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Marino López tiene 75 años pero no deja de trabajar su chacra de Colonia Monteagudo, donde se habla “portuñol” y la Argentina llega a su fin: Vivencias de un hombre que hizo de todo y aprendió cómo se es feliz

Matias Longoni por Matias Longoni
18 noviembre, 2025

Durante la visita de Bichos de Campo a El Soberbio, ahí nomás de los famosos saltos del Moconá, en plena frontera con Brasil y donde la gente habla más el portugués que el castellano, o más bien una mezcla llamada “portuñol”, hicimos varios kilómetros entre los vericuetos de la selva, solo por las ganas de conocer a Marino López, uno de los históricos habitantes de esta espesura. 

Con 75 años de edad, Marino hizo de todo en la vida: fue maestro rural, director de escuelas de frontera, productor agrario, balsero, juez de paz, tuvo aserradero, crió caballos de carrera, fue concejal y candidato a intendente. En su finca de Colonia Monteagudo nos recibió en una pausa del trabajo rural con una “gallinada” que estaba para chuparse los dedos, bien predispuesto a contarnos algunos aspectos de una vida que finalmente resume bien lo que es vivir y producir en la selva misionera.

La chacra quedaba al lado de la escuela 605, a 100 metros del río y la frontera con Brasil, en Colonia Monteagudo. Marino nos cuenta que esta población nació antes incluso que El Soberbio, la capital del distrito. “Acá había registro de las personas, estaba la policía, gendarmería, todos estaban acá centralizados en Monteagudo. Enfrente acá tenemos una villa que se llama Villa Alto Uruguay, más que centenaria. Eso hacía que hubiera un intercambio comercial intenso en este lugar”, describe el contexto.

Recibido como maestro, Marino llegó a esta zona en el año 1971. “Me había recibido en el 69 y después de andar por Corrientes vine a trabajar a Eldorado. Un año estuve allá”. Luego se mudó a una escuelita de esta zona, la 133, y prolongó una carrera docente trabajando alternativamente en varias escuelas de esa zona de colonias. Las leyes, luego, le permitieron jubilarse a la corta edad de 39 años. 

Como era leído, también en cierto momento lo designaron juez del Registro de las Personas en la época del corto regreso del General Perón en 1974. “Cuando cayó el gobierno me fui, para evitar un dolor de cabeza”, recuerda.

-¿Siempre ejerció de maestro hasta jubilarse o en algún momento empezó a ser productor y tuvo que dejar la docencia?

-No, nunca dejé la docencia. Pero además fui propietario de la balsa que une El Soberbio con las colonias, durante once años. Y entonces, siempre trabajé. Mi señora era muy laburadora en la chacra. Nosotros plantábamos maíz, soja, lo que sea. Y yo siempre trabajé de maestro, hasta que pasaron los años, se jubilaron mis directores y me quedó a mí el cargo de director, así que era director y maestro.

Fueron muchos años haciendo las dos cosas: en la chacra produciendo y en la escuela enseñando.

Mirá la entrevista:

Desde esa particular posición, Marino fue testigo y protagonista del auge y la caída de una pequeña gran  industria del destilado en esa zona misionera. ¿Destilado de qué? Nada de alcoholes, lo que se obtiene todavía en esta zona mediante “arrastre de vapor” son aceites esenciales de diferentes plantas con propiedades aromáticas o medicinales, especialmente la citronella. De eso fundamentalmente fuimos a hablar con Marino, aunque bien podíamos haber terminado hablando de cualquier cosa que propongamos. 

“El Soberbio, en la década del 70 hasta el 80 o hasta el 90, era gran productor de esencias. Acá todos los colonos tenían sus 4, 5 o 10 hectáreas de citronella. Yo conseguí tener, por suerte, 23 hectáreas de pasto, donde producían cerca de dos mil y pico de kilos por corte. Se hacen dos cortes al año, hasta tres. Había bastantes peones y era rentable”, sintetiza el maestro rural sobre aquella historia que todavía lo tiene entre sus protagonistas. Porque insiste con ese cultivo.

“A mí me gustó siempre trabajar y andar. Lo que más me importa es caminar. Por eso mismo estoy acá en Monteagudo”, se define. Ahora, avanzado en años pero con la misma energía de siempre, Marino se asoció con otro colono para “plantar de vuelta todo esto”. El pone algo más de capital y su socio pone algo más de trabajo, pero los dos marchan a la par. “Yo tengo dos tractores, que es lo suficiente para mantener la chacra”. Notan cierto resurgimiento de la citronella y las esencias naturales y están dispuestos a apostar nuevamente opr ella. 

-¿Cuándo fue que empezó a decaer toda esa actividad en la que los colonos apostaban y ganaban dinero con la citronella? ¿Qué pasó?

