La decisión política está tomada y, más allá de que falta la autorización sanitaria del Senasa, es casi un hecho que la Argentina abrirá su mercado a la carne porcina de los Estados Unidos, tal como lo anunciara unos días atrás el mismísimo presidente Donald Trump. En este contexto que parece irreversible, la Asociación Argentina de Productores Porcinos (AAPP) elevó a las autoridades una serie de recomendaciones, por lo menos para evitar que las “chuletas” del país del Norte provoquen aquí una indigestión sanitario o alteren las reglas mínimas de convivencia en el mercado.
Es muy interesante detenerse en las observaciones que hace la AAPP que dirige Juan Ucelli ante el ingreso eventual de carne porcina estadounidense, ya que se intenta aprovechar la ola Trump para ordenar un tema, el de las importaciones, que ya estaba adquiriendo dimensiones inquietantes. En rigor, en 2016 se importó carne porcina desde Brasil y Dinamarca, unas 25 mil toneladas equivalentes al 11% de la pulpa producida localmente. La carne yanqui sería la frutilla del postre.
En el documento elevado al Ministerio de Agroindustria, la AAPP pone énfasis en primer término en la necesidad de “resguardar el status sanitario de libre de PRRS y equiparar los controles de triquinelosis”. La PRRS o síndrome respiratorio y reproductivo porcino está de moda en la región, pero “Argentina es el único país de América que todos los años hace un muestreo de toda su población porcina en general y de las granjas vendedoras de genética en particular y es libre” de la enfermedad, se destacó.
En cambio, Chile ha determinado recientemente que el virus del PRRS del año 2013 es contemporáneo a un serotipo aparecido en el mismo año en EE.UU.; mientras que Uruguay también ha denunciado el mes pasado la aparición de serología positiva. Es decir, hay balas que pican cerca y se las podría vincular con lo que sucede con la enfermedad en los Estados Unidos.
En ese sentido, la Asociación recordó que “en las dos reuniones mantenidas por funcionarios de la Dirección de Normas Cuarentenarias del Senasa antes de la llegada del vicepresidente de los EEUU, dicho país no podía cumplir los requisitos mínimos de mitigación de riesgo. Si lo cumple Dinamarca y se lo exigieron a Canadá”, se aclaró. En criollo, los productores están sugiriendo que el Senasa no arrié con Trump las banderas que izó ante otros países.
De todos modos, el gobierno puede encontrar otra excusa en la vieja y nunca bien ponderada triquinosis. Según la AAPP, hasta ahora “la principal traba al ingreso de la carne porcina de EE.UU. fue la aplicación de un sistema de análisis a la totalidad de los animales faenados para Triquinelosis en un país endémico al igual que el nuestro. Esto no cambió”, se enfatizó.
Otra idea elevada al Gobierno para ordenar el ingreso de carne porcina importada le tocaría más de cerca a Brasil, el origen principal de las bondiolas y la pulpa que ingresa a la Argentina. Esa carne entra congelada a -18ºC y debería destinarse solamente para la industrialización. Pero según la entidad “desde hace unos años se comenzó a descongelar la carne importada y destinarla para el mercado del fresco, engañando en primer lugar al consumidor y perjudicando el importante crecimiento que tuvo el sector en dicho rubro”.
Aquí Uccelli y los suyos tiran un dardo a la Secretaría de Comercio, que depende del ministro Francisco Cabrera, quien ha tenido mucha mayor influencia que los funcionarios de Agroindustria en la decisión de Macri de habilitar el comercio con Estados Unidos. “Las denuncias realizadas a defensa de la competencia y del consumidor, dependientes del Ministerio de Producción, no encontraron nada anormal, cuando en cualquier país serio hay una diferenciación clara entre producto congelado y producto fresco”, se quejó la AAPP.
Por eso se propone, en lo sucesivo, “exigir (a la carne importada) el No Cambio de Conservación del producto que ingresa importado, si es congelado, se deberá vender congelado, sin romper la cadena de frío”.
Otra medida de tinte comercial que se pidió al Gobierno es “exigir la colocación en la etiqueta de venta, en letra legible, el origen de la mercadería y la fecha de elaboración”. Al mismo tiempo, se pide identificar en un registro especial en la Succa a todos los que intervienen en las operaciones de importación.
Una última baraja toca un tema que podría despertar la sensibilidad de muchos consumidores respecto del consumo de carne importada: el uso en otros países de hormonas de crecimiento, como la Ractopamina. Esta sustancia se habilitó a fines de 2016 en el país a pedido de la AAPP, pero condicionada a un programa de trazabilidad que, según el pedido de los productores, también debería aplicarse a la carne importada.