Che Mbaé, noviembre de 2024
A mi viejo.
Hijo de inmigrantes vascos humildes.
Lo llevaron allá de chico, volvió para estudiar.
Mamó lo rural en la provincia de La Pampa.
Vivió entre dos querencias, Navarra y el campo argentino.
AÑO 2021. Todavía falta para llegar al campo, pero empiezo a ponerme mal de antemano, a cuenta del panorama de desprolijidad y dejadez que me va a recibir y esto me mortifica tanto como mi impotencia.
La imagen es de abandono.
Cerca de las casas había unos piquetes limpios de leñosas como “Santa Fe”(1) y sembrados con pastura. Ahora se están volviendo a ensuciar con un renoval de arbolitos y arbustos.
Un pastizal crecido domina casi todo en el humilde casco, los alrededores del galpón, las construcciones anexas, las casas y lo que pretenciosamente llamamos “parque”. Pero hay malezas que alcanzan a sobresalir, algunas horribles, como el tutiá o el chamico. También lapachos guachos que prosperan en los canteros descuidados e incluso asoman en las rajaduras del piso de la galería.
A ambos lados de la puerta de mi casa, había unas plantitas de quinoto para adorno, dispuestos en sendos macetones pintados para imitar el color de la terracota.
Uno desapareció, alguien lo habrá roto en un descuido; del otro quedó el recipiente que ahora ocupa un tala.
Lo mismo con la pérgola; se desplomó hace 3 años, quizás más, desde entonces la glicina repta por el suelo resignando su vocación trepadora.
Por todos lados y hasta en el campo del vecino, el viento desparrama girones de plástico de los silos bolsa y bolsas vacías de alimento para terneros. Una quedó ensartada en las espinas de un naranjo seco, me digo que es la divisa del abandono.
LA FAUNA. La venganza de la naturaleza no se limita al pastizal, los yuyos y los renuevos, porque los bichos también hacen lo suyo.
Hay huesos, pezuñas y otros restos traídos por los perros desde donde disponen los cadáveres de los vacunos muertos. Como la provisión es abundante, la perrada del paraje “El Chaquito” llega hasta acá para rebuscarse, esta noche habrá gresca entre residentes y visitas, sé que no me van a dejar dormir.
Volvieron los “peludos”(2), siendo también carroñeros “se hallan”, encantados con la provisión de desperdicios, lo mismo los tatúes colorados que además hacen cavernas enormes.
En fin, que unos y otros hozan por todos lados y removieron todo un costado del modesto parque. Es como si alguien hubiera estado preparando una sementera y en partes no se puede caminar.
Y las vizcachas. Antes no se aventuraban a traspasar el límite del “ubocá”(3), a más de 300 metros del casco, donde la loma se separa del malezal inundable. Pero nadie las combate y se van poniendo atrevidas. He visto un par de vizcacheras incipientes en el mismísimo parque, la boca rodeada con montones de palitos y otras basuras de su acumulación ciruja.
Pero el colmo es la pileta. Mantenerla limpia es trabajoso y caro, por eso está abandonada y solo sirve como reserva de agua para el ganado. Ahora prosperan los juncos y en el borde hay un yacaré tomando sol, debe considerarla su territorio.
MI PARQUE. Lo tenía bien claro desde que empecé a trabajar, me había hecho el propósito de que si algún día cumplía el sueño de armar mi propio establecimiento, dejaría como parque una superficie muy menor. Pretendía que su mantenimiento no terminara convirtiéndose en una carga, como me había ocurrido en un par de oportunidades atendiendo campos de terceros.
Tenía la idea de un “guarda patio”, como los que rodean las casas de los chacareros gringos. Por hacerme el chistoso decía que pensaba adornarlo con enanitos de jardín y un cisne de cemento.
Más o menos así fue mi parque durante décadas, sin cisne y sin enanos, pero chico y limitado por un murito de mampostería de 35 centímetros, que sujetaba un cerco de alambre tejido.
Pero a la larga yo también caí en la tentación y terminé traicionando aquel principio. Una vez corrí algunos metros uno de los límites del “parque”. Quería limpiar la maciega para liberar la visión del horizonte. ¿Cómo no aprovechar la visual que ofrece el borde de esa lomada que señorea el inmenso “malezal”, continuación de los esteros del Iberá?
Es que un horizonte despejado también habilita a disfrutar de lo que no se ve. Allí, de noche y a pesar de la posición privilegiada de esa loma, no hay ninguna luz humana hasta donde da la vista. Apenas, muy a lo lejos, el reflejo de Goya y Reconquista contra las nubes. Sé que en poco tiempo el progreso se va a encargar de arrebatarme este privilegio de la soledad.
Dos o tres veces hice lo mismo, volví a correr alambres del parque y, ya que estaba, además de aumentar algo la superficie de césped, agregué plantas ornamentales.
NUEVA GENERACIÓN. Resulta que la necesidad de preservar la concordia me impone un ejercicio de autocontrol.
