Mariano Colombo es doctor en Antropología y como becario del Conicet trabaja investigando sobre las poblaciones originarias en la zona de las sierras de Tandilia, más precisamente en los partidos de Lobería, Benito Juárez y Tandil, al sur de la provincia de Buenos Aires. Lo primero que señala, es que siempre hablamos de la llanura pampeana, y nos solemos olvidar de que en su centro posee una serie de elevaciones serranas, con una flora, fauna y cultura diferentes, y con una historia humana de más de 12.000 años, que gracias a la ciencia moderna, estamos descubriendo en interesantísimos detalles.
Como siempre le apasionó hacer extensionismo, consistente en divulgar los resultados de sus investigaciones, Mariano lo hace en las escuelitas rurales de la zona. Pero sostiene que el conocimiento se construye en comunidad, intercambiando saberes, y comenta que vive asombrándose de lo que aprende de los chicos, en su mayoría, hijos de trabajadores rurales.
Qué curiosa es la vida, se hace camino al andar y por más que nos soñemos de un modo, vaya a saber hacia dónde nos llevarán los vientos. A veces por un amor; otras por un trabajo, suele torcerse el destino. El caso de Mariano Colombo (43) no fue una excepción a este recurso frecuente de la vida. Porque si bien nació, se crio y estudió Antropología en La Plata, algún viento redomón lo empujó hacia el sur, a los pagos de Necochea, ubicada en la parte baja de la “gran panza” que sería la provincia de Buenos Aires.
En esa zona costera casi siempre ganan los fuertes vientos del sur. Y a este antropólogo, le ganó el viento de un “amor necochense”, con nombre y apellido. “Pero además, me gustó venirme, porque nunca convenció vivir en una ciudad grande como La Plata. Es más, siempre me atrajo lo rural, y hoy soy feliz de trabajar en investigaciones de campo, excavaciones, y de hacer docencia en escuelitas rurales”, señala Colombo.
Es que Mariano se conoció en su ciudad natal con Lourdes Pujol, nativa de aquella ciudad costera, ubicada a poco más de 100 kilómetros al sur de Mar del Plata. Con ella formo pareja y comenzó a frecuentar la bella ciudad de Necochea, cuando poco antes de terminar su carrera de antropólogo le surgió allí un trabajo de arqueología. Pues pronto se mudó a esta localidad del sur bonaerense, que curiosamente fue diseñada con una avenida diagonal y con calles numeradas, de modo similar a la planificación de La Plata.
Al parecer, se cumplió aquello de los vientos de la vida, que a causa de un amor, y vaya a saber uno por qué capricho del destino, hasta el sueño de la carrera universitaria de Mariano viró hacia otra ciencia, cercana, pero distinta. Tanto, que éste decidió hacer, como antropólogo, su tesis de doctorado en “arqueología de las sierras de Tandilia, desde Lobería hasta Tandil”. Si bien Mariano se conoció con la necochense Lourdes, en La Plata, aclara que desde antes solía ir a veranear a la ciudad de las amplias playas y de suave declive.
En realidad, el sistema de Tandilia es una elevación serrana en medio de La Pampa Húmeda, que se extiende como un cordón desde Olavarría hasta Mar del Plata. Alcanza a pasar con sierras bajas por el norte del partido de Necochea, hacia la localidad de Claraz. Y el pico más alto de toda esta serranía se ubica en la ciudad de Barker, un poco más al norte, llegando a los 550 metros, en el partido de Benito Juárez.
Mariano suele contar como curiosidad, que la isla Martín García, en la confluencia del río Uruguay con el río de La Plata, es una afloración del sistema de Sierras de Ventania o de la Ventana, como lo que aflora en la localidad de La Dulce. De aquella isla, como también de la zona de la ciudad de Tandil –sistema de Tandilia-, se extrajeron las rocas para los adoquines que trazarían las calles de la ciudad de Buenos Aires. Y además explica que los primeros registros de poblamientos humanos allí, datan de entre 12.000 y 14.000 años atrás, siendo uno de los más antiguos del continente.
“Con Lourdes nos conocimos en el año 2000 –recuerda Mariano- porque ambos estudiamos lo mismo, pero ella se especializó en Antropología Social. Después hizo su doctorado en Políticas públicas vinculadas a la salud y a la sexualidad en adolescentes. Hoy trabaja en economía social y solidaria y armó una cooperativa con sus amigas, a la que llamaron Ayllu, y tiene el objeto de analizar y capacitar sobre problemáticas de género en las cooperativas. El Ayllu es una forma de comunidad social originaria de los quechuas y aymaras, en la región andina. Han viajado por el país a este respecto”, señala el antropólogo.
