Parte del recorrido que ha hecho Bichos de Campo por la aviación agrícola demuestra que, además de los pilotos, las aeronaves y los agroquímicos, hay ahí todo un complejo mundo de industrias subsidiarias, desarrollos y trayectorias profesionales que funciona con sus propias lógicas.
Tal es así que los aeroaplicadores cuentan hoy hasta con semáforos, con las tradicionales luces verdes, amarillas y rojas a las que estamos acostumbrados en la ciudad, pero con un propósito diferente. En vez de regular el tráfico, realizan mediciones climáticas y establecen cuándo es el momento ideal para aplicar y cuándo es mejor apagar la bomba y esperar.
La que desarrolló esa tecnología de vanguardia es la empresa Geoagris, que hace 20 años está abocada a la agricultura de precisión y opera en varios países de Latinoamérica.
En vez de asemejarse a los tradicionales semáforos de poste, AgriExplorer es un trípode que puede trasladarse a cada campo para medir las condiciones en tiempo real. Por eso, a diferencia de los que ordenan el tráfico, es deseable que este semáforo no esté anclado en cada esquina.
El gran vacío legal que aún rodea a la aplicación de fitosanitarios -no sólo aérea, sino también terrestre- hace que este tipo de tecnologías sea de adopción y cumplimiento optativo. Por eso es que aún no hay “fotomultas” ni agentes de tránsito que penalicen a quienes “pasen en rojo” con su avión agrícola o dron.
Pero que sea optativo no quita que sea muy eficiente, tanto en términos de sustentabilidad como en el uso de recursos. “Si vos estás aplicando con unas condiciones climáticas que no son las favorables, se genera deriva. Podés estar afectando a lotes vecinos o podés estar tirando agroquímicos sin cumplir el objetivo”, explicó a Bichos de Campo la agrónoma Lucía Reigada.
Lógicamente, en vez de un cronómetro, lo que regula a estos semáforos son los parámetros climáticos, que captan sus sensores y se pueden visualizar en tiempo real en un software.
“El AgriExplorer mide la velocidad del viento y el Delta T, que está compuesto por la humedad, presión atmosférica y temperatura. Esos dos datos son los que se usan para que el semáforo sea verde, amarillo y rojo”, agregó Reigada.
Mirá la entrevista completa:
Una luz verde, lógicamente, indica que se puede aplicar sin problemas, al contrario de la señal roja. Con el amarillo, el mensaje es el mismo que con los semáforos de tráfico terrestre, “precaución”, porque detecta que se está aplicando al límite de los parámetros ideales. No se va a chocar con otro avión, pero probablemente se desaproveche una parte de los insumos.
Que el análisis sea en tiempo real permite no sólo al piloto, sino también a alguien en tierra, monitorear y tomar decisiones minuto a minuto. Una tecnología similar ya han incorporado los últimos modelos de algunos autopropulsados, en los que se detecta si las condiciones no son favorables y se puede decidir dejar de aplicar.
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Lo que sí tiene de semejante con los semáforos convencionales -al menos los de las grandes ciudades- es que este también guarda un registro de si se respetaron sus directivas o no.
En vez contar con una cámara de tránsito, que detecta cuando alguien pasa en rojo, el equipo de Geoagris almacena toda la información climática mientras opera. “Es una prueba de que vos hiciste el trabajo en buenas condiciones”, observó la agrónoma, que considera que, como cuando ocurre un siniestro vial, puede presentarse ante disputas con lotes aledaños y acusaciones de exo-deriva.