Por Matías Longoni (@matiaslongoni).-
El Partido de Pergamino tiene más de 100 mil habitantes que generan alrededor de 120 toneladas diarias de Residuos Sólidos Urbanos, según cálculos de la propia municipalidad. Aunque el márketing oficial es abundante y habla de modernos centros de reciclado, de coloridos contenedores inteligentes y de la mar en coche, buena parte de esa enorme cantidad de basura va a parar a un basural a cielo abierto donde luego el cirujeo es moneda corriente.
Como la Argentina, Pergamino es rico pues produce mucho más de lo que su gente necesita para vivir. Pero, como en la Argentina, toda esa riqueza está tan mal repartida que hay gente que apenas sobrevive revolviendo en la basura mientras la mayoría se desentiende. De su basura se desentiende, pero también de la pobreza que vive sobre ella.
Como en la Argentina, la mayor parte de la gente de Pergamino vive dentro de una ciudad y se desentiende también de lo que sucede unos kilómetros más allá, cuando termina el asfalto y empieza la tierra. Poco se preocupan entonces de la suerte de quienes viven detrás de aquella fila de árboles.
Marginados. Como la basura que se arroja tras los márgenes de la ciudad, y como los marginales que sobreviven revolviendo entre esa basura. Igual de marginados se sienten los productores rurales que viven a la vera de esa ciudad. Hablamos de Pergamino pero podríamos hablar de cualquier otro poblado semejante, más grande o más chico.
Si la basura no se ve, pues entonces no existe. Si la pobreza no se ve, tampoco existe. Y si los habitantes del área rural no se ven, también dejan de ser un problema.
Dejan de ser un problema para los vecinos de Pergamino o de cualquier otra ciudad. Pero sobre todo para los políticos que dirigen esa o cualquier otra municipalidad. Los votos que necesitan para permanecer en esos cargos se concentran dentro del ejido urbano que permanece, casi ciego, ajeno a cualquiera de esos tres problemas: la basura, los pobres que mendigan de ella y los pobladores rurales que están detrás de aquella fila de árboles. El abandono iguala.
María Catalina Comerci, de 75 años, tiene muchas ganas de gritar contra ese abandono, que ella sufrió por triplicado. Su chacra de 43 hectáreas está ubicada a solo 2.000 metros de los límites de la ciudad de Pergamino, cerca del arroyo homónimo, justo al lado del basural municipal (centro de reciclado, dirían los políticos). Entonces María convive con las 120 toneladas de basura diarias que tiran sus vecinos y con la pobreza que sobrevive de esa basura.
También convive con el desinterés de la política por los problemas del habitante rural, que al fin y al cabo no es más que otra cara de la misma marginalidad. Los votos no abundan detrás de aquella fila de árboles.
“Fui muy conocida. Criaba muchas aves, muchos lechones, de todo. La gente me conocía como ‘la chacra de María’ y yo hacía quesos, dulces, pelaba lechones. Me pedían ollas enteras de dulce de leche, huevos”, rememora María.
Pergamino comenzó a tirar su basura al lado de la chacra de María a partir de 1996; las obras las hizo una firma llamada Comaco.
Los pobres comenzaron a sobrevivir de aquella basura muy poco tiempo después, seguramente tras la crisis de 2001.
María recuerda que primero “el basural quedaba a 300 metros (de su propiedad), pero ahora está a 100”, porque nunca detuvo su crecimiento. Habla de el como de algo vivo. “Se vino encima de nuestro lindero, aunque ya no se sabe, porque se llevaron el alambrado”, cuenta.
María habla de los pobres que sobreviven de la basura, en cambio, como una especie de zombis, de muertos vivos, inanimados. Parecen presencias lejanas y también ajenas. “Nos comenzaron a robar, herramientas, cosas”, lamenta.
Los límites, todos los límites, comenzaron a desaparecer con el transcurrir del tiempo. “La línea de luz, las tranqueras, todo el alambrado. Los árboles se murieron por el mismo olor y la contaminación. Y el alambre… bueno, hay alguien al que le gusta el alambrado”, resume la anciana chacarera.
Finalmente marginal, como voto y como vecina. nadie consultó a María si estaba de acuerdo en convivir con el basural. Mucho menos la indemnizaron o trataron de resolverle los inconvenientes que le ocasionaron con aquella decisión. Ella, recuerda que años atrás se sentía amiga de Héctor “Cachi” Gutiérrez, quien fuera intendente por varios periodos en Pergamino y ahora tiene lustre de diputado nacional. “Yo le pedí que me cambiara el campo por otro que él tenía por Arrecifes. ‘No estaría mal’, me dijo primero. Pero luego no le vi más la cara”, relata.
María se mudó a la ciudad porque no le quedó otra alternativa unos años después de que comenzara a llegarle la basura y que los pobres comenzaran a utilizar su chacra como sendero para ir a cirujear al basurero. Como muchos otros chacareros, dejó su chacra y no tuvo más alternativa que alquilar sus pocas hectáreas para que otro las siembre. Pero ni siquiera eso funcionó.
En 2012, por enésima vez, una hija de María escribió una carta al Concejo Deliberante de Pergamino contando esta tragedia cotidiana. El texto fue leído ante concejales que -políticos al fin y al cabo-, decidieron mirar para otro lado y derivaron el asunto a la Comisión de Parques y boludeces.
Decía la nota: “Mi nombre es María Elena Del Greco, hija de María Catalina Comerci del Del Greco. Junto a mis hermanos somos propietarios de 43 hectáreas de campo que lindan con el Basurero Municipal y el arroyo Pergamino. Motiva mi contacto los perjuicios que progresivamente se han ido sucediendo estos últimos años y que hacen imposible mantener los cultivos de soja que desde hace años se realizan. Desde que se estableció y funciona el basurero se ha generado un constante peregrinar de gente que transitan libremente a través y sobre la zona de nuestro campo, paso hacia el basurero, como si se tratara de un terreno público perjudicando el sembrado. Esta situación se ha tornado muy difícil de controlar, ya que la cantidad de gente cada vez es mayor y a pesar de contar con el alambrado correspondiente, este ha sido dañado por los mismos”.
Sin respuesta y ni siquiera consuelo, María tiene ahora los servicios de un abogado, aunque duda si iniciar una demanda. No es una indemnización lo que la atormenta sino la impotencia de haber sido y de ya no poder volver a ser.
“Se llevaron parte de la casa, los ladrillos. Ahora, hace un año, se llevaron un galpón de cemento con pared de 30”, enumera. Resignada, trata de justificar su deserción. “¿Viste cuando te sacan todo y no te dan más ganas de ir? Se llevaron todo. Mi vida ahí adentro, todo lo que hice”.
Mirá la charla completa con María Catalina Comerci: