamos a trabajar en Buenos Aires para redactar la normativa orgánica en la Argentina”, recuerda Miguel. Ese proceso desencadenó dos años después en la primera y única ley sobre producción orgánica, que establece el sistema de certificaciones que dura hasta ahora y permite a los consumidores tener certeza de que están consumiendo un producto orgánico.
A pesar de dedicarse a la minería y ser docente universitario, por tradición familiar Miguel ya tenía un vínculo estrecho con la actividad agropecuaria.
-¿Cuándo te picó el bichito de lo orgánico?
-Yo viví en el exterior y ya se hablaba de lo orgánico. Tenia filosóficamente una atracción muy grande por la tierra y la biodiversidad. Era pura filosofía, porque durante muchísimos años lo orgánico no fue rentable si trabajabas para el mercado interno.
Mirá la entrevista con Miguel Mas:
La forma de comercialización, según Mas, ha sido el talón de Aquiles de los proyectos orgánicos enfocados hacia el mercado interno. “Para los pequeños productores no fue negocio. si vos eras productor primario de ciertas verduras, no podías llegar a Buenos Aires, donde había algo de consumo. Llegaban las hortalizas, las papas, las ajos, la cebolla, que no son perecederos. Entonces se hacía difícil. Al principio trabajábamos localmente con aquellas personas que tenían conciencia”, recuerda Miguel sobre aquellos años pioneros de los bolsones/cajas en los que vendía verdura orgánica.
En algún momento, Mas se dio cuenta entonces que la clave era agregar valor para no depender tanto del mercado de frescos, donde la demanda era limitada y los tiempos de venta apremiaban. Recuerda bien una anécdota que quizás haya actuado como disparador. Cuando en 1998 el Movimiento Argentino de Productores Orgánicos (Mapo) logró organizar el primer congreso internacional del movimiento orgánico en Buenos Aires, a él le pidieron poner el “champagne” que producía su familia -de modo natural- desde los tiempos de su abuelo. Le pidieron 300 botellas pero Miguel disponía de solo 180, que igual puso sobre la mesa. Fue la primera vez que la demanda superaba a la oferta.
Hoy Miguel tiene en el vino espumante la nave insignia de su establecimiento productivo, al cual rebautizó como “La champañera Miguel Mas”. Allí produce todo tipo de cosas, y a todas las certifica como producto orgánico: vinos, vinagres, aceto balsámico, dulces de todo tipo, diversas conservas. Una de las estrellas es el único tomate triturado orgánico de la Argentina. También produce una “jalea de vino” que recomienda mucho para las carnes asadas, en especial el cerdo. En realidad, comenzó a hacerla para evitar que los vinos se le avinagren porque en el proceso él no utilizaba sulfitos.
Además, junto a otros establecimientos de la zona armó la Ruta del Vino y ha montado un circuito para que los turistas puedan ver cómo produce el champagne, degustar los alimentos y aproximarse a la ceremonia más preciada: el deguello de cada botella. Para producir el espumante Miguel utiliza un “método ancestral oriundo de la campiña francesa” que heredó de su abuelo que trabajó en una champeñera de Francia.
“Empezamos a agregarle valor a todo. Hoy no vendemos nada en fresco. El tomate se transformó en tomate triturado, en tomate seco, en confituras de tomate, etcétera”, relata.
Miguel tiene bien en claro que, con el auge actual de los productos agroecológicos, cobra mucha mayor relevancia todo aquel andamiaje legal que idearon hace tres décadas para distinguir los productos orgánicos. “Cuando alguien te pide un certificado. yo puedo exhibirlo. Lo agroecológico se adapta mucho más en la parte local, porque te conocen: un productor va a la feria y me conocen. Pero cuando vos empezás a salir hacia afuera, o hacia el exterior, hay que certificar”, define.
“En el mundo de los orgánicos somos bastante conocidos, porque somos muy antiguos, y porque la gente va probando y le va gustando. Hoy el 85% de los productos los vendemos en Buenos Aires, en Bariloche, Santa Fe, Córdoba, Rosario”, apunta.
Ahora que le va bien, Miguel tiene claro que la persistencia ha sido una de las claves para su supervivencia. “Tuve la suerte de ser profesional y he trabajado toda la vida en la universidad. Es decir que no he vivido toda la vida de esto. Entonces he soportado muchos años donde lo orgánico no redituaba económicamente. Ahora ya hace varios años que cierran los números, porque aumentó muchísimo la demanda de orgánicos”.
-¿Por qué crees que se produjo este aumento?
-El pueblo argentino se dio cuenta que tienen un diferencial, porque realmente son productos limpios que no tiene herbicidas ni plaguicidas. El que está consciente de su salud, va a elegir alimentos orgánicos sin duda. Nosotros comemos medio kilo de veneno por año comienzo productos convencionales. Y medio kilo de veneno es una ingesta importante para nuestro organismo. Llega un momento en que estás destruido.
Muy buena nota la de Miguel Mas!!!!