María Eugenia Segretin es investigadora del Conicet, donde empezó como becaria a los 25 años. Cuando inició ese camino, enfocó su tesis de grado en inmuno-endocrinología, pero una materia cambió por completo su eje de estudio: la agrobiotecnología. Esa situación la empujó a realizar su doctorado en el laboratorio de biotecnología vegetal del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (INGEBI). Allí se sumergió en el mundo de los transgénicos. Y allí está siendo protegonista de los primeros pasos en el país de una nueva tecnología, la edición génica.
“Uno de los objetivos de mi tesis era el de desarrollar cultivos de papa y tabaco- que eran los modelos vegetales con los que trabajaba en aquel momento- resistentes a enfermedades a través de la transgénesis, tratando de utilizar genes que sabíamos que conferirían resistencia a enfermedades obtenidas de distintas fuentes”, relata Segretin a Bichos de Campo
La edición génica, una técnica que irrumpió en 2013, es para Segretin “una herramienta más que permite generar en diversas aplicaciones un cambio más preciso en el ADN, y se parece más a algunas técnicas de mejoramiento convencional como la mutagénesis”.
Mirá la entrevista a esta investigadora del Conicet:
Desde el aspecto regulatorio, lo primero que uno debe hacer, según la investigadora es “determinar si el nuevo desarrollo seguirá por la vía que sigue cualquier producto convencional, o bien si será tratado como un nuevo transgénico”.
Segretin afirma que con las herramientas disponibles el desarrollo de estos nuevos productos a nivel de laboratorio “no es tan costoso”. Y de inmediato aclara: “La parte costosa del desarrollo de un transgénico es todo lo que viene después en materia de evaluación en términos de bioseguridad. Sabemos que los eventos transgénicos se regulan en todo el mundo. En Argentina la regulación de estos es muy estricta e implica años de trabajo e investigación, más ensayos a campo y evaluaciones moleculares, que deben determinar que la integración de esa secuencia de ADN es segura para el ambiente y para el consumo humano y animal”.
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Los transgénicos tienen una aceptación muy amplia en la comunidad científica porque, asegura Segretin, “no solo se usan con fines biotecnológicos, sino con fines de investigación básica. Por ejemplo, si uno quiere saber cuál es la función de un gen determinado, antes era más complicado saberlo con metodologías anteriores, pero ahora, con la edición génica uno puede llegar de modo más rápido y certero. De modo que el impacto fue muy grande en tiempo”.
Segretin puso como ejemplo unos tomates que se desarrollaron para resistir a una enfermedad que afectaba también a otros cultivos y que está causada por un gen de susceptibilidad. “Es uno de los primeros genes que se usó en mejoramiento convencional hace 70 años, solo que en ese momento se conoció en cebada y no se sabía cuál era el gen ni cuál era su función, aunque sí se sabía que si ese gen estaba mutado y dejaba de funcionar, la planta o cultivo se hacía resistente a determinados patógenos”.
Con estas nuevas técnicas de edición génica desarrolladas, sabiendo cuál es ese gen en cuestión, se lo puede modificar para anular su función en los tomates y en otros cultivos. “Y así, luego de nueve meses uno puede tener una planta resistente a determinadas enfermedades de un modo más rápido y menos costoso que el que demandaría hacerlo por transgénesis”, explica la investigadora.
Luego, la idea es transferir ese desarrollo del tomate a otros cultivos. “Cada cultivo tendrá la limitación de que la metodología de cultivo in vitro para regenerar la planta completa editada, no siempre será la más eficiente. Eso depende mucho del genotipo con el que uno esté trabajando, independientemente de la metodología de mejoramiento que uno utilice”, describe.
-¿Y qué otros avances podemos esperar en materia de mejoramiento vegetal mediante edición génica?
-Si uno ve la cantidad de publicaciones que están saliendo a nivel mundial utilizando estas tecnologías para distintas aplicaciones, es probable que empiecen a aparecer un montón de desarrollos o que se presenten estos desarrollos frente a las entidades u organismos regulatorios de cada país.
Pero, aclara Segretin, ocurre lo mismo que en el caso de los transgénicos: estos desarrollos que se hacen en laboratorios deben enfrentar luego ensayos a campo para demostrar que sirven y son inofensivos, no tienen consecuencias no queridas. También para someterlos a una serie de eventos estresantes, es aspectos nutricionales o climáticos, que son condiciones que no se dan en los laboratorios.
Para que estas innovaciones lleguen al productor, asegura Segretin, “falta tiempo. Si el producto de esa edición génica se considera similar a un producto de mejoramiento convencional, los años que deban transcurrir en el esquema regulatorio son mucho menores y así llegarían al productor en tiempos más cortos. Pero debemos aclarar que si bien hay desarrollos muy avanzados, todavía no hay nada en etapa comercial”.