En cambio, Mariano ha investigado acerca de cómo era la vida de los habitantes originarios. Durante cinco años ha transitado más de 3000 kilómetros en vehículo y 300 kilómetros de a pie, en total, en idas y venidas, realizando trabajos arqueológicos y haciendo docencia en la zona de Tandilia.
“Vinculamos escuelas que distan a más de 100 kilómetros una de otra”, dice. Es que debe partir desde Necochea, donde vive y está su sede laboral. Se las ingenió para vivir con su familia, en un típico paisaje costero y semirural, en las afueras, a 4 kilómetros del centro de la ciudad y a sólo cinco cuadras del mar.
Le preguntamos a Mariano:
-¿Cómo conseguiste el trabajo de investigador y en qué institución?
-Conocí a la arqueóloga, Nora Flegenheimer, que justo estaba creando un área investigativa del Conicet, en Necochea, y me incorporó a su equipo. La municipalidad nos presta un lugar, dentro del Museo Histórico Municipal, sobre la avenida 10 y la calle 93. Al principio éramos 4 y ahora somos 7 investigadores. Participé durante varios años ad honorem hasta que conseguí una beca en 2007. La mayoría del tiempo recorrí la zona serrana en un Ford Falcon viejo, de Nora, hasta que me compré mi camioneta. No tenemos vehículo institucional, porque salvo que trabajes en una sede grande, te tenés que comprar hasta la ropa.
-Contanos cómo se solventa todo y si pudiste mantenerte en el Conicet.
– Los salarios del Conicet son históricamente bajos. Las excavaciones, etc., se financian con subsidios de organismos de ciencia y técnica, universidades, y algunas empresas extranjeras como la Nathional Geographic. En los últimos tiempos ya no podemos investigar por falta de subsidios. Entre 2013 y 2019 quedé afuera del Conicet, porque no me aceptaron el proyecto postdoctoral, que había presentado. Pero gané el cargo de director de los museos de Necochea y lo ejercí hasta 2019, cuando me aceptaron para trabajar en planta permanente, como investigador del Conicet.
-¿Y diste inicio a un nuevo proyecto, más bien educativo?
-Entonces decidí abocarme a vincular los datos de la ciencia con la gente común, en este caso, con los alumnos de escuelas rurales, ubicadas dentro de campos de grandes extensiones, a lo largo del sistema de Tandilia. Lo hacíamos cada 15 días. Salíamos a la hora 6 y regresábamos a las 18. Cada escuela tiene 5 o 6 alumnos. Visitábamos una a la mañana y otra a la tarde, y siempre les dejábamos materiales de trabajo. Yo ya venía haciendo extensión universitaria, porque me encanta difundir.
-¿Por qué te nació eso de no sólo investigar, sino difundir lo que iban descubriendo?
-La razón de todo esto es porque notamos que hay mucha información académica, pero de difícil acceso para los docentes y los alumnos, ya que son muy densas y en lenguaje muy técnico. Entonces armamos una muestra, con formato de museo itinerante. Conformamos un grupo y elaboramos un proyecto llamado ‘El patrimonio en mi lugar’. Utilizamos herramientas literarias como mitos, leyendas, ficciones y demás. Empecé a ir a las escuelas en 2019 y cuando vino la pandemia se suspendieron las salidas.
-Y más que los docentes, se nota que te importan más los chicos, los alumnos.
-Es que nos importa el presente de los chicos, porque consideramos que hoy mismo son protagonistas. Solemos hablar de que son el futuro, pero en realidad son el presente, porque hoy comprenden y transmiten de un modo que nos asombra, porque la infancia es una etapa maravillosa, que nos cuestiona, interpela y enseña. Por eso nos dedicamos a escuchar sus historias y a recopilarlas. Porque, como protagonistas, construyen identidades.
-¿Esas escuelitas rurales están muy aisladas?
-Son escuelas, que muchas no tienen luz permanente, ni señal, y les llegan programas de robótica o carritos tecnológicos, y nos los pueden usar. Más que docentes que les llegan de lejos, necesitan de personas de su mismo territorio. Hay que construir el conocimiento con las escuelas. Yo descubrí que los saberes de los chicos, son auténtica sabiduría popular, que les viene de generaciones y que ellos procesan como un mensaje nuevo y actual, muy profundo. En ellos, el mensaje se reactualiza y se reinterpreta, como el rito, que reactualiza un mito.