Marino no duda: “Fue en el año noventa y pico, cuando se dio la locura de plantar yerba y forestar. Muchos llegaron a quemar la plantación de citronella para plantar yerba o para dedicarse a la soja, porque hubo una época que fue una locura la soja acá. Ahora sigue siendo uno de los medios de algún colonos que tienen sus máquinas, tienen sus corta y trilla. Hay colonos fuertes acá en el cultivo de la soja. Lo único que no prosperó fue el trigo”,

Marino también nos contó que ahora hay varios productores que se dedican a la avena, porque se dedican a la venta de leche. “Aprendieron con los brasileños ahí, y entonces hay unos cuantos tambitos buenos”, proclama. La que absorbe la producción de leche es una cooperativa llamada Sarandí, que elabora quesos. “Esa fue la que ayudó a toda esta colonia acá, porque viene el camioncito, carga la leche, porque todos estos colonos ya están equipados, tienen sus refrigeradores, su ordeñadora mecánica. Todo está muy lindo, y va a mejorar esto”.

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-¿Y con la citronella como opción económica qué pasó? ¿En algún momento dejó de tener valor?

-La citronela tuvo una época en que, al principio, en el año setenta y pico, vos te ibas con un botellón de cinco litros de esencia y podías comprar harina, aceite, todas las cosas para la casa, porotos, fideos. ¡Y sobraba plata para tomar alguna cañita o tomar alguna cerveza! Tenía un muy buen valor. Acá hubo unos buenos acopiadores, hasta que comenzó a bajar el precio en el mercado internacional, seguramente, no sé.

-Algunos le echan la culpa al petróleo, a los derivados, a las nuevas sustancias que reemplazan lo natural.

-Y bueno, eso habrá sido, pero eso es lo que hizo que muchos colonos cambiaran de cultivo. Aunque muchos tienen todavía sus cuadritos de 3 o 4 hectáreas. Nosotros tenemos un poco y también nos rebuscamos. Nuestra idea es volver a tener un cuadro de unas 20 hectáreas y mecanizar bien la producción, preparando las plantas para que se pueda usar el motocultivador.

Para profesionalizar la actividad, Marino está ensayando tomar los restos de las hojas destiladas y volver a ponerlas sobre el surco, como bio fertilizante y a la vez bio herbicida. “Yo siempre hablo con los colonos y les digo, nosotros cuando alambicamos el pasto, la hoja del pasto, la hoja cocida, tenemos que devolverla al campo, como abono, porque mantiene la humedad de la tierra y no deja venir ninguna hierba. Entonces no tenemos gastos de limpieza y siempre vamos a tener una citronella buena”, expone. 

-Si usted quiere hacer ahora 20 hectáreas es porque piensa que hay un resurgir de la citronella, que hay posibilidad. 

-Es lógico. Fíjese que hoy el precio que estamos recibiendo acá, cuando vienen compradores y se vende, está entre 25.000 y 30.000 pesos (por litro de esencia), que es un buen precio. Yo creo que si muchos no se dedican, los que plantemos un poco y tengamos el equipamiento un poco más modernizado, en lugar de ser a fuego directo, pongamos una calderita y podamos en lugar de hacer 3 o 4 tachadas en el día hagamos 8 tachadas. Un tacho normal, de 1,50 metros por 2,40 metros, produce de 12 a 14 litros. Haga los números, agarre la maquinita…

López se ufana y celebra que su socio en el nuevo emprendimiento “tenía una destilería, tenía el elevador del fardo eléctrico, tenía todo el equipamiento, aunque después por ser novio, muy novio…”  Y se ríe Marino junto a sus compañeros en la selva por esa picardía.

El maestro le ve posibilidad al cultivo bien hecho, dentro de una escala más profesional, con maquinaria.“Nosotros tenemos que cuidar y no cortar tan seguidamente, darle a la citronella que se desenvuelva y hacer como máximo tres cortes al año, cada cuatro meses”, analiza. 

-¿Cuántos años le puede llegar a durar así una planta de citronella antes de replantar? 

-Veinte años, tranquilamente, bien cuidada y sigue siendo productiva. Es bastante noble la planta. Yo tengo un cuadro ahí que tiene cuarenta años y sigue dando. 

-Recién masculló su bronca contra la yerba mate… En algún momento entró muy fuerte y desplazó otros cultivos y después no fue negocio.

-Sí, mucha gente planto yerba, sacaron la citronella y metieron yerba, porque decían que como había mucha compra. La gente tiró hacia allí, porque no tiene que tener leña, no tiene que tener peones. Vos después de plantar la yerba, a los 3 o 4 años vienen las cuadrillas, cortan y el tipo pesa y cobra. En la zona de El Fisco (se refiera a tierras fiscales cercanas al parque Mconá ocupadas por colonos) había mucha citronella porque el monte, ayuda a que no caigan heladas, pero limpiaron todo y plantaron yerba ahí, por todos lados, grandes yerbas ahí. Y ahora están con el problema de que no pueden vender, que bajó mucho el precio de la hoja verde y eso. Como todas las cosas.

Marino aprendió de esa y muchas otras experiencias. “Nunca en la chacra misionera, pero nunca, hay que poner los huevos en una sola canasta”, sentencia. “Por ejemplo, nosotros, aparte del cultivo de la citronela, ahora estamos con el porongo”, nos cuenta. De hecho, esa era la tarea que estaban haciendo hasta que llegó Bichos de Campo.

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-El porongo, ¿qué es?

-Las calabazas del mate, que hay mucha demanda hoy, una demanda bárbara. También queremos plantar el mamón y papaya, que acá da muy bien, y plantar, ahí en medio de las capueras, una línea con el tractor y plantar un poco de banana. Si tenés huevo, repollo, llevás al pueblo, vendés. Si llevás mamón, seguramente lo vas a vender en la frutería. Si llevás sandía, vas a vender. Entonces, ya que estamos acá y tenemos la tierra lista, vamos a dedicarnos no solo a citronella.

Solo parece haber un cultivo que suena a mala palabra para Marino: el tabaco. “El año pasado mi hijo plantó tabaco, y yo no quiero saber nada con el tabaco, porque ese lleva mucho veneno y no quiero envenenar a ninguno de los que trabaje con las máquinas. Entonces no, el tabaco no”, define. 

-Sin embargo, hay muchos productores que tienen el tabaco como su principal ingreso en esta zona…

-Sí, todos los colonos que tienen hoy en su casa su 4×4 debido a que fueron bien con las cosechas y se dedicaron al tabaco. Hay grandes plantadores que cosechan muchos kilos, Y el tabaco tuvo su valor. Usted visita la colonia y donde había un rancho de madera hoy tenés una casa de material. En todas las colonias vos podés ir, y en una casa siempre hay un corsita, un fordcito. Pero a costa de usar mucho veneno, mucho agroquímico. Ese es el problema. 

Queremos seguir hablando con Marino López. Entonces le preguntamos si no resulta difícil al momento de comercializar la producción tener “los huevos en diferentes canastas”, porque finalmente los colonos producen poco de muchas cosas, y capaz que a la hora de vender viene un acopiador y les paga dos mangos

Nos contesta: “El Soberbio tiene una solución. Tiene la feria franca, donde cada colono si tiene pollo lleva, si tiene lechón lleva, y vende todo, desde huevo, pescado. Ese esquema del productor directamente al consumidor funciona. Y aparte de eso, fíjense que algunos comercios pagan el precio a que se vende en el Mercado Central de Posadas, pagan bien. Vos te vas con una camioneta de repollo… Claro, tenés que llevar ahí un repollo bueno, bien preparadito, bien encajonadito. Te cuentan las cabezas y te pagan lo que vale en Posadas. Eso es muy importante acá. Todo el mundo vende, todo. 

-¿Cuántos años tiene, Marino? 

-Yo estoy con 75 años. 

-¿Y ya empezó a hacer un balance de lo vivido? 

-Yo tenía 39 años cuando me jubilé de director y maestro. Y de ahí para acá siempre trabajé, inclusive trabajé con la madera, porque tenía un aserraderito. Después tengo la chacra acá, que para mí es un placer, me hace sentir bien, porque me puedo levantar a las seis de la mañana, tomar un buen mate, charlar con los amigos. 

-Eso le quería preguntar, no necesariamente vivir en una chacra y tener que trabajar mucho te hace ser infeliz y desdichado.

-Acá puede ser uno feliz. Usted puede ver que tengo una lancha. Cuando vos querés sacarte algún dolor de cabeza, agarrás una alineada y te vas al río ahí. Podés pasar dos o tres horas pescando y sacar algo. Y eso es llevar bien la vida. No tenés incomodidad de nada, no tengo que pensar en el banco, no tengo que pensar en nada. Y me dedico a vivir esto, hasta que se corte la pila y listo. 

Prosigue Marino con sus reflexiones: “No estamos para juntar plata, porque la plata sobra teniendo vestido y pudiendo dar una vuelta por ahí con la señora o a visitar a los hijos. Tengo nietos que me salieron buenos, todos. Hay dos que ya se van a recibir con 24 años, hay uno que ya es doctor, y otro que siguió mi carrera de docente”, enumera con orgullo visible. 

Luego llega la “gallinada”, hecha al disco de arado, y vamos apurando el cierre de la charla.

Etiquetas: chacras de misionescitronellacolonia monteaguroel soberbioesenciasmaestro ruralmarino lopezminifundiomisionesruralidad
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