Ahora el campo está a cargo de un hijo y cada vez que me quejo por la desprolijidad, el abandono del parque y ese tipo de cosas, me sale con que la gente está demasiado ocupada con otros trabajos, como para distraerla en cortar el césped, matar hormigas o cuidar los pocos canteros.
Este asunto está siendo motivo de roces, ni más ni menos que como fue entre mi padre y yo hace 55 ó 60 años.
En esa época yo solía contradecirlo, desde la política hasta asuntos conceptualmente importantes de aquella pequeña empresa rural que me ocupé de poner patas para arriba.
Ahora me doy cuenta de que a pesar de ser hombre de carácter, él estaba asumiendo en forma consciente y como contribución a mi formación, los inconvenientes y hasta la rabia que le habrán causado algunas de mis decisiones. Entre otras cosas a costa de resignar el mantenimiento y la evolución de ese parque que tanto le importaba. Lo pienso y me conmueve.
En esos años papá era bastante más joven de lo que soy ahora, pero la diferencia está en que si bien yo solía objetar la oportunidad de los trabajos que él me pedía, jamás habría despreciado su prolijidad y su afición por el paisajismo.
Creo que entiendo la manera de pensar de mi hijo y sospecho que de alguna manera él considera mis gustos como una banalidad, quizás como algo decadente y no un matiz distinto de mi cariño por el campo, sentimiento que creo no haber sabido transmitir como habría querido.
Hay una realidad indiscutible que me ayuda a ser prudente y a preservar la relación, insisto en que su conexión con el campo es menos afectiva pero más enfocada de la que yo entonces tenía. Él también es ingeniero agrónomo y debo reconocer que en lo productivo las cosas marchan razonablemente bien, tanto como podrían dentro de las restricciones impuestas por las circunstancias de la empresa familiar y la situación de la ganadería, aunque él no disfrutó de las ventajas que yo tuve, cuando apenas salido del secundario pude aprender manejando a mi antojo un establecimiento en la provincia de Buenos Aires.
Es cierto que mi hijo no vivió aquellos tiempos fundacionales que tenían mucho de pampa bárbara, de cuando empezamos a organizar lo que a esta altura puede llamarse un establecimiento. Sospecho que no tiene tanta idea del camino recorrido y quizás por eso no entienda hasta qué punto me importa resaltar y disfrutar, también en lo visual, la diferencia con aquello.
Por otro lado, también es cierto que estando yo menos involucrado que antes en la mayoría de las cuestiones cotidianas, me sería fácil criticar y hasta explotar por esa primera impresión del desorden de malezas, peludos, hormigas y vizcachas cerca de las casas, de verdad hago un esfuerzo por no caer en eso que podría tener algo de despiste.
Es que mi hijo se enfoca obsesivamente en cosas como cuántos terneros se destetan cada tantas vacas, los kilos de carne que produce una hectárea, márgenes brutos, ácidos grasos volátiles, proteína “bypass”, acidosis, tiempos de proceso, períodos de carencia, tacto de anestro, costo del kilo de carne producido y otras por el estilo.
Desde ese corsé y por su misma personalidad, desprecia lo que ocasiona gastos y trabajos superfluos que él asocia con aquel matiz decadente de ciertos ganaderos. Un poco por haberlo escuchado de nosotros los padres, yo mismo me preocupé por prevenirlo sobre el riesgo de pasarse de vueltas con los gastos y sabe de muchas familias que se vinieron abajo por dispendiosas.
Así, la obsesión rectora, “la ley de leyes” que rige nuestras vidas, es el presupuesto financiero, algo que nos embreta alertándonos que 2+2 es 4 y no 5, porque si no nos vamos al carajo.
Sí, todo gira alrededor del “Análisis De Gestión”, auditoría anual que nos coteja con establecimientos similares, algo que asocio al juicio de residencia que en tiempos del virreinato se hacía a los funcionarios de la colonia, incluido el mismo virrey.
Análisis De Gestión es el deporte, el campo de juego se llama Excel.
Pero a mí el tiempo me fue cambiando el chip y otras cosas que me fueron dominando, cosas de otro orden como la belleza del panorama o identificar la especie de ese pajarito tan lindo y que tan bien canta. El tipo de cosa que ahora disfruto como antes las metas técnicas y económicas.
Por ejemplo, quedarme mirando la galería de lapachos en plena floración. Hará 30 años o más que los planté y menos de 5 que empezaron a florecer con algo de ganas, todavía falta para que expresen todo su esplendor.
U otras, como recorrer el campo a caballo mientras fumo un cigarro y desfilar contra la costa de un alambrado el lote de vaquillas que guardamos para su primer servicio.
Mirar es importante para la toma de decisiones, pero no me engaño y sé perfectamente que también lo hago por el placer que me regala la escena.
O cruzar el potrero donde está la manada de yeguas criollas, quedarnos tranquilos y quietos para que no se espanten y nos dejen arrimar para verles los potrillos “caídos”, mientras el padrillo se acerca resoplando y arqueando el cogote haciéndose el canchero con las yeguas que ensillamos.
Cosas como esas. (continuará…)