Sergio Spina (56) nació en Los Toldos. La vida lo llevó a ser en la actualidad cantante tenor del Teatro Argentino de La Plata, y a veces canta por contrato en el Teatro Colón. Pero todos los fines de semana regresa a su pago natal, a donde sueña volver pronto y definitivamente, cuando se jubile, a pasar el resto de su vida.
Reconoce en la educación y el testimonio de su abuela, doña María, la pasión que a él le quedó para siempre por el campo y sus oficios. “Porque fue ella, como buena vasca con gran carácter, la que me enseñó a cortar cebolla, a carpir, hasta a coser, y también fue la que me transmitió mi otra pasión por el canto, porque ella era la primera en estar bien vestida para escuchar cuanto espectáculo se presentara en el pueblo, de folklore, por ejemplo, y me llevaba con ella”, recuerda, Sergio.
También reconoce que en la familia de su padre eran calabreses y les encantaba la música. Eran comunes las juntadas a cantar al compás de guitarras, y su madre tocaba el piano, al punto de que se crio colmado de música. Pero él se soñaba veterinario y llegó a estudiar el tercer año de la carrera, hasta que el Teatro Argentino de La Plata le arrebató la vocación y lo llevó hacia el mundo del arte, del canto y la actuación.
Su amor por la ruralidad derivó en criar y “acompañar” a los caballos. Así habla de ese proceso, porque sostiene que los caballos ni se amansan, ni se doman, sino que con ellos se aprende a la par, con confianza y respeto. Uno aprende del caballo y el caballo aprende de uno. Cree que el alma del caballo es un libro que uno abre y del cual debe aprender y respetar su libertad, sus tiempos de aprendizaje.
Los caballos y los coches, los sulkys, son lo que más le apasionan, la cría de los equinos con técnicas ancestrales, sin violencia, logrando resultados asombrosos “en ellos y con ellos”, repite.
“Los caballos son el tesoro más grande que tengo hoy en mi vida. El que se apura con ellos, pierde la carrera”, declara el tenor, que actualmente tiene seis animales: “Lucero es Silla Argentino, junto a otro más; Perla es yegua de Pecho; Mayo y la Isabel son Cuarto de Milla, de trabajo, y Vicente es Criollo. La Isabel es mi media naranja. No son puros de raza, pero como yo los crío, resultan puros de corazón y sólo les falta hablar”, los presenta.
Spina mantiene sus caballos en la chacra de 50 hectáreas de su tía Julia, detrás del balneario municipal, a poco más de una legua de Los Toldos. “Mi prima Alejandra me dio para que le cuidara dos hectáreas y media, porque alquila el resto, y me puse a arreglar la casa, ya que era una tapera después de 20 años de abandono. Ese lugar es muy emotivo para mí, porque allí pasé parte de mi infancia”, aclara.
Mirá la entrevista completa con Sergio Spina:
“En mayo de este año compré una chacra de casi 4 hectáreas, del otro lado del pueblo, a 6 kilómetros, en la zona de Cuartel 2 –continúa Sergio-. Será el lugar definitivo para mis caballos, y quiero que sea un santuario. Lo empecé a preparar de a poco, para que dentro de dos años funcione como escuela de adiestramiento de caballos de pecho, porque me estoy especializando en los de tiro. Está ubicado frente a la Escuela 10, por la que mi abuelo Salvador hizo tanto para que se construyera, y a unos 1500 metros de donde nació mi papá. Sí, el nació ahí mismo, en medio del campo. Es muy fuerte para mí, andar por esos lugares, porque es volver sobre los pasos de los que me precedieron”, reflexiona.
“Hace poco me instalaron un molino con mucha historia, de modo que siempre tengo un motivo para emocionarme”, continúa.
“Tanto en lo de mi tía como en el nuevo lugar planté unos 100 árboles, entre ellos, álamos, fresnos, lilas y otros, porque soy de la idea de que si sacás un árbol, no importa de dónde, tenés el compromiso ético de plantar 10 nuevos, como mínimo, y no necesariamente en el mismo lugar, sino donde puedas”, señala Spina, quien además un día empezó como jugando, a hacer trabajos en cuero, “pero de talabartería, no de soguero”.
Sergio Spina ha recorrido el mundo con su canto lírico y en este arte ya lleva 15 años de carrera. Vivió unos 15 años en Italia, cantando en Florencia y Milán, y también se presentó en Francia, Dinamarca, Austria, España, Bélgica, Japón, China, Israel, hasta que se cansó de viajar tanto y extrañaba su pago natal, al que estando en La Plata, podía volver los fines de semana, pero no desde Italia.
Ahora dice estar algo cansado de tanto maquillaje y vestuarios, a pesar de ser un arte maravilloso. Sueña con volver a vivir en el campo y dedicarse de lleno a sus caballos.
“Suelo terminar una función en el Teatro Argentino y me voy al campo los fines de semana. Alguna vez me toca volver al teatro Colón, a ensayar un espectáculo, y por ejemplo, en las mañanas, cuando llego al campo, me pongo a coser a dos manos para terminar un juego de yunta que me encargó un cliente, u otra pieza, sin contar que mañana tengo 12 manos y 12 patas para desvasar”, describe Sergio.
Quien culmina: “Me considero un bicho de campo, fanático de Larralde y de Yupanqui, y renegado como ellos -se ríe-. Y no me siento en otro lugar más que en el campo, donde soy inmensamente feliz, con mis caballos y la talabartería”.
“Por eso quiero volverme a vivir a mi pago en cuanto pueda. Soy un pájaro libre y no me gustan las jaulas, por eso quiero volver al campo. Hay una frase que siempre escuché repetir a mi abuelo y a mi padre, en italiano. Dice así: ‘Quien se detiene, está perdido’. Y siempre trato de que, a pesar de las contrariedades de esta vida, nada me detenga”.