Marcelo Viñas es biólogo y desde su productora Timbó Films se dedica a realizar documentales sobre naturaleza, conservación y sobre la relación con la sociedad, por eso muchas veces reciben la denominación de “documentales ecosociales”. Y en este tema hay algo que le preocupa especialmente: el suelo.
-¿Por qué?
-Siempre me preocupó la ausencia del tema suelo en las agendas de las organizaciones ambientales o conservacionistas porque para mí el suelo no es sólo una parte más de un ecosistema. Hay un autor, Chris Maser, que propone verlo como una placenta, como una matriz donde ocurren los intercambios que hacen posible que las plantas se expresen por encima de la superficie, sirviendo de contexto para que el resto de los integrantes del ecosistema puedan vivir y reproducirse. Cuando vemos un bosque o un pastizal lo que vemos es la expresión de ese suelo en ese clima, con esa historia evolutiva. Además el suelo en sí mismo es el ecosistema terrestre con mayor biodiversidad: en un gramo puede haber mil millones de bacterias y hongos de un millón de especies diferentes (además de cientos de ácaros y nematodos, entre otros).
-¿La degradación de los suelos es “el” tema?
-Sí. Cuando analizamos un poco la agricultura industrial que se hace en la Argentina y en gran parte del mundo, una agricultura que busca producir bienes comerciables (y no alimento para humanos) y que toma el suelo como un mero soporte físico para los cultivos, es evidente que estamos pasando por alto esta dimensión ecológica de los suelos y que el principal problema ambiental de nuestro país es la degradación de los suelos.
-¿Hay cifras?
-Claro, y están reflejadas en el informe del Ipbes (Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios Ecosistémicos, impulsada por las Naciones Unidas), que señala que el 40% de las tierras del mundo se usan en actividades agrícolas y más de la mitad está severamente degradada. La Argentina no es la excepción: el 40% de la Patagonia está directamente desertificada y otro 40% tiene problemas gravísimos de erosión. Los suelos agrícolas de la región pampeana perdieron más del 50% de su materia orgánica y la mayor parte de su fósforo, y en menos de 20 años se desmontaron 7 millones de hectáreas de bosques chaqueños para hacer monocultivos. Como si esto fuera poco, la meta actual es llegar a los 200 millones de toneladas de granos. ¿De dónde van a salir las tierras para llegar a esa meta? ¿Con qué tecnología se van a gestionar? ¿Hay espacio para implementar masivamente sistemas agrícolas menos destructivos? Es hora de que la sociedad comience a pensar su futuro en términos de uso del suelo. Por eso cuando puedo trato de incluir este tema en mis documentales.
-Se habla de que el urbanita no tiene idea de lo que se hace en el campo. ¿A qué cree que se debe? ¿Ocurre lo mismo con los temas ambientales?
-Las personas vivimos en un contexto que nos posibilita vivir, comunicarnos y tener relaciones sociales. Cuando toda o casi toda la vida de una persona transcurre en una ciudad, a nivel perceptivo es la ciudad la que provee esos insumos que forman el contexto vital que necesitamos. Es muy difícil o imposible extender ese contexto más allá de lo que conocemos cotidianamente, por eso hay una limitación sensorial para reconocer nuestra inevitable dependencia de la naturaleza.
-Usted también sostiene que ni ese urbanita ni la gente de los pueblos perciben su realidad biológica. ¿A qué se refiere?
-Nuestra realidad biológica es muy fácil de comprender cuando no tenemos comida o aire, o agua porque toda la cultura pierde valor si nos quedamos sin esos recursos. Nacemos primates y siempre somos primates antes que nada, y luego somos primates culturales, y tenemos inteligencia pero no somos los únicos animales capaces de desarrollar tradiciones y por supuesto que no somos los únicos animales inteligentes en el Planeta.
-¿Cómo que nacemos primates y siempre somos primates?
