Con rindes promedio de hasta 40 quintales por hectárea en algunas regiones agrícolas, el trigo apunta a ofrecer otra buena cosecha en 2017/18, en torno a las 17 millones de toneladas. Pero, recuperado el volumen, parece ser que el productor no hace muy bien los deberes a la hora de comercializar ese cereal, diferenciando su calidad.
“Pasamos de no poder exportar en la época kirchnerista, a tener que colocar trigos de muy baja proteína. Teníamos dos tipos de trigo, los de baja proteína y los de proteína 10,5%. Lo que deberíamos estar haciendo ahora es estudiar a nuestros compradores, sabiendo qué es lo que piden, en lugar de estar despachando trigo mezcla en los puertos, colocando esos trigos en el Mar Negro y sudeste asiático a precios de cereal forrajero y con flete carísimo. Todo eso castiga el bolsillo del productor”, lamentó Mariano Otamendi, directivo de la Asociación Argentina Pro Trigo (Aaprotrigo) en Bichos de Campo.
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Según Otamendi, a diferencia de lo que sucede aquí, “hace 20 años que el trigo dejó de ser un commodity en el mundo”. En ese sentido relató que en Canadá existen más de 15 clases de trigo y se ha reconocido la incorporación de variedades nuevas que rinden más, y que son vendidos por separado. “Mezclar trigo forrajero con trigo pan y medir eso por proteína, al molino no le dice nada”, explicó el productor.
Lo que la Argentina debería hacer, según Aaprotrigo, es “mirar los valores FOB, a los que se exporta el trigo. Y recién luego descontar fletes y gastos portuarios”.
“Así operan nuestros competidores. Por ejemplo, si miramos los valores FOB del Golfo de México, una tonelada de trigo ordinario, del duro, con proteína 11%, cotiza en 235 dólares, y en 240 dólares para posiciones más largas, cuando el trigo blando opera en 190 dólares la tonelada”, ejemplificó Otamendi.
Y concluyó: “Mientras nosotros vendemos excelentes trigos, pero mezclados, entonces los terminamos colocando en 190 dólares la tonelada, como si fuese un trigo malo. A eso me refiero con que no hacemos los deberes como debe ser”.