-¿Cómo les transmiten los conocimientos académicos y provocan ese ida y vuelta?
-Llego a las escuelas con una valija real, llena de herramientas didácticas para trabajar con los chicos. Eso ya les llama la atención. Hacemos distintas actividades con los chicos, lecturas de cuentos, tallados en madera, partimos un hueso para quitar el caracú, cómo hacer herramientas de piedra o hueso, como punzones, y trabajar con maderas nativas. Los hacemos realizar mapas del paisaje que rodea a su escuela, salimos a hacer encuestas y entrevistas con ellos. Realizamos caminatas por los cerros y sitios arqueológicos, y a veces los participamos de una excavación. Hasta hicimos una pequeña muestra de las actividades de todo el año, en el museo municipal de Necochea y en el de Benito Juárez, y la idea es que sigamos circulando este año.
-Contanos alguna anécdota que te haya desestructurado tu manera de pensar.
-Estaba trabajando en la escuelita rural de Cerro El Sombrero, en el partido de Lobería, cercano a los parajes Dos Naciones y Puerta del Diablo. La misma, por tener pocos alumnos es plurigrado, es decir, tiene todos los grados juntos. Cuando alguien llegaba a brindar algún contenido, sumaban a los chicos del jardín de infantes. Pero yo no tenía mi paquete pedagógico preparado para chicos de tan temprana edad y pensé que no iban a comprender. Los hice trabajar con mapas y cartografías del lugar para que ellos mismos me destacaran lo importante, sus casas, la escuela, los cerros, ríos, etc., si se trasladaban a pie, o a caballo o qué. Yo les fui sumando los sitios arqueológicos, cuando de pronto un chico dibujó un cerro y otro chiquito de jardín, de apenas 4 años, lo corrigió.
-¿Y cuál tenía razón?
-El de 4 años, tímido, le dijo que el cerro estaba más lejos y empezó a describir que le faltó dibujar un pastizal alto. Todos le reconocieron que era cierto y el chiquito tomó más coraje. Empezó a contar dónde había arroyos, adonde llevaba los animales con su papá. Contó por dónde llegaba hasta la escuela, a 20 kilómetros de su casa. Comenzó a recordar esos paisajes que frecuentaba, su fauna, los sonidos que escuchaba, todo, con un lujo de detalles, que yo jamás había sospechado que un chico alcanzara a esa edad semejante registro de su entorno, y de tener la capacidad de transmitirlo con tanta claridad. Esa vez recibí una lección que no conocía yo, con tantos años de estudio en mi haber.
-¿Y éste año han seguido con el trabajo en las escuelas?
-Teníamos un subsidio aprobado, pero este año, por falta de “plata”, no se ejecutó y se han suspendido las investigaciones y las salidas. Estoy haciendo circular las muestras como puedo. Si hoy encuentro un hueso, y lo quiero datar, no hay plata. Tampoco la hay para hacer una excavación. No hay para nafta, ni para materiales. Pero sigo investigando en mi sede de trabajo, gracias al cuantioso material que he recaudado cuando viajaba a los territorios.
-¿Qué sueños y proyectos tenés para el futuro?
-Me identifico y me reconozco como pampeano, como habitante de la Pampa húmeda. Con Lourdes logramos formar una familia y tener dos hijos, Justina y Camilo. Desde este paisaje y mi realidad, como habitante del territorio, quiero seguir generando conocimientos, vinculando los saberes locales, comunitarios, con los científicos, para un aprendizaje mutuo. Me apasiona transmitir todo lo que aprendo, no sólo desde el ámbito científico y académico, sino en los saberes populares que me transmiten los chicos y la gente de los territorios, en los campos y en las escuelitas, para seguir vinculándolos y generando, junto con ellos, nuevos proyectos.
Mariano Colombo eligió dedicarnos la canción Zona de Promesas, de Gustavo Cerati, interpretada junto a Mercedes Sosa y sus músicos, en el disco Cantora. Dice Mariano que esta canción podría interpretarse como un espacio metafórico de esperanza y expectativas, donde los sueños y las metas aún no se han cumplido, pero que existe la fe en que, tarde o temprano, se harán realidad.