Ya hemos conocido a Don Máximo, el abuelo que producía las frutas que se enviaba a Buenos Aires hasta mediados del siglo pasado. También hablamos con Haraldo, el padre que apostó toda su vida a la forestación con álamos y sauces. Sus hijos, los tres chicos Gottert también nacieron en esa isla y se pusieron a producir de muy pequeños: con ellos se introdujo la ganadería en la empresa familiar y son ellos los que ya no darán un paso atrás.
Lo más interesantes de los tres chicos es que ninguno se quiere ir del lugar, el delta entrerriano. Todos han cursado hasta la secundaria en la agrotécnica del Villa Paranacito y el gran dilema actual en todo caso es si el menor, Mathias (18 años), se sumará directamente al trabajo o cursará la carrera de veterinaria, una idea que le ronda la cabeza y que lo obligaría a irse por algún tiempo. Pero por ahora esta, junto a sus hermanos, ocupándose por completo de la ganadería.
Haraldo nos había contado que la familia decidió traer las primeras vacas hace unos 15 años, básicamente como herramienta de control de los incendios en la plantación forestal, porque los animales crecen comiendo el forraje que crece entre las líneas de álamos, y entonces casi no queda material combustible debajo de ellos.
Pero la profesionalización ganadera se dio de la mano de sus hijos. Federico y Mathias Gottert nos cuentan cómo fue este proceso:
En principio, ellos han aprendido que sobrevivir en las islas no es para cualquiera. Y que esto corre para las personas y para los bovinos, que tienen que estar adaptados a esa zona de características particulares, muy diferente a los tradicionales campos ganaderos de la región pampeana.
Los chicos recuerdan muy bien que luego de las primeras vacas que le compraron a un vecino, intentaron sumar otros vientres traídos de tierra firme y que no prosperaron. Trajeron vacas de Colón, también de Arrecifes, con malos resultados. “Tiene que ser hacienda criada acá. Con los toros pasa igual. Cando los vas a ver en los campos de afuera son espectaculares, pero los traes acá y no sé por qué hay manera de que se adapten”.
El campo de la familia Gottert ocupa 300 hectáreas de una isla, ha sido sistematizado con pequeños diques o “atajarepuntes” y está forestado en buena parte de su extensión. Allí los chicos despliegan un esquema silvopastoril, con vacas y toros adaptados que les permiten tener una zafra de terneros todos los años, que ellos venden afuera. La tasa de destete que logran está cerca del 75/80% y sería la envidia de muchos otros ganaderos.
-¿Y cómo se llevan las vacas con la forestación? ¿Utilizan todo el campo?
-Tratamos de usar todo. Pasa que en el primer y segundo año de la plantación no le podés poner la hacienda adentro, porque la rompe. Del segundo hasya el cuarto año se genera buena oferta de pasto abajo, porque entra buena luz. Después empieza a decaer la pastura porque los árboles crecen.
Federico relata que en este tipo de planteos, cuando están hechos a conciencia, se pueden lograr cargas de 1 a 2 vacas por hectárea, pero que la clave está en moverlas rápidamente de los predios forestados, para que no causen destrozos. Un momento clave es el invierno, cuando caen las hojas de los álamos y debajo crece el raygrass.
“No es que traes las vacas y las tiras en cualquier lado”, dicen los chicos. Los lotes para hacer silvopastoril tienen que estar limpios de malezas y necesitan una pasada de tractor por lo menos dos veces por año. En algunos casos se puede apelar a pasturas, como el raygrass, lotus, avena o moha. Pero ellos por ahora se manejan sobre todo con pastizales nativos de la zona.
-Finalmente le han tapado la boca a los viejos forestadores de la zona que decían que la ganadería no iba con los árboles…
-Eran dos cosas no compatibles para ellos. Pero sí se puede. Nosotros trajimos hacienda por el tema del fuego. Pero la vaca come, tiene terneros. Después le agarramos el gustito, y la plata entre más seguido. No es como con los árboes que hay que esperar 15 años.
Otra ventaja de la ganadería es que en el delta siempre está latente la posibilidad de que todo se inunde y se pierda la forestación. “A la hacienda, en cambio, uno la puede sacar y salvar”, preservando el capital, argumentan los Gottert más pequeños. Ellos recuerdan particularmente lo que sucedió en una creciente reciente, en 2016: tuvieron que cortar un dique de contención y se les llenó de agua el campo, pero al otro día pudieron rescatar a los animales en piraguas y los subieron a un barco, que los trasladó a un campo seco que les habían prestado mientras duró la emergencia.