La joven Rocío Zeballos nació en la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, pero desde chica le apasionó ir al campo de su abuelo, en la zona de la Villa El Alto, cabecera del departamento homónimo. Queda a 941 metros de altitud, en la vertiente este de la Sierra de Ancasti. Para llegar desde la capital provincial, a 70 kilómetros, hay que pasar por la tradicional Cuesta del Portezuelo.
Hoy Rocío vive en Valle Viejo, a 10 minutos de auto, de la capital y a media hora del campo. Además, hace un año fue nombrada subsecretaria de la Producción por la Intendente de la Municipalidad de Valle Viejo -un cargo que siempre ocuparon hombres, aclara-, donde trabaja la identidad de género con un grupo de 80 mujeres rurales de todo el Departamento.
Siempre iba con su familia, Rocío, al campo de su abuelo, de mil hectáreas, ubicado en una zona serrana, con bosques nativos, atravesado por arroyos y ríos, y con 4 relieves distintos. “Una parte del mismo es deprimida, otra más llana, otra parte serrana, y una pampa limpia con especies aromáticas, muy linda”, dice ella. Pero la cultura machista de la época relegaba a las mujeres a los quehaceres del hogar y ella siempre se quedaba con las ganas de ir a los corrales con sus tres hermanos. Luego de unos años, su abuelo falleció y ni a su padre ni a sus hermanos les interesaba tomar la posta del campo. Ella comenzó a ver cómo se iba desmejorando fruto de un paulatino abandono.
De pronto Rocío cumplió la mayoría de edad, pudo conducir una camioneta y empezó a ir al campo familiar todas las veces que podía, hasta que un día decidió tomar la rienda de la administración del mismo. “En esta zona el negocio está en vender terneros, pero resulta que este ambiente está manejado por hombres, y los compradores no están acostumbrados a tratar con mujeres. Hallé mucha resistencia en ellos”.
“Recuerdo que en la primera venta que hice, contacté por teléfono al comprador, y el hombre me dijo: ‘Bueno, páseme con su marido’. Le aclaré que no había nadie más, que debía tratar conmigo, y me respondió que ‘no estaba para chistes’. Con el padre de mi hija me respetaban como a ‘la mujer de’. Hoy me respetan porque me hice respetar y los hombres me dicen ‘La chica’, porque soy la única mujer ganadera”, asegura la joven, quien tiene una hija, Candelaria, de 8 años, que ya ama a los caballos como ella.
Y continúa: “La mujer de mi capataz es muy guapa y con ella trabajamos a la par, ella hace alambrados, cuida las vacas y hasta hace dulces caseros. Me di cuenta de que las mujeres siempre han hecho todo en el campo, como hachar o atender los animales, además de las tareas del hogar y de criar a los hijos, pero no se lo reconocían como tal, sino que su imagen era sólo la de cuidar a los hijos, cocinar, lavar la ropa y limpiar la casa. Pero eso está cambiando”, sentencia Rocío.
Respecto del legado de su abuelo, cuenta la joven catamarqueña: “Mi abuelo criaba cebúes de modo convencional, que eran ariscos y yo no los podía dominar. Entonces los fui cambiando a todos por la raza lechera Pardo Suizo. Hoy tengo unos 200 vientres. En ese tiempo aprendí que no tenés que ser caprichosa con la genética, sino ir viendo cuál se adapta a tu suelo y a tu clima”.
“Al mismo tiempo que comencé a administrar el campo, ingresé a estudiar Agronomía en la Universidad Nacional de Catamarca (UNCA). Pero más tarde tuve que suspender mis estudios porque el campo no me dejaba tiempo para ello. Aunque algo que me cambió la vida fue que hice la Diplomatura en Producción Orgánica durante dos años. Porque una sale de la Facultad con ‘recetas’, pero durante la Diplomatura me sentí muy identificada, porque el campo de mi familia es orgánico por naturaleza”.
“Además, me fui un tiempo a Brasil –continúa Rocío- y allí cursé Desarrollo Territorial Rural, en la Universidad Latinoamericana, que para mí fue una experiencia increíble, porque aprendí que el territorio no es sólo un pedazo de tierra sino un lugar donde vive gente, con su cultura y sus conflictos sociales. Y que no por nacer en el campo, estás destinado a vivir siempre en el campo. Éste debe ser una elección. Y entendí que en mi propio territorio a veces podés tener problemas más graves que una plaga, como puede ser un paradigma cultural obsoleto que tenés que derribar y cambiar”.
Y declara: “El estudio me dio las herramientas para poder tomar decisiones correctas en el manejo del campo, en beneficio de mis animales. Es que tenés que estar formada e informada. Porque si te equivocás, tus animales van a sufrir o se te van a morir o vas a perder plata”.
“Yo comencé una transición hacia la producción orgánica y agroecológica y ando siempre con ‘las leyes orgánicas’ en la mano, porque son beneficiosas en todo sentido. Hago pastoreo rotativo, el ternero, cuando nace, queda 6 a 8 meses con su madre y cuido mucho sus vientres. Me ocupo del Bienestar Animal, cambiamos las jeringas lentamente para que las vacas no se estresen”, cuenta.
“Considero que las mujeres somos más delicadas y mejores que los hombres para tratarlas y cuidarlas. Las vacas comen los frutos del monte nativo. Es todo un camino de aprendizaje, de entender a la naturaleza, que al comer las vacas los nogales, al bostear, luego provocan la germinación; que la salvia es muy aromática y ahuyenta a los insectos, ahorrándote de comprar un mosquicida externo”.
Como funcionaria de Valle Viejo sostiene que trabaja en el emponderamiento de las mujeres rurales, en un programa de huertas agroecológicas, sobre tierras de no más de una hectárea. Pero ella predica con el ejemplo. Dice: “En mi campo la que negocia soy yo, la que carga los animales soy yo. Yo soy la que cobra, y como mujer, creo que soy más prolija que los hombres en administrar un campo. Y creo que las mujeres tenemos más capacidad de observar que ellos”.
“Yo lucho para que las mujeres tengan las herramientas que yo no tuve, a fin de estimular la producción. Hoy muchas mujeres me escriben y se animan a pedirme ayuda, porque hay mucha violencia de género”.
Rocío celebra que el año que viene, la UNCA abrirá una Tecnicatura en Producción Animal. “Mi hija crece, sabiendo qué significa la agroecología y la producción orgánica, sabe de transiciones, y eso me da mucha esperanza. Ella, como yo, lleva en sus genes el campo”, culmina Rocío.
Elegimos dedicar a Rocío y a nuestra audiencia, la pintoresca zamba “Vaya pa’ que sepa”, de Polo Giménez, por el grupo catamarqueño Carafea.
“bosque nativo + produccion organica+ perspectiva de genero + mujer luchona + joven y decidida.” mezcle todas estas paparruchadas en una coctelera y haga una nota sin sentido, sin mensaje, sin tecnologia, vacia y pedorra