El sistema agropecuario actual está siendo cuestionado desde varias aristas, como la aplicación de agroquímicos o la emisión de gases del efecto invernadero. Ahora también hay sectores que impulsan un debate sobre el impacto que conlleva producir biocombustibles. Sí, en efecto, los combustibles renovables hechos a partir de los cultivos y que apuntan a reemplazar paulatinamente los hidrocarburos también son motivo de un creciente debate. Tanto que una investigadora del Conicet propone quitarles el prefijo ‘bio’ para empezar a llamarlos simplemente “agrocombustibles”.
Bichos de Campo entrevistó directamente a quien propone este cambio en las denominaciones. Ella es Virginia Toledo Lopez, Licenciada en Relaciones Internacionales, diplomada en Estudios Sociales Agrarios y Doctora en Ciencias Sociales. Además de becaria posdoctoral del CONICET. Desde hace algunos años la académica estudia los cambios, impactos y fenómenos producidos por los biocombustibles desde el punto de vista de las ciencias sociales. Se especializa en lo que llama “la ecología política”.
-¿Qué es la ecología política?
-Es un campo interdisciplinario que se compone por aportes de la economía política, economía ecológica y geografía crítica. En este sentido entiende que lo ambiental es un tema profundamente complejo que está atravesado por cuestiones físicas y materiales, de contaminación, de reacciones, de resiliencia, de capacidad de carga; pero también por todo lo que tiene que ver con las construcciones sociales y culturales respecto a cómo nos relacionamos con nuestro medio.
Es a partir de allí que estudio los impactos del boom de los biocombustibles en Argentina, a los que prefiero decirles ‘agrocombustibles’, dado que los agrocombustibles son la porción mayoritaria de esos combustibles que están siendo promocionados por la legislación, proyectos y políticas públicas, además de los proyectos empresariales.
–¿Cómo surge este debate sobre la producción de agrocombustibles?
-Surge a partir del análisis de contextos. La Argentina, de una producción inexistente de agrocombustibles en el 2000, en el 2006 comienza a posicionarse como uno de los mayores países productores y exportadores. Esto se entiende, por un lado, por la tradición histórica de inserción de Argentina en el sistema internacional, por su especialización productiva como proveedora de materias primas, y con un agro tradicionalmente orientado a la exportación.
Desde 1996 en Argentina vemos que creció fuertemente la producción de soja, llegando actualmente a ocupar el 60% de nuestra superficie productiva, y esto se trata de un cultivo elaborado a partir de un modelo de agricultura industrial. Un modelo dependiente de agroquímicos y combustible fósiles, con una fuerte utilización de maquinaria, una disminución de labores humanas, y dependiente de la tecnología y transgénicos. Frente a la profundización de un modelo orientado a la obtención de mayores rentabilidades y productividad, con una lógica de obtención de ganancias y beneficios, Argentina ve la oportunidad de agregar mayor valor a la producción de soja a partir de estos combustibles que se han dinamizado en el mercado externo.
En tanto, a nivel internacional, en paralelo, vemos la creciente importancia que empezaban a tener los temas ambientales en la agenda política y pública, con una progresiva emergencia de movimientos agrarios y la propuesta de soberanía alimentaria que surge en 1996 en Roma. En este contexto se promocionan los combustibles obtenidos a partir de otras fuentes, la propuesta de los biocombustibles.
En términos estrictos, biocombustible sería todo combustible generado a partir de insumos biológicos, y lo que se debate es principalmente el creciente destino de cultivos agrícolas a la producción de combustibles sobre la competencia por los usos del suelo.
Las connotaciones positivas que tiene el prefijo ‘bio’ no se corresponden con la agricultura industrial que se ve en los territorios, asociadas a contaminación y enfermedades.
–¿Cuáles son las características del modelo agrícola que analizás?
-Es un modelo que lleva a una orientación creciente de los sistemas agrícolas nacionales al predominio de un sistema agroalimentario corporativo como parte de una tendencia internacional. Son las empresas trasnacionales las que dominan la producción, desde la elaboración primaria, la de los insumos y hasta su comercialización. La prioridad no pasa por la alimentación y nutrición de las personas sino por la obtención de ganancias, que se concentran en estas empresas trasnacionales, que son los principales actores del sector. Los agrocombustibles se producen a partir de cultivos que son generados con esta lógica de agricultura industrial.
–¿En qué ámbitos impacta ese sistema agroalimentario?
-Varias organizaciones ambientalistas cuestionan que este modelo tiene serios impactos sociales, territoriales, ambientales, en la salud. Entonces no se puede denominar como bio, que alude a vida. Por ejemplo, ¿cuáles son las consecuencias del difundido uso de transgénicos sobre la biodiversidad? Los efectos son inciertos y predominan los estudios para su aprobación que realizan las mismas empresas que lo comercializan.
Por un lado tenemos esos procesos biológicos, y por otro los que tienen que ver con la preocupación por otros problemas ambientales, por el uso de combustibles fósiles y la deforestación, y entonces en las negociaciones que tienen que ver con el cambio climático se cuestionan cuáles son las consecuencias de su expansión para el efecto invernadero.
–¿Y cuál sería el problema con los biocombustibles?
