El matrimonio entre el gobierno de Mauricio Macri y los productores agropecuarios -que había sido consumado en diciembre de 2015- pudo ser rescatado del peligro de un divorcio intempestivo y violento. Para poder llegar a esta reconciliación, el Presidente aceptó sentarse en el diván (un viejo sillón en este caso). Y lo mismo hizo el dirigente rural que más había sido más crítico con la política oficial de reimplantar las retenciones, el presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Dardo Chiesa.
Fue una terapia de pareja magistral.
“No más engaños. Es hoy, es aquí, es ahora. A poner todo lo que tenemos porque esta vez sí va en serio”, cerró Macri su discurso, cual novio que cometió un error y jura y perjura que esa será la última vez que haga lo que tuvo que hacer, porque no le quedaba más remedio. En esta pelea, apelar a un nuevo manotazo fiscal sobre el sector productivo, con la reimplantación de las retenciones que él mismo había sacado frente al altar, ni bien asumió su gestión.
Todo sucedió este jueves a la mañana en la inauguración de Jonagro, un seminario anual organizado por CRA. Los aplausos que coronaron ese discurso del Presidente sonaron cálidos y tuvieron sabor a beso de reconciliación. La platea rural más dura lo había perdonado.
Un viejo y elegante sillón colocado en medio del escenario, a la izquierda de un atril, fue testigo silencioso del intercambio de promesas entre Macri y los productores agropecuarios.
Estos, los estafados por los desvíos del presidente consorte, cual novia herida hicieron también sus reclamos. Macri digirió uno por uno los embates y prometió fidelidad hasta el final, “hasta que la muerte nos separe”. En el Palacio de las Aguas, sede de la jornada, quedó flotando la sensación de que la familia seguirá unida al menos por otro rato.
“Realmente gracias por invitarme a esta reunión, que es una más de la gran familia del campo, una familia que entiende la importancia de la cultura del trabajo, del esfuerzo, del valor de la palabra, de superarse…” Así inició su discurso Macri, que también dejó claro de entrada que aceptaba todos y cada uno de los retos que le había hecho el presidente de CRA unos minutos antes. “Firmo y adhiero a cada uno de los conceptos”, fueron sus palabras.
Continuó el presidente, tratando de buscar factores externos que ayudaran a aliviar su complicada posición: “Sé que vengo hoy después de un año difícil, porque hemos sufrido la peor sequía en 50 años, y eso afectó no solo a los productores sino a sus pueblos, a los comercios, a toda la industria que rodea al campo. Además tuvimos una serie de tormentas externas, y alguna interna, que han tenido consecuencias”, añadió.
“Lo que yo siento, creo que todos los sentimos, y ustedes especialmente, es que cada obstáculo, cada problema, cada golpe que recibimos y superamos, nos fortalece, nos ratifica que estamos, que somos, que podemos. Especialmente en este momento donde los argentinos hemos decidios un cambio profundo, en términos de sembrar una nueva argentina, de raíz. Ustedes saben que cuando hay que sembrar se debe preparar el terreno, desmalezar, sacarnos de encima la resignación, el no se puede, las trabas. Poner toda la fuerza que tienen los argentinos, la esperanza, el entusiasmo, las ganas…”
Ni Alberto Migré lo hubiera escrito mejor. Alguno llegó a lagrimear, viejo curtido en el campo pero sensible de corazón…
Entonces el presidente reconoció las macanas que se había mandado su gestión, aunque aclaró que forzada por las circunstancias. Justificó el regreso de las retenciones diciendo que “hoy también apelamos a la solidaridad. Dada la emergencia, les he tenido que pedir a todos lo que tienen mayor capacidad en la sociedad, que son los que hoy pueden exportar”.
Macri trató de diluir sus culpas frente a los productores agropecuarios enfatizando que “esta vez ha sido a todos los sectores a los cuales les hemos pedido este último esfuerzo temporal de un impuesto que es malísimo, perverso, porque justamente va en contra de lo que queremos, que es desarrollar cada economía regional creando empleo privado de calidad”, subrayó. Mejor muestra que arrepentimiento, imposible.
Luego, cuando había pasado el trago más difícil y apelando a las artes del buen seductor, el Presidente decidió apostar más a las promesas del provenir que a los reproches del pasado. Habló de la buena cosecha de trigo que se viene, de las mesas de competitividad, de la simplificación de trámites, y de todo lo lindo y dulce que va a ser a partir de ahora este hogar, la Argentina, que “podemos y debemos construir juntos”.
En ese sentido, ratificó que el regreso de las retenciones será simplemente una transición. Y prometió fidelidad eterna al proyecto que más le gusta a los productores. “Tenemos que terminar con 70 años de engaños, de frustraciones, de no enfrentar la realidad que nos ha llevado a creer que somos muy vivos viviendo de prestado”. Hogar, dulce hogar.
Chiesa, justamente, la había reclamado eso: que al campo no le gusta demasiado seguir conviviendo como la pareja de a propaganda del Banco Galicia, y menos cuando es uno el que pone siempre la tarjeta para que el otro gaste la plata. “Compartimos el compromiso del déficit fiscal cero. No es posible vivir endeudados eternamente, sin vivir de lo que producimos. Ese es el camino que debe seguir la Argentina”, había dicho el agropecuario cuando fue el turno de Macri en el diván o sillón antiguo.
El presidente de CRA, desde el vamos, dejó en claro que creía en que el arrepentimiento de Macri era sincero. Hablando del ajuste que se viene en el Estado, le señaló al Presidente que “todo este esfuerzo que ustedes están haciendo necesita de un sector privado pujante, que de trabajo y que pueda contener a la gente socialmente y lleve adelante e crecimiento”, afirmó.
Fue ahí que Chiesa aprovechó para colar una serie de reclamos pendientes, como aquellas viejas promesas que arrastra todo matrimonio que se precie. ¿Me cambiaste el cuerito de la canilla? O ¿vas a dejar de fumar adentro de casa como te lo vengo pidiendo?
El agropecuario enumeró que se necesitan “una reforma impositiva muy fuerte en los tres niveles”, además de “una reforma laboral que nos permita tomar la gente que el sector público va a dejar”, y de “una reforma política inteligente, para que podamos construir un Estado altamente eficaz e inteligente, que no compita por la tasa de interés y los recursos humanos con el sector privado”.
A buen entendedor, pocas palabras. Diría una novia despechada: “Estás perdonado querido, pero me vas a perder si de ahora en adelante no hacés todo lo vengo pidiendo hace años…”
Luego de los reclamos, Chiesa dosificó los tonos y lanzó algunas promesas de fidelidad que enternecerían a Disney. “Nosotros somos una entidad amiga y los amigos se llaman para discutir los problemas y encontrar las soluciones. Este compromiso nos lleva a poner el hombro y todo lo que hay que poner en el momento preciso”.
Y este es el momento del beso. Con el sillón como testigo.