-Es que todo ser humano nace cazador-recolector y por la imposición, a veces violenta, de una enorme cantidad de pautas culturales, somos compelidos a ser habitantes de ciudades y agricultores sedentarios. Cuando éramos humanos coexistiendo con el resto de la naturaleza, tomando de ella sólo lo necesario (mucho antes de la aparición de la agricultura) todo ese entorno vital en el que desarrollábamos nuestra vida estaba atravesado por la biodiversidad, por el paso de las estaciones, por la lluvia, el viento, el sol. Así evolucionamos desde hace más de 2 millones y medio de años y como Homo sapiens desde hace unos 300 mil años.
-¿Usted está diciendo que en el interior de cada uno de nosotros vive un cazador-recolector?
-Así es. Somos un ser que añora visceralmente estar en la naturaleza, ver el sol, sentir los perfumes, la brisa, el sonido del agua… pero somos ignorantes de nuestra dimensión evolutiva y ecológica. A los Estados les lleva décadas adoctrinar a los ciudadanos y alfabetizarlos para que se acomoden a la vida sedentaria, citadina, para hacernos creer que la cultura, el trabajo, es lo único importante y que el campo es un lugar que hay que colonizar y despojar de alimañas. Esa es la base de la gran estafa del antropocentrismo: la idea de que el ser humano tiene derechos especiales con respecto a las otras formas de vida con las que comparte el Planeta. Hoy están dadas las condiciones para que esas ideas nos lleven rápidamente al colapso de nuestra sociedad porque el Planeta no lo puede soportar.
-¿Qué hacemos entonces?
-En virtud de la crisis de extinción y el cambio climático, si queremos tener una oportunidad como humanidad y que nuestros hijos tengan un futuro, debemos comenzar a “analfabetizarnos” de antropocentrismo para dejar de ser ignorantes de esa dimensión ecológica nuestra. Si hay alguna oportunidad para iniciar un camino de restauración ambiental para que la humanidad tenga un futuro, como dice el ecólogo Paul Shepard, vendrá de la mano de reconocer ese ser humano ancestral que todavía está intacto en cada uno de nosotros.
-Retomando la idea anterior, ¿acaso los humanos no somos especiales? ¿No tenemos cosas que otros seres no tienen, como la cultura?
-Soy ateo. Creo que la religión monoteísta es uno de los inventos humanos más mortíferos. En nombre de dios se destruyeron culturas y se arrasaron ecosistemas; en nombre de dios se cometen los actos más aberrantes. Desmontar un bosque milenario para cultivar soja es un acto abominable que sólo tiene sentido en una sociedad alienada y basada en la religión del dinero. Cuando un agricultor o el gerente de una corporación deciden sacrificar un ambiente integrado por miles de especies y producto de millones de años de evolución para promover el crecimiento personal o empresario, están actuando bajo la premisa de que las necesidades humanas justifican cualquier tipo de abuso sobre el ambiente.
-Pero no me ha respondido: ¿está seguro de que no somos especiales, superiores?
-Es que la idea de que el humano es superior al resto es una idea religiosa, incompatible con el conocimiento científico desarrollado en los últimos 200 años. El escritor Jerry Mander sostiene que la premisa central de la sociedad tecnológica es que el sometimiento de la naturaleza y de los pueblos indígenas constituye una virtud. Y esto es posible gracias al siguiente razonamiento: que nuestra sociedad representa la expresión más perfecta de la evolución.
-No parece que estemos en ese estado…
-Y… a la luz de lo que hacemos con el Planeta, nuestra sociedad está lejos de ser la expresión de cualquier tipo de perfección. Sin duda existen elementos sagrados en la humanidad, en el reconocimiento de otras personas y en la vinculación con todo lo viviente, pero eso no necesita de una religión que lo administre y lo ponga a su servicio. Por otra parte, claro que somos singulares como especie porque tenemos cosas que otras especies no tienen… ¡así como otras especies tienen cosas que nosotros no tenemos! Ser humano es ser parte de la naturaleza.