-El problema no serían los sectores que están detrás pero si la lógica. Cuando vemos que no es que se destinan crecientes superficies agrícolas para la producción de estos combustibles, sino que las producciones agrícolas están orientadas en función de los requerimientos y dinámicas de los mercados externos más que de la necesidad más primaria, que tienen que ver con la salud y la alimentación. Eso es lo que no trasforma la lógica extractiva que esta por detrás de estas producciones.
Por eso se habla de cultivos flexibles que son utilizados para distintos fines pero que son elaborados con esta lógica de obtención de beneficios en el marco del sistema agroalimentario corporativo, un modelo de agricultura orientado por las ganancias y no por las necesidades de las personas. No tiene como prioridad la salud ni la soberanía alimentaria, y se trata de una producción que demanda mucho uso de energía. Esa lógica es la que invade este mercado verde de los agrocombustibles.
–Pero en concreto, ¿cómo impacta esta tendencia en los territorios?
-Si analizamos que es lo que dejó la expansión del agronegocio en Argentina desde 1996, donde tenemos como icono a la soja transgénica, vemos el crecimiento en usos de agroquímicos, la ampliación de la superficie sembrada, la expansión de las fronteras agropecuarias sobre ecosistemas frágiles, como por ejemplo el ecosistema del chaco salteño y en Santiago del Estero.
Salta y Santiago del Estero son dos de las provincias en las están los mayores índices de deforestación, aún con la vigencia de la ley de bosques. Son ecosistemas que están profundamente amenazados por el avance de estos monocultivos de agricultura industrial en detrimento de otras formas de vida rural, como las campesinas, agroecológicas, de agricultura familiar y la de los pueblos originarios. Estos son los costos que no están tenidos en cuenta cuando se alienta la producción de estos agrocombustibles. Como así también, la reducción de los establecimientos agropecuarios por la fuerte tendencia a la concentración territorial además de concentración económica.
Hablo no solo de costos económicos, sino también sociales y ambientales a considerar desde la producción primaria, el uso del suelo, la producción industrial y hasta su comercialización. Muchas veces se trata de costos inconmensurables, porque es difícil medir el precio de la vida de una persona, o la conservación de un bosque frente al talado para la producción de estos cultivos flexibles.
–¿Superan esos costos a los beneficios que trajeron los biocombustibles?
-Se trata de un mercado verde que no es tan alternativo sino que significa mas bien de una renovación de actividades de largo arraigo y una profundización de tendencias que ya están presentes en la orientación del agro argentino.
Todos estos costos, transformaciones territoriales, en el fondo tienen que ver con una orientación del sistema en función de las ganancias y por un campo que perdió la conexión con el objetivo de nutrir y alimentar a las personas. Esto se da tanto a nivel nacional como internacional, en un contexto en el que el fantasma del hambre sigue presente. Las discusiones por los altos índices de desnutrición y crisis alimentaria sigue siendo un objetivo incumplido y pendiente. Por eso este debate tiene vigencia.
–¿Qué cosas de esta índole observaste en tus estudios en Santiago de Estero y en Córdoba?
-En el caso de los costos de los agrocombustibles, a todos los impactos que el agronegocio genera en los territorios en la producción primaria hay que agregarle lo que genera la industria. En Santiago del Estero estudié la producción de biodiesel a partir de soja; y en Córdoba, que desde 2012 se posiciona como principal provincia productora de etanol a partir de maíz. En ambos casos vemos impactos por desatenciones en los momentos de emplazamiento de las empresas.
Por ejemplo, el estudio de impacto ambiental en Santiago del Estero no consideró el tratamiento de los efluentes, y los efluentes fueron tirados en un canal a cielo abierto. Entonces hubo varios conflictos territoriales con los pobladores del lugar que tenían que soportar malos olores, y que sus animales se mueran, porque en un contexto de escasez hídrica los animales tomaban esa agua. Además, desatenciones relativas a seguridad industrial que generó muertes y un peligro constante de explosión.
En algunos casos como en Córdoba. las empresas están ubicadas en zonas urbanas sin los cuidados que amerita la manipulación de combustibles en un vecindario.
Si bien es cierto que se emplazan estas empresas y generan alguna movilidad laboral, el caso de Santiago del Estero, la inversión generó 200 puestos de trabajo, después de 10 años y habiendo generado un pasivo ambiental muy grande, la empresa declaró quiebra y cerró. Con lo cual vuelve a haber desempleo y los pasivos ambientales quedan. Entonces ello nos lleva a cuestionar los beneficios y cuál es el tipo de trabajo que generan estos emprendimientos.
–Los biocombustibles, entonces ¿profundizaron o alivian los problemas para el medio ambiente?
-Las soluciones a la contaminación ambiental creo que tienen que ser construidas socialmente. Para ver el problema de combustibles fósiles, más que solucionar el problema energético y la crisis ambiental, estos agrocombutibles vienen a permitirnos poder mantener un sistema de consumo y producción que ya está cuestionado. Por eso, son una respuesta que no soluciona los problemas ambientales de fondo.
Si partís de premisas falsas como que el agronegocio es de las multinacionales, llegás a conclusiones falsas. La ciencia empapada de ideología lleva a resultados equivocados
Perdon, ¿el futuro de la produccion agropecuaria en nuestro pais puede quedar en manos de esta chica sobrecapacitada?
Como investigadora la nota da poca certezas y mucha zanata ideológica